Putin, los rusos y las costumbres

La pandemia de Covid-19 será recordada como el hecho simbólico y concreto que definió el año 2020 a nivel mundial. La parálisis económica, en conjunto con el aumento del desempleo y el hambre, son las principales consecuencias materiales de este virus que todavía no encuentra cura definitiva. Estas cuestiones reflejan los desafíos que el mundo, en la era de la globalización, tiene que resolver de manera urgente.

No obstante, esta situación sanitaria puso de manifiesto y cristalizó la reconfiguración de las relaciones de fuerzas de los estados nacionales: es decir que hizo explícito y aceleró las luchas de poder en torno a una nueva hegemonía mundial. China y EE.UU. están librando una de las batallas finales en pos de la supremacía.

Ahora bien, es importante aclarar que más allá de esta disputa, el análisis global no debe ser caracterizado como el de un orden bipolar: este es un concepto que responde al momento histórico comprendido entre la finalización de la Segunda Guerra Mundial y la caída del muro de Berlín, conocido como Guerra Fría.

La situación actual, mas allá de las tensiones entre los dos “jugadores más fuertes” es distinta y es clave tenerlo presente. El escenario global contiene a un conjunto de naciones poderosas las cuales deben promover el entendimiento con sus pares en pos de lograr actitudes cooperativas para enfrentar los nuevos problemas, tales como la contaminación del medio ambiente y las migraciones, que necesariamente requieren de respuestas colectivas.

Es por eso que países como India, Sudáfrica y Rusia son jugadores claves a tener en cuenta para el mundo de las próximas décadas. Sobre este último quiero detenerme y analizar su situación política actual y las repercusiones que puede tener en el concierto de naciones.

En 2020, Vladimir Putin cumplió dos décadas al frente del Gobierno ruso y acaba de finalizar un referéndum que aprobó la posibilidad de ser reelecto como presidente hasta el año 2036. Esto implica que Putin podría convertirse en el dirigente que más tiempo pasó al frente del Gobierno, superando a Joseph Stalin.

La cuestión es tratar de comprender como consolidó su poder y porque cuenta con el respaldo popular: exagente de la KGB, desde su llegado al Gobierno se encargó de controlar todos los resortes del Estado y al mismo tiempo de promover una economía en clave capitalista. Una de sus primeras acciones fue permitirle a las principales empresas del país continuar con sus negocios en la medida que no cuestionaran ni se metieran en política: los que se adaptaron siguieron prósperos económicamente mientras que a los rebeldes los denominó oligarcas y les expropió sus propiedades, que pasaron a formar parte de los bienes estatales. Esta situación contribuyó a fortalecer su imagen personal; a que el pueblo lo respalde y a centralizar el poder político en su figura.

En segundo término, el crecimiento económico de sus primeros dos mandatos género y fortaleció a una nueva clase media que lógicamente lo apoya de forma plena.

En el plano estrictamente político, luego de la disolución de la URSS y de atravesar situaciones de inestabilidad institucional en los ‘90, Putin logró reposicionar al país en los principales organismos internacionales y convertirlo en un actor con capacidad de veto o, dicho de otro modo, con capacidad de impedir, aunque no de imponer términos y condiciones.

Asimismo, es clave prestar atención a la evolución política y cultural de la ex URSS. Me refiero al recorrido político y electoral del actual presidente, el cual indica que se terminara presentando nuevamente para ser reelecto y, por otro lado, considerar los cambios culturales vinculados a la generación rusa sub-30: aquellos que nacieron con el muro ya desintegrado; que no presenciaron la Guerra Fría y la vida socialista como elemento constitutivo de la identidad.

Este sector político juvenil acusa a Putin de autoritario y de montar una fantochada democrática; reclaman por la defensa de las minorías, especialmente en lo referido a los derechos sexuales; la incorporación de una agende verde para combatir el calentamiento global y un funcionamiento independiente de la Justicia.

Rusia es un país históricamente asociado a lo colectivo y cooperativo, y es justamente esto lo que está tendiendo a modificarse con las nuevas generaciones que traen consigo nuevos “usos y costumbres”. Por eso es clave detener aquí la lupa y ver si Putin podrá abordar ese desafío dilemático: convertir al país en un actor con capacidad de imponer reglas de juego a las otras potencias y en simultáneo cooptar a las nuevas generaciones que por el momento están en su contra, y así seguir consolidando su poder.

EL ECONOMISTA

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