En Francia, un país que solía defender la libertad de expresión, la autocensura va al alza cinco años después del atentado contra la revista satírica Charlie Hebdo. El 7 de enero de 2015, los yihadistas Chérif y Saíd Kuachi asesinaron a 12 personas e hirieron a otras 11 cuando atacaron las oficinas de Charlie Hebdo en París.
«Cinco años después de los asesinatos en Charlie Hebdo y el Hyper Cacher, Francia ha aprendido a vivir con la amenaza islamista», escribió Yves Thréard, director adjunto del diario Le Figaro.
No pasa ni un mes (…) sin que se produzca un ataque asesino al grito de «Alá Akbar» en nuestro suelo (…). Pero ¿cuál es el sentido de combatir los efectos del islamismo si no abordamos los orígenes de esta ideología de la muerte? Sin embargo, en ese frente, la negación sigue compitiendo con la ingenuidad. Nada ha cambiado en los últimos cinco años. Al contrario.
En nombre de la diversidad, la no discriminación y los derechos humanos, Francia ha aceptado una serie de ataques a su cultura e historia… Los islamistas son un tema candente. Continúan la lucha que, incluso sin armas, tiene todo el atractivo de una guerra de civilizaciones. ¿Es el famoso «espíritu de Charlie», que algunas personas creyeron que había surgido tras los atentados de enero de 2015, una mera ilusión?».
Francia ha conmemorado el quinto aniversario del letal atentado yihadista contra la revista satírica Charlie Hebdo que tuvo lugar el 7 de enero de 2015. El mes pasado, la senadora francesa Nathalie Goulet advirtió de la probabilidad de más atentados. «En Francia tenemos un grave problema y necesitamos hacer más para impedir que los extremistas actúen. Tal como están las cosas, habrá más atentados», dijo Goulet.
Se cree que hay 12.000 islamistas radicales en la lista de vigilancia terrorista de Francia, «sin embargo, se cree que sólo una docena está bajo vigilancia las 24 horas».
Esta semana estuvo marcada por una nueva serie de atentados islamistas: la policía hirió a un hombre que blandía un cuchillo en una calle al noreste de la ciudad de Metz, dos días después de que un radical islamista sospechoso del suburbio parisino de Villejuif apuñalara a un hombre y lo matara, un acto que los fiscales están tratando como ataque terrorista. En ambos incidentes, los atacantes gritaron «Alá Akbar». Este tipo de atentado hay sido denominado «yihad ordinaria» en un editorial de Le Figaro esta semana.
El 7 de enero de 2015, los dibujantes y periodistas Cabu, Charb, Honoré, Tignous y Wolinski, la psicoanalista Elsa Cayat, el economista Bernard Maris y el policía Franck Brinsolaron cayeron bajo las balas de los hermanos yihadistas Chérif y Saíd Kuachi. El número especial de Charlie Hebdo por el aniversario en 2020 conmemoró la masacre y criticó a los «nuevos gurús del pensamiento monolítico» que están intentando imponer la censura políticamente correcta.
El estallido de indignación de los ciudadanos franceses, reunidos en París para celebrar una multitudinaria manifestación el 11 de enero de 2015, no fue suficiente para despertar el espíritu de resistencia de los líderes y élites franceses contra el islamismo y sus colaboradores. «Se subestima enormemente la gravedad de la realidad política islamista en Francia», dice el abogado Thibault de Montbrial, presidente del Centro de Estudios de Seguridad Interna de Francia.
En un país que solía defender la libertad de expresión, la autocensura va al alza. «Para los humoristas de Francia, siempre es fácil hacer bromas con el papa y los católicos, siempre es fácil hacer bromas con los judíos, siempre es fácil hacer bromas con los protestantes», confiesa Patrick Pelloux, veterano columnista de Charlie Hebdo. Pero con el islam no es fácil. «Sentimos que esta religión da miedo. La palabra ‘islam’ da miedo y, en esa parte, los terroristas han ganado». La sumisión está ganando.
Mientras que las cárceles francesas se han convertido en un caldo de cultivo para los yihadistas, la islamización de los suburbios de las ciudades, las banlieues, avanza a toda velocidad. El semanario Le Point dedicó hace poco una portada a «los territorios conquistados por los islamistas». En muchas de esas áreas, arrecia la violencia; 1.500 coches fueron quemados allí en Nochevieja. En un libro recientemente publicad, Les territoires conquis de l’islamisme (Los territorios conquistados por el islamismo), de Bernard Rougier, profesor de la Universidad de la Sorbona Nueva y director del Centro de Estudios Árabes y Orientales, explica que el islamismo es un «proyecto hegemónico» que está fragmentando los barrios de clase obrera. Estos «ecosistemas», afirma, funcionan sobre una «lógica de la ruptura» de la sociedad francesa, sus valores e instituciones, y se construyen en las mezquitas, las librerías, los clubs deportivos y los restaurantes halal.
Hugo Micheron, investigador en la Ecole Normale Supérieure, dijo que los yihadistas están cómodos en un «aislamiento territorial y comunitario». «Hoy, la visibilidad del islam en Francia está saturada por el velo y la yihad», dijo el presidente del Consejo Superior de Programas del Ministerio de Educación.
