La semana pasada se cumplieron cinco años del discurso del primer ministro Benjamín Netanyahu en una reunión conjunta del Congreso sobre el acuerdo nuclear con Irán, luego de que tomara la forma del JCPOA (siglas en inglés del Plan Exhaustivo de Acción). El discurso sigue siendo controvertido. Partidarios del acuerdo todavía se quejan de que el entonces presidente de la Cámara y el embajador israelí invitaran al Congreso a espaldas de la Casa Blanca.
En Jerusalén, esta queja siempre pareció bastante sustentada. El pecado original (aunque ciertamente no el último) de las negociaciones nucleares de Estados Unidos con Irán fue que comenzaron en secreto, a espaldas de Israel. Ninguno de los países más amenazados por Irán fue notificado de las conversaciones que estaban teniendo lugar. Nos horrorizó saber, gracias a fuentes de inteligencia, que nuestro mayor aliado negociaba en secreto con nuestro mayor enemigo, acerca de la amenaza más grave que enfrenta el Estado judío. Cuando se les preguntó directamente sobre las reuniones nuestros colegas estadounidenses no respondieron sinceramente.
En marzo de 2015 el JCPOA todavía estaba a unos pocos meses de su conclusión. Los partidarios y opositores del acuerdo se basaron en evaluaciones prospectivas, sus mejores conjeturas sobre los meses y años venideros. Netanyahu fue al Congreso para presentar la mejor conjetura de Israel sobre las implicaciones del JCPOA.
Netanyahu advirtió sobre tres peligros derivados del acuerdo. Primero, argumentó que «los vecinos de Israel, los vecinos de Irán, saben que Irán se volverá aún más agresivo y patrocinará aún más el terrorismo cuando su economía esté liberada…». En segundo lugar, dejar a Irán con una infraestructura nuclear expansiva y en crecimiento, innecesaria para un programa energético pacífico, en vista de que su investigación y desarrollo de centrífugas avanzadas no se tocó, pondría a Teherán «a semanas de tener suficiente uranio enriquecido para todo un arsenal de armas nucleares» cuando las restricciones del acuerdo se levantaran después de 10 a 15 años. En tercer lugar, el acuerdo sería «una despedida del control de armas» porque los vecinos de Irán insistirían en tener las mismas capacidades para ellos mismos, lo que podría conducir a una carrera armamentista nuclear regional.
Los defensores del acuerdo apostaron a que un Irán enriquecido y comprometido se moderaría antes de que expiren las restricciones del acuerdo y, en cualquier caso, quedaba obligado a renunciar a las armas nucleares.
Hoy, ya no tenemos que adivinar. Tenemos cinco años de experiencia para comparar con las evaluaciones de 2015. Ahora sabemos que el sombrío pronóstico de Netanyahu ha demostrado ser el más profético.
Los defensores del acuerdo afirman que Irán se volvió más agresivo después de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se retiró del JCPOA. Esto es cierto, pero también es un punto de partida engañoso e impulsado por la agenda. Ignora el aumento de la agresión de Irán en toda la región que acompañó la implantación del acuerdo. Qasem Soleimani (a quien el JCPOA levantó algunas sanciones) impulsó los esfuerzos de Irán para sembrar discordia, terror y derramamiento de sangre en Yemen, Siria, Irak, Líbano, Gaza y en las vías acuáticas de la región.
Después de que el acuerdo entró en vigencia y los activos previamente sancionados se descongelaron, el presupuesto de defensa de Irán (del cual alrededor de dos tercios se destinó al Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica) aumentó en un 30% a 40%. Los fondos que Irán entregó a Hezbolá, Hamás y otros grupos terroristas ascendieron a casi $1 mil millones anuales.
Irán continuó ignorando sus obligaciones sobre el desarrollo de misiles y la exportación de armas. La Guardia Revolucionaria comenzó a tratar de establecer una presencia militar permanente en Siria, desde la cual lanzaron ataques con aviones no tripulados y misiles contra Israel. Los ataques hutíes contra Arabia Saudita, utilizando misiles iraníes, se aceleraron. Solo dos meses después de que finalizara el acuerdo, Rusia desplegó sus fuerzas junto con las de un Irán recientemente legitimado en Siria.
Podemos especular qué habría pasado si Estados Unidos no se hubiera retirado del acuerdo en mayo de 2018, pero para entonces estaba bastante claro que, en lugar de comprar la moderación de Irán, el JCPOA había financiado la agresión de Irán.
