UN VIAJE A SEFARAD EN BARCELONA

Urdimbre*

Raquel creció en el Buenos Aires de los años 60 en una familia judía no practicante y de izquierdas, en la que los rituales y las tradiciones no ocupaban precisamente un lugar destacado. En su casa sólo se celebraban dos comidas festivas al año: una en primavera, preparada por la Bobe 1 Fani y otra en el otoño preparada por la Bobe Clara. Los augurios eran en idish 2, idioma del que Raquel sólo comprendía algunas palabras sueltas y que sabía usar en el momento adecuado. Para Rosh HaShaná 3 decía guit iur, y gut iontef 4 para Pésaj 5. Esas parecían ser las contraseñas para poder acceder a lo más importante del festejo: los manjares que sólo las abuelas sabían preparar y cuyas recetas guardaban con celo hasta el día en que supieran que no volverían a poner un pie en la cocina. Al entrar en casa de las bobes, el aroma que ya se había apropiado del lugar, era la fiel promesa de ese delicioso regalo.

Al terminar la universidad, Raquel hizo un largo viaje empezando en Nueva York. Llegó en plena temporada navideña y descubrió que en la Big Apple 6 las fiestas judías tenían mucha más visibilidad que en Buenos Aires. Leyó en el periódico un Happy Hannukah 7 por el alcalde y vio el despliegue de los típicos candelabros de ocho brazos con velas de diferentes colores en las ventanas de las casas, despachos y tiendas. Así 

Raquel conoció que la Janucá 8 es la alegre fiesta de las luces y se deleitaba comiendo los típicos buñuelos fritos rellenos de mermelada.

Su siguiente escala fue Barcelona, meses antes de los juegos olímpicos. Un viernes la invitaron a una celebración del shabat 9 en la sinagoga. ¿Una sinagoga en Barcelona? Aceptó con cierta timidez porque era la primera vez que asistía a un servicio religioso. Pero no sería la última.

Para su sorpresa, le resultó en cierto modo placentero a la vez que intrigante. Poco a poco Raquel incorporó ese pequeño ritual con el que ponía fin a su rutina semanal. En esta comunidad hizo sus primeros amigos y se sentía como en familia. De pronto, el año estaba lleno de fiestas, con historia, mensajes, interpretaciones y tradiciones. Pero fuera de este pequeño “nuevo mundo”, a diferencia de Buenos Aires y de Nueva York, seguía sin ver nada judío en la calle, ni tan sólo una indicación en las puertas de la sinagoga.

Raquel disfrutaba explorando la ciudad donde ya había decidido quedarse, y caminaba durante horas buscando sus sitios preferidos. Estudiando una guía urbana, un pequeño espacio de Ciutat Vella llamó su atención: “el Call, antiguo barrio judío”, y decidió acercarse para descubrirlo. Cuál fue su sorpresa al ver que, en ese antiguo barrio tan lleno de historia ¡tampoco había huellas ni señas!

Caminar por el Call se convirtió un nuevo ritual, como si con sus pasos estuviera haciendo un cuidadoso trabajo de arqueología personal que le redundaría en algún descubrimiento. Se acercaba cada vez que tenía algo de tiempo, al punto que conocía esas cinco calles como la palma de su mano.

Ese fin de año Raquel decidió hacer de noche el mismo recorrido que ya conocía de memoria, afinando todos sus sentidos como si fueran una brújula. Tenía la necesidad de capturar, si fuera posible, lo que había sido el espíritu de la Janucá en la Edad Media. En las excavaciones se habían encontrado fragmentos de lamparillas de aceite. ¿Pero qué quedaba de esa fiesta?

Con estos pensamientos y preguntas no le fue muy difícil viajar atrás en el tiempo, y a medida que entraba en el Carrer de la Font, su mente empezó a vagar.

— Aquí estaba el pozo, y allí se ven los restos del arco de la entrada al callejón que llevaba a l’Escola poca …
Un giro en el Carrer de la Volta seguido de otro en el Carrer de la Sinagoga Major para ver, incluso a oscuras, marcas de pequeñas ventanas en los muros de piedra del siglo XIV.