Mientras los predicadores y reclutadores islamistas están afuera en la calle, buscando a las mentes débiles que formaran la línea frontal de su guerra santa, el islam político también forma listas electorales en los suburbios de Francia. El presidente francés, Emmanuel Macron, se opuso a prohibir a estas organizaciones políticas. «Francia es una república islámica en ciernes», señaló el novelista argelino Bualem Sansal. En esos «territorios», dijo, viven muchos de los terroristas que atacan Francia, desde los hermanos Kuachi de Charlie Hebdo a los yihadistas que asesinaron a multitud de personas en la sala Bataclan.
Dos poblaciones que viven «lado a lado» podrían verse pronto «cara a cara», dijo Gérard Collomb, exministro del Interior. Tenía razón. Los islamistas también se encuentran en las instituciones públicas.
Los islamistas, además, han reclutado a decenas de soldados franceses y exmilitares que se han convertido al islam. Muchos provienen de unidades de mando y tienen experiencia en el manejo de armas y explosivos. Francia se está convirtiendo en una «sociedad de la vigilancia» en su lucha contra la «Hidra» de la militancia islamista, como dijo Macron.
En los cinco años transcurridos desde la masacre en Charlie Hebdo, cuyo objetivo era la libertad de expresión, los islamistas han podido cometer atrocidades contra objetivos como un sacerdote en una iglesia católica en Rouen; una fiesta nacional laica (el atentado en Niza el Día de la Bastilla); las comunidades judías (desde París a Toulouse) y gente común. El pasado octubre, un islamista atentó en uno de los edificios más seguros de Francia: el monumental cuartel general de la policía de París, cerca de la catedral de Notre Dame, donde asesinó a cuatro de sus compañeros. «Este es un importante punto de inflexión en el terrorismo islamista», dijo Gilles Kepel, experto en Oriente Medio y el yihadismo.
«Es difícil creer que la policía, de la que dependemos para que nos proteja y que se supone que debe ser nuestra última muralla contra el terrorismo, pueda ser su víctima, y que haya degollamientos en la sacrosanta prefectura de Policía.»
A raíz del atentado, se les confiscaron las armas a siete policías «sospechosos de radicalización».
«Tengo la impresión de que nuestras defensas inmunes se han venido abajo y que el islamismo está ganando», dice el escritor francés Pascal Bruckner.
«Sus principales exigencias se han cumplido: nadie se atreve ya a publicar caricaturas de Mahoma. Predomina la autocensura (…) El odio se dirige contra los que se resisten a ocultar la información, en vez de a quienes la ocultan. Por no hablar de la psiquiatrización del terrorismo, con el fin de exonerar al islam. Si a principios de la década de 2000 nos hubiesen dicho que en 2020 unos 20 dibujantes e intelectuales franceses estarían bajo protección policial, no nos lo habríamos creído. Se ha elevado el umbral de la servidumbre.»
Cinco años después de los asesinatos terroristas en Charlie Hebdo, la libertad de expresión es menos libre en Francia. «Nadie publicaría hoy las viñetas de Mahoma», dijo hace poco Philippe Val, exdirector de Charlie Hebdo.
«Durante los últimos cinco años, he estado yendo a la comisaría una vez al mes, más o menos, a presentar una denuncia por amenazas de muerte; no insultos: amenazas de muerte», dice Marika Bret, periodista de Charlie Hebdo.
En París, cinco años después de los asesinatos en Charlie Hebdo, hubo una manifestación para protestar, no contra el terrorismo, sino contra la «islamofobia». «Voltaire se desvanece ante Mahoma, y la Ilustración ante la sumisión», escribió el escritor Éric Zemmour. Y Qatar sigue financiando libremente la construcción de mezquitas francesas.
En 2017, dos años después de que varios judíos fueran asesinados en un atentado contra un supermercado kosher en París, Sarah Halimi, judía, fue torturada y asesinada en su apartamento de París por su vecino, Kobili Traoré, que estaba gritando «Alá Akbar». Un tribunal de apelaciones dictaminó que Traoré, a causa de que había fumado cannabis, no tenía «responsabilidad penal» sobre sus actos. Como dijo Haim Korsia, jefe rabino de Francia, es una «licencia para matar judíos».
«El antisemitismo es hoy tan evidente que sería difícil ocultarlo sin caer en el ridículo», dijo el historiador Georges Bensoussan. «Lo que es tabú son los antisemitas», queriendo decir que hoy, en Francia, es tabú decir que el islamismo es la fuente más importante de antisemitismo.
Una semana después del atentado en Charlie Hebdo, donde nueve de sus miembros fueron asesinados y otros cuatro, heridos, la revista publicó una portada que representaba al profeta del islam con una lágrima en la mejilla, y diciendo: «Tout est pardonné» (Todo está perdonado). Cinco años más tarde, no parece que en realidad se haya perdonado todo. Entonces, muchos dijeron con orgullo: «Yo soy Charlie». La mayoría ha demostrado que no lo son.
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