Dos españoles frente al Holocausto en medio de la tragedia polaca – Parte 2

Mujer de profundas convicciones, Sofía, que había apoyado al bando nacional durante la guerra civil española, se horrorizó ante la actuación alemana en Polonia durante la Segunda Guerra Mundial y la criticó duramente en sus crónicas, pero sin desautorizar a los criminales nazis, en un difícil equilibrio debido a la situación tan peculiar de España en la contienda europea. España, en teoría, era neutral en la guerra, pero eso no fue óbice para que el régimen de Franco mandara a la División Azul a luchar junto a los nazis en el frente ruso. Prolífica y cultivadora de todos los géneros, la obra de Casanova no ha sido reeditada y es una completa desconocida en la España de hoy, que se las da de tan progresista, feminista y avanzada.
 

UNA PERIODISTA EN LA GUERRA POLACA 

El texto de Sofía Casanova (1861-1958), El martirio de Polonia, es un libro muy distinto al de Casimiro Granzow, del que hablamos en la primera parte de esta nota. Casanova era una firme partidaria del régimen de Franco, de ideas derechistas y firme defensora del régimen emanado de la Guerra Civil. Esas ideas explican muchas cosas del texto, como por ejemplo que no haya una condena explícita del régimen nazi, que había apoyado a Franco durante la contienda española, y que la descripción de los crímenes, cometidos por los alemanes, sean vistos como trágicos acontecimientos sin mención alguna al régimen criminal que perpetraba los mismos en nombre de la supremacía étnica. Separar ambos hechos es una perversión intelectual, claramente.

Al comienzo de la guerra, Casanova, que era colaboradora del diario ABC, como ya hemos señalado antes, escribió al relatar la conquista de Polonia: “La guerra invade el país. En días, casi horas, han sido tomadas ciudades y la sagrada Czestochowa. La radio conturba con verbosidad inoportuna el ánimo que hiere el alma religiosa de Polonia. Allí está su Virgen Milagrosa, su Patrona, con la advocación de “Reina de la Corona de Polonia”. La radio habla de triunfos inmediatos. De la ayuda eficaz de Inglaterra y Francia. Ahora, en este momento, cuando hace un cuarto de hora que he subido, otra alarma avisa a Varsovia que se acercan los aviones (alemanes). Sin tiempo de lavarme, vuelvo a echarme el vestido y bajo”. 

Casanova, gallega y mujer avanzada y moderna para su tiempo, relata sobre todo lo que acontece en las primeras semanas del ataque alemán y posterior ocupación del país por el invasor. Los polacos se rindieron en apenas cinco semanas y tuvieron que hacer frente en ese septiembre fatídico al ataque alemán y al soviético, el 17 de ese mismo mes. Fruto del acuerdo secreto entre la Alemania de Hitler y la Unión Soviética de Stalin, Polonia fue repartida entre ambos, su gobierno y ejército, disueltos, y miles de polacos asesinados sin contemplaciones. El país se convertiría durante seis años en una gran ergástula controlada por los dos sempiternos enemigos de Polonia.

EL HOLOCAUSTO Y DESTRUCCION GUETO DE VARSOVIA

El libro de Casanova está escrito con Miguel Branicki, de quien desconocemos su biografía y no hemos encontrado noticia del mismo en ningún sitio. La parte de Casanova se titula en el libro Polvo de Escombros y la de Branicki lleva el sugerente título de Estampas polacas. Ambos textos se complementan, incluso cronológicamente, ya que mientras que el de Casanova concluye con la derrota polaca en la guerra, el 6 de octubre del 1939, el de Branicki relata hechos acontecidos después, como la matanza de 22.000 oficiales polacos por los soviéticos en Katyn, la persecución de la Iglesia católica polaca por los alemanes y el comienzo de las primeras matanzas de judíos por los nazis. 

Así relata Branicki la apertura de los primeros campos de concentración: “Se crearon verdaderas ciudades de la muerte, que eran campos de concentración con cámaras de gas y hornos crematorios en los que se quemaba a las víctimas. Uno de estos campos, que llegó a tener una nombradía espantosa, es el de Majdanek, situado a unos 33 kilómetros de Lublin. Se calcula que en él se ejecutaron a cerca de 200.000 personas, la mayor parte hebreos. Una valla de alambre de espino, por la que pasaba una corriente eléctrica; 14 torretas con ametralladoras y un equipo de 200 perros feroces guardaban esa metrópoli de la muerte”. Branicki también se refiere a Auschwitz y el asunto no es baladí porque el libro está editado en 1945 y en aquel momento nadie conocía con exactitud la verdadera dimensión de la tragedia que había significado el Holocausto. También cabe preguntarse cómo la obra, publicada en Madrid, pudo sortear la censura del régimen de Franco, toda vez que el régimen había sido aliado de los nazis durante la guerra e incluso había enviado a luchar a la División Azul junto con Alemania.

Un episodio que relata Branicki es el alzamiento del gueto de Varsovia, cuando los judíos, “al ver que su destino era ser sacrificados como ganado en los mataderos, resolvieron morir matando y en el mes de abril de 1941 se sublevaron, haciéndose fuertes en el gueto de Varsovia. Se calcula que unos 50.000 participaron en el alzamiento, para reducir el cual tuvieron los alemanes que emplear la artillería gruesa y la aviación”. Y así concluye el capítulo relativo a ese heroico episodio: “Una semana duraron los combates casa en casa, de calle en calle. Todo el gueto quedó destruido, y de sus habitantes se salvaron muy pocos. Los que consiguieron salir de la ciudad se refugiaron en el campo, donde los aldeanos los escondieron”.

Todos estos hechos que relata Branicki, como los detalles y pormenores de la matanza de Katyn, ocurrida en septiembre de 1940 y que los soviéticos trataron sin éxito de endilgar a los nazis en esos tiempos de confusión y guerra, cayeron luego en el olvido durante 44 largos años (1945-1989). Las nuevas autoridades de la Polonia comunista, en aras de salvaguardar la “amistad” con los soviéticos, ocultaron los crímenes de Katyn durante ese tiempo y la historia oficial del país pasaba por alto los mismos. También los dos alzamientos, el de los judíos y el de los polacos de Varsovia, fueron pasados por alto, ya que en ambos casos los soviéticos no habían movido ni un dedo por ayudar a los desgraciados combatientes, que acabaron pereciendo en su gran mayoría a merced de la implacable maquinaría alemana. 

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