A pesar de conocer el barrio como si siempre hubiera vivido, era en él, la débil luz de la calle no era suficiente para orientarse. Dobló nuevamente a la izquierda y se quedó casi petrificada al ver, en el recodo del callejón, una puerta iluminada con bombillas de colores.callejón.

—Una, dos, tres, cuatro …
Y siguió contando … amarillo, rojo, azul, verde, morado.
¡Había ocho luces sobre esa puerta!
¿Sería posible encontrar alguien que aún celebrara la Janucá en el Call?
Tímidamente e intrigada se acercó algo más. Dentro de la tienda había una señora mayor, de cabellos blancos recogidos en un moño. Llevaba un delantal de grandes bolsillos y estaba ocupada ordenando centenares de pequeños objetos apilados sobre mesas y estantes. Durante un segundo Raquel pensó que era una de sus bobes rusas y sin pensarlo se precipitó dentro del local para darle un abrazo y pedirle un buñuelo. En un instante -que le pareció una eternidad- las luces comenzaron a girar sobre su cabeza alternando con los objetos de la tienda, y ese vértigo junto con el olor a aceite de la churrería del barrio casi la desmayan.
— “Què et passa? Seu i beu un got d’aigua que et sentiràs millor” 10, le dijo la señora mayor.

En cuanto se recuperó se sintió tan avergonzada de su ingenuidad y por la extrañeza ante esa incómoda situación, que tuvo que salir del barrio lo más rápido posible. Avanzó sin detenerse y sin que nada la distrajera en el camino. Aceleró el paso como si escapara de una visión que la perseguía, temerosa de no encontrar la salida de ese ovillo de callejones. 

Un giro a la izquierda en el Carrer Marlet hasta Sant Honorat y después Sant Sever. Aún insegura de qué dirección tomar y sin perder tiempo, giró a la derecha hasta el Carrer del Bisbe y, casi corriendo y sin aliento, se detuvo al llegar a la Plaça de la Catedral y recuperó el aliento. Finalmente volvía a estar en el mundo real, en medio del familiar mercado de Navidad. Le reconfortaba saber que esas paradas se montaban en la misma plaza, sin faltar a la cita desde hacía más de dos siglos, para las fiestas de finales de año.

Después de este episodio Raquel volvió al Call día sí día no. Y cada vez que llegaba a ese rincón buscaba la puerta para verla a plena luz y explicarse qué había más allá de esa primera impresión que le había quedado grabada. Pero nunca encontró nada más que una persiana, como tantas otras en el barrio, que no se abría desde hacía mucho tiempo y estaba tapizada de grafiti.

De esto ya han pasado muchos años, pero Raquel aún no está segura de qué vio esa noche de invierno del 92. En sus esfuerzos por conectar con el nuevo sitio donde vivía, con una tradición recuperada y con el descubrimiento de ese barrio, sospechaba que podría haber sido tan sólo producto de su imaginación, un recuerdo de algo que nunca sucedió.

O tal vez fuera la construcción de una escena en un nuevo territorio. Algo que le ayudaría a reescribir un breve segmento de su historia familiar para poder así tejer la suya propia, agregando una fibra dentro de la enmarañada urdimbre de la memoria.

* Escrito en mi lengua materna. Las palabras en otros idiomas (idish, hebreo, inglés, catalán) están escritas con una fonética que transmite el sonido familiar con que las aprendí.

                         Por Dominique Tomasov Blinder                                  de la revista “Mosaica”

Dominique Tomasov Blinder es arquitecta. Desde 1999 se dedica exclusivamente al estudio, difusión y puesta en valor del patrimonio judío, desde diferentes aproximaciones.                                                    

* Escrito en mi lengua materna. Las palabras en otros idiomas (idish, hebreo, inglés, catalán) están escritas con una fonética que transmite el sonido familiar con que las aprendí.

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