El virus Covid-19 aún no ha golpeado al Líbano tan duro como a otras naciones, pero nadie se sorprenderá si termina haciéndolo. Encajado entre la devastada Siria y el dinámico Israel, el pequeño Líbano está en mal estado de salud económica, con la deuda en auge, la inflación disparada, el paro aumentando, las reservas de divisas cayendo y la moneda local erosionándose. El suministro de agua y luz no es está asegurado, y los hospitales carecen de recursos para abonar los salarios de sus trabajadores y los materiales que precisan.
Este mes, el Líbano no ha podido devolver –por primera vez– 1.200 millones de dólares de eurobonos. “¿Cómo vamos a poder pagar a los acreedores, si en la calle la gente no tiene dinero para comprar un pedazo de pan?”, se preguntaba el primer ministro, Hasán Diab. En torno al 40% de los libaneses son pobres, y según el Banco Mundial tal porcentaje podría llegar al 50 en breve.
Quizá el Líbano no presentara tan mal aspecto si no hubiera sido infectado por Hezbolá, agente contagioso iraní.
Los gobernantes de Irán crearon Hezbolá a principios de la década de los 80 del siglo pasado; procuraron al “Partido de Dios” financiación y adiestramiento (del que se encargaron 1.500 miembros de la Guardia Revolucionaria Islámica). El poderío de Hezbolá no ha hecho sino crecer desde entonces. Su sed de sangre ha permanecido intacta. Daré a continuación algunos ejemplos.
– En 1983, siguiendo órdenes de Teherán, atentó contra la embajada norteamericana y las instalaciones de los Marines en Beirut, provocando la muerte a 258 estadounidenses.
– En los años 90, de nuevo al dictado de Teherán, atentó contra objetivos judíos en la Argentina. Algunos de sus operativos han presumido de ello.
– Tal y como ha confirmado un tribunal especial de la ONU, en 2005 utilizó 2.200 toneladas de TNT para asesinar al primer ministro libanés Rafik Hariri y a 21 miembros de su comitiva mientras circulaba por Beirut.
– En 2006, arrastró al Líbano a una guerra de 34 días con Israel. Murieron un millar de libaneses y 165 israelíes. La resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que interrumpió el conflicto urgió al desarme de Hezbolá. Ni que decir tiene que ni siquiera se ha intentado.
– En 2008, forzó al Gobierno libanés a firmar un acuerdo para ‘compartir el poder’ que en la práctica dio a la organización terrorista poder de veto sobre todas las decisiones adoptadas por Beirut. Desde entonces, cada vez son menos las decisiones de importancia que se toman al margen de Hezbolá.
Ciertamente, el caudal de financiación que va de Teherán a Beirut ha perdido volumen desde que la Administración Trump lanzara su campaña de máxima presión contra los teócratas iraníes. Pero Hezbolá sigue en buena forma. La razón: sus lazos con cárteles de la drogas sudamericanos y con otras organizaciones criminales internacionales.
Esas lucrativas relaciones han sido ampliamente investigadas y documentadas por Emanuele Ottolenghi, mi colega de la Fundación para la Defensa de las Democracias (FDD). El presidente Barack Obama desmanteló una iniciativa legislativa, la operación Casandra, que tenía por objetivo quebrar las alianzas narcoterroristas; lo hizo para facilitar la firma del acuerdo nuclear con los gobernantes iraníes que había pergeñado.
¿Qué podría hacer que el Líbano empeorara aún más? Una nueva guerra con Israel, por ejemplo.
En la actualidad, Hezbolá tiene 150.000 misiles apuntando a Israel. Hay que destacar que muchos de ellos han sido instalados en escuelas, hospitales, mezquitas y hogares, para que los israelíes, si optan por defenderse, tengan que matar a un gran número de civiles libaneses, lo que proveería a Hezbolá de material para entregar a los medios y organizaciones internacionales ansiosos por arremeter contra Israel mientras ignoran que el uso de escudos humanos viola claramente la legalidad internacional.
Israel ha consentido hasta la fecha este acaparamiento misilero, en la confianza de que su sistema defensivo Cúpula de Hierro puede impedir que la mayoría de los proyectiles alcancen núcleos de población.
Ahora bien, últimamente Hezbolá está sustituyendo sus misiles bobos, relativamente fáciles de interceptar, por proyectiles teledirigidos de precisión (PTP), cuyas trayectorias pueden ser modificadas en vuelo, lo que los hace más esquivos y precisos. En número suficiente, podrían desarbolar la Cúpula de Hierro.
Si los PTP iraníes de Hezbolá consiguieran infligir bajas masivamente, la guerra a gran escala entre Israel y el Líbano sería inevitable.
Los PTP se producen en fábricas del Líbano y Siria, que Israel bombardea siempre que puede. Pero los misiles bobos pueden igualmente ser transformados en armas inteligentes por técnicos formados en Irán, y con instrumental iraní que costa sólo 15.000 dólares por proyectil. Se estima que Hezbolá tiene en estos momentos entre tres docenas y 300 PTP, a los que agrega uno cada día, día y medio.
Tarde o temprano, puede que Israel decida que necesita ir más allá de matar cocodrilos y empiece a drenar el pantano. Así, el mes pasado anunció que estaba conformando un nuevo comando militar dedicado a planear contraofensivas que se centren no en las marionetas libanesas –si me permiten cambiar de metáfora– sino en quienes mueven los hilos en Teherán.
El tratamiento para la recuperación del Líbano no es difícil de prescribir. En asociación con el FMI, su Gobierno podría emprender reformas económicas de carácter estructural que le hicieran poder aspirar a recibir préstamos y subvenciones por valor de miles de millones de dólares. Los bancos libaneses que gestionaran las finanzas ilícitas de Hezbolá podrían ser sancionados o clausurados. Y habría que atajar la corrupción.
Las Fuerzas Armadas Libanesas podrían reafirmar la soberanía libanesa sobre el territorio nacional, eliminar los misiles que amenazan a Israel y desarmar a Hezbolá, insistiendo en que ésta ha de transformarse en un partido político que compita con los demás y deje de ser milicia amenazadora que presta obediencia a un régimen extranjero.
Nada de lo anterior es remotamente probable. El virus Hezbolá ha debilitado al Líbano hasta tal punto que el País del Cedro no puede recuperarse por sí solo. Como de costumbre, la ONU y la comunidad internacional no hacen nada útil al respecto.
Así las cosas, lo que cabe esperar es que la lacra se extienda. De hecho, ya lo ha hecho. Terroristas, criminales y sus patronos neoimperialistas de Teherán llevan la muerte y la destrucción a Siria, Irak, el Yemen, Gaza… A todas partes. Hay maneras de acabar con estos vectores de transmisión, pero ninguna es fácil e indolora.
© Versión en español: Revista El Medio