Jorge Luis Borges, el judaísmo e Israel
Jorge Luis Borges siempre quiso tener raíces judías. Fue autor de invaluables piezas y un verdadero defensor de Israel y de los judíos. Fue inspirado por la sabiduría judía y reconocedor de la Biblia. Visitó Israel como invitado del premier Ben Gurión.
Escribió El Aleph y Ficciones. Considerado como uno de los padres de la literatura universal del Siglo XX y con innumerables reconocimientos por todo el mundo, siempre lamentó no haber sido judío.
Durante la Guerra de los Seis Días, en 1967, Borges tomó partido por Israel, sin duda porque lo fascinaba el carácter casi fabuloso y épico de la empresa guerrera que había encarado la joven nación.
Le dijo a quién fue el primer ministro israelí David Ben Gurión, con quien tuvo un histórico encuentro en Buenos Aires: “Más allá de los azares de la sangre, todos somos griegos y hebreos”. Borges hacia pública su admiración por la sabiduría judía, en especial de la filosofía de Baruch Spinoza, holandés y judío sefardí. También hacía eco de su admiración y fascinación de la cábala hebrea, en especial de Gershom Scholem, autoridad del tema y de Martin Buber en segunda instancia.
El entusiasmo de Borges por la Israel guerrera lo llevó a escribir dos poemas, uno al calor de la batalla:
¿Quién me dirá si estás en el perdido
Laberinto de ríos seculares
De mi sangre, Israel?
Salve, Israel, que guardas
la muralla
De Dios, en la pasión de tu batalla.
(A Israel, 1967)
Escribe otro, una semana más tarde, coronando la victoria israelí:
Un hombre condenado a ser el escarnio,
la abominación, el judío,
un hombre lapidado, incendiado
y ahogado en cámaras letales,
un hombre que se obstina en ser inmortal
y que ahora ha vuelto a su batalla,
a la violenta luz de la victoria,
hermoso como un león al mediodía.
(Israel, 1967)
En 1969 el Gobierno de Israel, lo invitó a visitar el.país: “Pasé diez días muy emocionantes en Tel Aviv y Jerusalén… Volví con la convicción de haber estado en la más antigua y en la más joven de las naciones, de haber venido de una tierra viva, alerta, a un rincón medio dormido del mundo”. En aquellos días escribe estos versos que no pueden ser más justos:
Serás un israelí, serás un soldado,
Edificarás la patria con ciénagas;
la levantarás con desiertos.
Trabajará contigo tu hermano,
cuya cara no has visto nunca.
Una sola cosa te prometemos:
tu puesto en la batalla.
(Israel, 1969)
En 1971 se le entregó el Premio Jerusalén, esa ciudad que fascinó a Borges y que como el decía es la ciudad más anhelada en todo el mundo por los hombres históricamente.
Borges cultivó grandes amistades con judíos. Su relación con Bernardo Ezequiel Koremblit hizo que se acostumbrara trabajar durante casi dos años en la sede de la Sociedad Hebraica Argentina. Había culminado su ciclo como director de la Biblioteca Nacional, y el despacho de Koremblit lo aislaba convenientemente de los importunos, de los ruidos y del trajín que a menudo perturban el trabajo.
En una ocasión en que el escritor no pudo asistir a una reunión a la que lo había invitado el Instituto de Intercambio Cultural y Científico Argentino Israelí por un viaje impostergable, envió estas líneas afectuosas:
Queridos amigos:
No me perdono mi inevitable ausencia. Quiero repetir que de algún modo estoy con ustedes, íntimamente, esencialmente. Sólo nos alejan las circunstancias, que son, según se sabe, ficciones. Un perdurable abrazo. Jorge Luis Borges.
Durante mucho tiempo, Borges indagó en su genealogía la presencia de algún antepasado judío. Estaba convencido de que a través de la línea materna, la de los Acevedo, su sangre se encontraba con un pasado sefardita. Se amparaba en una referencia de Ramos Mejía, quien en Rosas y su tiempo demuestra que todos, o casi todos los apellidos principales de la ciudad, por aquel entonces, procedían de cepa hebreo-portuguesa, y enumera entre ellos el de los Acevedo.
Si la línea materna lo filiaba al judaísmo, tal como corresponde a la tradición, por el lado de la sangre, la línea paterna lo filiaba por el lado de la letra: “Yo llegué muy pronto a venerar a la cultura hebrea porque una de mis abuelas era inglesa y sabía la Biblia de memoria. Alguien citaba una sentencia bíblica y ella daba inmediatamente el capítulo y el versículo… la Biblia entró en mí muy tempranamente”.
Borges nunca dejó de subrayar la deuda que la literatura occidental tiene con la cultura hebrea. Reconocer esa deuda en su propia literatura, lejos de pesarle lo enorgullecía. Según José Luis Najenson, Borges no era judío ni cabalista, pero envidió ambas pesadas cargas con afán. La mística judía ejerció en él fascinación; estudió con detenimiento a Guérshom Schólem, a quien llamó maestro, y se jactaba de haber sido “el primero y muy imperfecto traductor de la obra de Martín Búber”.
Es conocida la relación de profundo respeto y admiración que Borges tenía con Rafael Cansinos Assens (escribió el libro “El candelabro de los siete brazos”), a quien consideraba otro de sus maestros.
La Cábala constituye uno de los motivos centrales en la identificación de Borges con el judaísmo. Sostenía que los cabalistas no habían escrito para facilitar la verdad, sino para insinuarla y estimular su búsqueda.
En El Gólem, uno de los poemas más clásicos de la lírica de Borges, trata del hombre que sueña y comprende que es a su vez el sueño de otro ‐de Dios- y el jugador de ajedrez que es a su vez la pieza de un juego Divino.
En una entrevista Borges dijo: “He hecho lo mejor que pude para ser judío. Pude haber fracasado… Si pertenecemos a la civilización occidental, entonces todos nosotros, a pesar de las muchas aventuras de la sangre, somos griegos y judíos… Muchas veces me pienso judío, pero me pregunto si tengo derecho de hacerlo”. No es seguro que Borges tuviera esas raíces, lo que sí es seguro es que Borges eligió tenerlas.