Nos sumergimos en el futuro retrocediendo (Walter Benjamin)
No todo lo que brilla es oro recita el dicho popular, y esto bien lo podemos aplicar en la persona de Josef Mengele. Nace en 1911 en Gunzberg, en la zona de la Selva Negra, Alemania, es el hijo mayor de un acaudalado terrateniente, su padre fabricaba equipos para el agro y además era ingeniero.
Este hombre nacido en el seno de una familia burguesa, bien educado y que de niño poseía un talento para la música y el teatro, era imposible de creer que años más tarde se afiliaría al partido nazi y sería apodado en Auschwitz “el ángel de la muerte” dada su crueldad y su modo sádico de atender a los allí hacinados bajo su mando en el laboratorio de experimentación con humanos.
En 1930 Mengele se matricula en Munich en la Universidad de antropología y medicina. Empieza a interesarse en la mejora de la herencia y la aplicación de la eutanasia. En 1935 recibe un doctorado en antropología y su tesis se basa en la diferencia de grupos étnicos acorde a la forma de la quijada. Un año después recibe su licencia para ejercer como médico. Como podemos observar se trata de un sujeto estudioso, preparado, culto, investigador, en fin, se podría vaticinar que habría de dedicar tanto saber a mejorar el sufrimiento de los humanos, pero lamentablemente no fue así.
Ingresa como investigador en el Instituto para la Biología Hereditaria y Pureza Racial de la Universidad de Frankfurt. Esta decisión lo iría encaminando a ser un ferviente nazi, sádico, experimentador sobre los “sub humanos” llamados así los judíos, gitanos, enanos, negros, homosexuales, y serán tratados cual ratas de laboratorio.
Se convierte en el estudiante favorito del Profesor Freiherr Otmar von Vershuer, un reconocido genetista amén de un ferviente admirador de Hitler. En 1937 Josef Mengele se afilia al partido nazi y un año más tarde en las SS. Recibe un segundo título de doctorado por los estudios en los casos del labio leporino y el paladar hundido que según él devenían debido a irregularidades hereditarias junto a otras anomalías heredadas tales como la idiotez o el enanismo. Y esta pasión investigadora hace que recale en Auschwitz donde sus experimentos son financiados por el laboratorio I.G. Farbenindustrie, hoy la Bayer.
Luego de dos años en el frente ruso, donde es herido, finalmente el 30 de marzo de 1943 pide ser enviado a Birkenau para experimentar allí de forma ilimitada, a sus anchas, con el suministro de humanos que llegaban cargando su desesperación y desánimo, y que la excusa de este “investigador” era que igual irían a las cámaras de gas, así que mejor es prestar con sus servicios médicos en beneficio de la humanidad, total son “bichos racialmente indeseables”.
Era tal su pasión desmedida, no sólo la científica, sino la de ejercer su poder supremo y malicioso sobre los pobres y desahuciados entonces, los esperaba con fruición en la rampa de Auschwitz, esos vagones cargados con “sus preciados tesoros”, los cuales seleccionaba a saber: jorobados, tontos, hermafroditas, gigantes, enanos, obesos, mujeres corpulentas, y cualquiera que sufriera algún desorden de crecimiento formaban parte de su lista, pero sus dilectos eran los gemelos y los mellizos.
Su mentor el Profesor von Vershuer siempre hacía énfasis que de tener al alcance a una familia completa era de mayor valor científico su examen e investigación, siendo así, cuando llegan de Hungría la familia completa de los enanos y no enanos Ovitz, al estar todos juntos como núcleo familiar no le alcanzaron las palabras y su gozo fue de tal fruición que ni lo pudo disimular según los testigos médicos que lo acompañaron. Lamentablemente este criminal de guerra, supuestamente científico, jamás fue apresado, vivió cómodamente en la Argentina, y finalmente es encontrado muerto, ahogado en las playas de San Pablo, por otro criminal nazi.