La ex administración de los Estados Unidos, así como los ex y actuales funcionarios de la UE sostienen que el JCPOA estaba funcionando. Estamos de acuerdo en que el acuerdo estaba haciendo exactamente lo que estaba destinado a hacer: permitió que Irán continuara enriqueciendo uranio, mientras desarrollaba tecnología de centrífuga cada vez más avanzada y misiles con capacidad nuclear.
Es por eso que, antes de que Estados Unidos se retirara del JCPOA, los países de Medio Oriente comenzaron a competir por la posición en anticipación de un Irán con armas nucleares: Arabia Saudita se ha negado a comprometerse a no enriquecer uranio. Los funcionarios de los EAU expresaron dudas sobre su propia promesa de renunciar al ciclo del combustible nuclear. El creciente interés de Egipto y otros estados en tecnologías relevantes para las armas nucleares ha sido más silencioso pero no menos genuino. El otoño pasado, el presidente de Turquía expresó su deseo de tener no solo el ciclo del combustible sino también las armas nucleares.
Más dramáticamente, a principios de 2018, la inteligencia israelí adquirió el «archivo atómico» de Irán. A pesar de las promesas de «transparencia robusta», ahora sabemos que en los meses posteriores a la conclusión del JCPOA, Irán aceleró sus esfuerzos por recolectar, organizar y ocultar este enorme tesoro de materiales que detalla su extenso trabajo para desarrollar y producir armas nucleares. El descubrimiento del archivo puso al descubierto tanto las intenciones a largo plazo de Irán como los muchos defectos del JCPOA.
Los materiales de archivo documentan meticulosamente el proyecto de armamento nuclear de Irán, que estaba más avanzado de lo que se entendía anteriormente. Sin embargo, el JCPOA, de 159 páginas, aborda el uso de armas en una sección de apenas media página y carece de lenguaje operativo con respecto a la inspección o a sanciones por violaciones. La sección es inocua, es solo uno de los vacíos en las «inspecciones sin precedentes» del acuerdo. Más de un año y medio después de la implantación del acuerdo el director general de la Agencia Internacional de Energía Atómica dijo, diplomáticamente, que las herramientas para verificar esta sección eran «limitadas». Dado el detallado despliegue en otras secciones del JCPOA, parece que los autores del acuerdo pretendían que esta crítica sección fuera declarativa, no obligatoria. Las miles de páginas del archivo [atómico] muestran cuán imprudente fue eso.
La PRECISIÓN de las predicciones de Netanyahu no fue el resultado de una buena inteligencia, una comprensión más profunda de Irán o cualquier percepción diplomática especial. Él simplemente se dio cuenta de que Estados Unidos había reducido los objetivos. Altos funcionarios de la administración continuaron diciéndole a sus homólogos israelíes que el objetivo era desmantelar el programa de armas nucleares de Irán. Sin embargo, quedó claro que los objetivos de la Casa Blanca eran mucho menores: concluir un acuerdo como un logro diplomático heredado y evitar que Irán obtenga armas nucleares en el corto plazo. Resolver el problema nuclear iraní había dado lugar a posponerlo y monitorearlo, mientras tanto, crecía y ganaba legitimidad internacional. La evidencia de este cambio de política fue gradual, pero finalmente abrumadora.
Hubo muchos indicios de la importancia simbólica que la Casa Blanca atribuía a llegar a un acuerdo con Irán. En enero de 2014, por ejemplo, el asesor adjunto de seguridad nacional, Ben Rhodes, dijo a un grupo de activistas progresistas: “Esto es probablemente lo más importante que hará el presidente Obama en política exterior en su segundo mandato. Esto es atención médica para nosotros, solo para ponerlo en contexto”. Los negociadores nucleares iraníes que leen la cita de Rhodes, sin duda, también sabían cómo ponerla en contexto: a pesar de toda la presión sobre Teherán, estaba claro que Estados Unidos quería un acuerdo aún más de lo que Irán lo necesitaba.
