Isaac Asimov: Un fabulador de las ciencias

Desde los tiempos de Francis Bacon, el quehacer científico se ha apegado a la realidad empírica y a los nexos posibles y comprobables que se pueden descubrir en ella. 

El limpio estudio de datos, las correlaciones entre ellos, y, en fin, la formulación de alguna norma o ley que los presiden y explican: la tarea principal y obsesiva de un honesto investigador. 

Isaac Asimov trastornó jubilosamente esta visión. Transitando entre el riguroso estudio y la jubilosa fantasía, abrió nuevas posibilidades al quehacer científico más allá de sus fronteras convencionales. 

En paralelo a figuras animadas por estas aspiraciones -como Robert A. Heinlein y Arthur Clarke– sugirió múltiples combinaciones y escenarios en el hacer de la astronomía, las matemáticas, la historia y la química. 

En reconocimiento a sus aportes, el asteroide 5020 y un cráter en Marte llevan hoy su nombre. 

Sus Memorias (Madrid, 2000) colman más de 700 páginas. Fueron escritas en la cama de un hospital internado algunos meses antes de su muerte. 

En ellas recuerda su tránsito desde Rusia donde nació en 1920 y su arribo a EE. UU. cuando contaba apenas tres años. Sus padres ampliaron en el nuevo país las creencias y costumbres judías y alentaron a sus hijos a adoptar valores que enriquecen la humana condición.   

Escribe Asimov en la introducción a su autobiografía: “confío y espero que gracias a estas páginas el lector llegue a conocerme de verdad, y -tal vez– enriquecerse con ellas”.

Y agrega: “… fui un niño prodigio… Aprendí a leer antes de ir a la escuela… Y cuando por fin inicié el primer grado me sorprendió que otros tuvieran problemas con la lectura… Apenas percibía entonces que mi memoria era excepcional”.

Sin embargo, Asimov jamás acertó a manejar una bicicleta, nadar en la piscina o en el mar, o incluso entender las maniobras del ajedrez. En contraste, en sus múltiples textos acertó a acuñar  nuevas voces como psicohistoria, robótica y positrónico.    

En sus páginas autobiográficas Asimov recuerda a sus padres trabajando en una tienda de golosinas y periódicos en un barrio de inmigrantes en Nueva York. Labores que se ampliaron al ocurrir la depresión en los años treinta. 

Ciertamente, señala su frustración cuando no pudo cursar estudios de medicina pues la cuota de judíos e italianos en estos marcos era entonces apretada. 

Y no duda en confesar: “la ausencia de íntimas experiencias trastornó mi desarrollo social. Llegué virgen a mi noche de bodas unido con una mujer que también lo era… Y resultó un memorable y gracioso desastre… ”   

En otro contexto escribe “… soy Isaac, un nombre claramente judío al lado de Moisés. Nunca pensé en cambiarlo… ” 

Ciertamente, le inquietó el antisemitismo que tomó vuelo en EE. UU. en los años treinta impulsado por celebradas figuras como Charles Lindbergh; sin embargo, celebró repetidamente a la democracia norteamericana.  

En 1939 obtuvo su primer título en biología, y en todo momento se consideró “un generalista con un saber considerable en casi todo”. Apunta: “¿Megalomanía? De ninguno modo. Conocía mis aptitudes y talentos y quería revelarlos al mundo”. 

Como humanista coincidió con el inglés Bertrand Russell en que Dios no habría concedido a los hombres suficientes pruebas de Su existencia. Prefirió entonces un equilibrado escepticismo.

Su gusto por la ciencia ficción se refleja en las páginas de Yo robot y en sus especulaciones en torno a la psicohistoria de los habitantes de otros planetas. 

Algunas de sus fantasías se tornaron realidad en temas como la computación, las pantallas gigantescas de TV, la mecanización de tareas culinarias, e incluso en la actual producción de automóviles que aciertan a autoguiarse.  

Asimov publicó más de 500 libros que le obsequiaron celebridad y recursos económicos. Incluyeron temas como los bíblicos y la mitología griega, sin descuidar a Shakespeare.  

En el tránsito de los años su salud empezó a revelar marcado deterioro. Escribió: “… había llegado a los setenta y para mí ya no era una desgracia morir…” 

Reflexión que lo condujo a reformular su autobiografía. En estas circunstancias su esposa Janet le pidió: “… No temas… Expresa tus ideas incluso íntimas, sin ocultar nada…” Y así procedió. 

Entre sus últimas palabras: “… soy un septuagenario que porta una válvula cardíaca que mal funciona, y riñones que apenas trabajan…Pero he tenido una buena vida y he conseguido todo lo que quería, y mucho más de lo que podía esperar…” 

Asimov murió el 6 de abril de 1992.   

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