Pareciera que la guerra trastocó todos los valores aceptados y conocidos entre los hombres, pero igualmente no lo aceptamos como justificativo. En el caso de Mengele obvia y deja caer su juramento hipocrático en cuando a prestar sus servicios al doliente no importando sus credos o razas. Hombres que parecían personas respetables dan a ver su cara más feroz dejando a la vista su verdadera esencia, dejan de seguir aparentando ser buenos vecinos y personas solidarias y en su lugar asoma un codicioso ladrón amén de delator de sus vecinos judíos.
Para Elie Wiesel, la guerra le evoca la imagen de un padre que se marcha diciendo adiós a sus hijos quedando éstos a la deriva, sin familia, y sin quienes los alimentaran, escena que se volvió a repetir en Bosnia en la década de los 90 donde cientos de niños fueron dejados a la deriva, enfermos, hambreados, abandonados incluso por las enfermeras. Un horror.
La guerra confronta a cada uno con lo más profundo y sincero de si: el que ayuda, el que comparte la hogaza de pan, el que se arriesga por esconder a los perseguidos, ya sean judíos, gitanos o desertores políticos. Y los que no hacen nada de eso.
Francois Miterrand dice que “en la guerra estallan todas las estructuras de la sociedad, desaparece todo lugar fijo y que multitudes completas giran y giran sin saber mucho dónde ir”. Se rompe el destino y el horizonte conocido. El tenía 23 años cuando comenzó la guerra y estaba haciendo el servicio militar y define esa época con estas palabras, “el nazismo es una ideología, nos parecía que esa fuerza maligna se había apoderado del pueblo alemán y que éste se había convertido más bien en un objeto arrastrado por ella”.
Y hoy el mundo precisa nuevamente de los dogmas, ideologías extremas quizás para sentirse vivo, útil, salir del ocio, culpar al otro de sus fracasos y desgracias personales, donde siempre es conveniente tomarse de un culpable, un chivo expiatorio para justificar sus miserias íntimas.
Ahora el mundo entra en un paréntesis ominoso llamado coronavirus, que dejará no sólo un tendal de muertos, sino un desastre económico mundial, la tristeza colectiva, el pánico al hambre, el tener que estar confinados en “ghettos” hogareños donde éste mal no sabe de razas ni de credos y que con esta “masacre” podamos dar vuelta la página de las maldades y las discriminaciones, y ahora nos corresponderá, al igual que luego del Diluvio, volver a habitar la Tierra desde un mejor lugar, fraternal, amoroso y sobre todo de Igualdad.
Francois Miterrand dirá de una manera simple y sencilla, “el hecho de escribir es una acción” y éste es mi acto y mi colaboración para acompañar y mitigar el dolor que hoy a todos nos aqueja. Mi escritura es mi profundo deseo que tengamos un mundo mejor y que la barbarie nazi, o de cualquier otro régimen totalitario que intenta emularlo sea un nunca más. Este es el deseo del hombre común, el padre de familia, no podríamos aseverar lo mismo en cuanto a los políticos y sus “negocios” convenientes, y dado que apelamos siempre al pasado para ver cómo se orienta el futuro, recordemos las palabras del Canciller de Austria, Schusching, que cuando en marzo de 1938 se establece el Anschluss (Anexión) con la Alemania nazi, su afirmación fue “hasta aquí y no más lejos”. Pero por cierto fueron mucho más lejos, fueron por todos, porque cuando se cede una vez queda establecida la debilidad del que otorga y nada garantiza, ya sea por miedo, ya sea por dinero, que la frontera se amplíe puesto que la Maldad, la codicia y la brutalidad hitleriana no sabía de límites ni comulgaba con la piedad.
Siendo así el único límite es establecer un “No Pasarán” y el “hasta aquí” esté sostenido por un acto patriótico y por gobernantes que amen a sus hijos, como decía Golda Meir, y no los sacrifiquen por un odio irracional y fundamentalista. Y de no ser así, “la sangre y la angustia habrá de ser su retribución”.
Estamos a la espera de un mundo mejor