Tal vez la prueba más condenatoria de las prioridades cambiantes de la Casa Blanca podría verse en las falsedades que nos dijeron los funcionarios de la administración, mientras renunciaban a sus posiciones de negociación más fundamentales ante los iraníes. Si bien se nos prometió repetidamente que cualquier acuerdo final dejaría a Irán con cero uranio enriquecido y cero centrifugadoras, el presidente ya había decidido satisfacer la demanda iraní de enriquecimiento de uranio. Un alto funcionario de la Casa Blanca llegó más tarde a Jerusalén y aseguró a Netanyahu directamente que el tiempo crítico nuclear de Irán se mediría en años (el funcionario enfatizó el plural). Sin embargo, los autores del JCPOA se jactarían más tarde del plazo de un año que el acuerdo dudosamente había garantizado. Se nos dijo en muchas ocasiones, inclusive por el propio presidente, que «ningún acuerdo era mejor que un mal acuerdo». Ahora, el equipo de negociación de EE. UU. se estaba precipitando en un mal acuerdo, según los estándares de Estados Unidos.
Las dramáticas concesiones dejaron en claro a los tomadores de decisiones en Israel que la administración había santificado el hecho de lograr un trato a expensas de la efectividad del mismo. Las mentiras estaban destinadas a mantener la oposición israelí al acuerdo bajo control hasta que fuera demasiado tarde.
Todo esto apuntaba a un acuerdo que no resolvería el desafío nuclear iraní, sino que lo convertiría en el mayor problema para otra persona en el futuro.
El propio presidente confirmó la evaluación y preocupaciones de Israel, y le dijo a NPR, aproximadamente un mes después del discurso: «Lo que es un temor más relevante sería que en el año 13, 14, 15, tengan centrifugadoras avanzadas que puedan enriquecer uranio con bastante rapidez. Y en ese punto, los tiempos críticos se habrían reducido casi a cero». El primer ministro lo había evaluado bien.
Las consecuencias del discurso fueron vistas por los políticos estadounidenses como el lamentable efecto secundario de una decisión con implicaciones de vida o muerte para Israel. En este sentido, fue similar a la decisión de Menachem Begin de 1981 de destruir el reactor de Osirak en Irak. La importancia de evitar que Saddam Hussein adquiera armas nucleares llevó a Begin a arriesgarse y luchar con las críticas mordaces de la administración estadounidense (y de otros) después del ataque. Begin creía que no tenía elección.
Netanyahu tampoco tuvo otra opción. Después de que la administración estadounidense cedió a las demandas de Irán, trató repetidamente de engañar a Israel e ignoró las advertencias privadas y públicas del primer ministro sobre la dirección que encabezaba el JCPOA, era su deber y estaba moralmente obligado a pronunciar el discurso. Tuvo que hacer todo lo posible para evitar una mayor agresión iraní y una carrera armamentista regional y, sobre todo, para evitar que un régimen que llama a la aniquilación de Israel adquiera los medios para convertir esos diseños asesinos en acciones, no solo ahora, sino a muy largo plazo. Ningún líder responsable podría dejar pasar la oportunidad de hacer un último esfuerzo, posiblemente desde el estrado más importante en los Estados Unidos, e incluso en el mundo, para evitar lo que su país ve como un desastre inminente.
En ese momento los defensores del acuerdo acuñaron el pegajoso argumento de que la alternativa al JCPOA era la guerra. También estaban equivocados al respecto. El primer ministro entendió que este mal acuerdo haría más probable la guerra en el Medio Oriente y aumentaría el peligro de que eventualmente el programa de armas nucleares iraní tuviera que ser destruido por la fuerza. Sabía que si ese terrible día llegara, independientemente de quién dirijiera Israel, él o ella tendría que ser capaz de recordar el discurso y decir que hicimos todo lo posible para evitar ese resultado trágicamente predecible.
Jonathan Schachter fue asesor de Política Exterior del primer ministro de Israel de 2015 a 2018.
El general de Brigada (Ret.) Prof. Jacob Nagel es investigador principal visitante de la Fundación para la Defensa de las Democracias y profesor visitante de la Facultad de Ingeniería Aeroespacial Technion, fue asesor de Seguridad Nacional (en funciones) del primer ministro de Israel y jefe del Consejo Nacional de Seguridad de 2016 a 2017.
El mayor general (retirado) Yaakov Amidror es miembro senior de Rosshandler en el Instituto de Estudios Estratégicos de Jerusalén (JISS), miembro distinguido del Centro Gemunder de Defensa y Estrategia de JINSA en Washington, DC, y fue asesor de Seguridad Nacional del primer ministro de Israel y jefe del Consejo de Seguridad Nacional de 2011 a 2013.
Este artículo fue escrito y publicado por el General Amidror junto con Jacob Nagel y Jonathan Schachter