Muchos se preguntarán que tiene que ver el gueto de ayer con la pandemia que estamos viviendo hoy. Y a pesar de que parezca lo contrario tiene que ver, porque en los guetos las enfermedades se contagiaban rápidamente, pero también las costumbres judías de lavarse las manos como ritual, las alejaban.
Los pueblos chicos, los asentamientos aislados, son formas de “estar o quedar al margen”, como marginaban a los indeseados en los guetos.
Hoy conocemos formas más confortables de inclusión y exclusión a la vez.
Cada vez que un predio se cerca con alambrado o muro, algunos quedan dentro y otras fuera. Algunos pueden transitar libremente y otros quedan recluidos.
La palabra «ghetto» se origina en Venecia a comienzos del siglo XVI y nominaba a una pequeña zona dentro de la ciudad en donde un grupo social se veía obligado a residir por motivos de segregación religiosa, dado que eran mayormente los judíos los obligados a vivir en esos sectores cerrados. En ellos, se forjaron parte de la identidad, la tradición, la gastronomía típica y, por supuesto, las lenguas habladas de los judíos.
Los guetos judíos predominaron en todas las grandes ciudades europeas y el ícono de todos estos, terminó de sucumbir a mediados de abril de 1943, con el ataque alemán a los combatientes judíos, comandados por el joven Mordejai Anilevich, del gueto de Varsovia.
Los expulsados de Inglaterra se establecieron en Alemania y desde allí se desperdigaron hacia toda la Europa Central. Su vida, signada por el dramatismo, se vivía y soñaba en una lengua creada de varias otras: el idish.
El respeto por las tradiciones, la Torá, el Talmud, la Mishná y la Halajá, se vivían en lengua idish. Magistrales escritores como Scholem Ash, Itzik Peretz, Scholem Aleijem y el último gran exponente y premio Nobel de literatura (1978) Ytzjak Bashevis Singer, narraron en el «mame lushn» (la lengua de mamá) las historias del «Shtetl» (aldea judía), relatos de pobreza, pogroms y miedo generalizado. El ansia de conocer mundo que caracteriza al judío, ¿no tendrá relación con el encierro que padecieron?
Los judíos provenientes de la España de finales de siglo XV, muy especialmente los de Turquía, Grecia y los Balcanes, hablaron durante 500 años el «Ladino» que en Israel se lo conoce como «Españolit». El vocablo «ladino» surge de la Escuela de Traductores de Toledo, en tiempos de Alfonso X «el Sabio» y quiere decir «traducción».
Dicha escuela, compuesta predominantemente por judíos eruditos, tradujo a este idioma, centenares de obras del hebreo, el griego y el latín. Los judíos abandonaron España, pero no su tradición, ni su lengua de comunicación cotidiana.
Cuando llegué en mis años mozos a Israel por primera vez, me emocionó sobremanera ver y escuchar a mujeres mayores hablando de cosas simples en ese idioma.
La desaparición de los barrios judíos hizo nacer otro fenómeno que los sociólogos israelíes modernos llamaron «Hashoá hashketá» (El Holocausto silencioso), que no es otra cosa que la asimilación.
Idish y Ladino corrieron la suerte de su casi desaparición. Del Idish sólo nos quedan las últimas «bobes» pues de ahora en más casi todas son llamdas “abus”.
El ámbito natural de la bobe era la cocina. Su contacto, en la Argentina, con el mundo judío era la «Idishe Sho» (La Hora Judía), programa radial al mediodía, , en donde se pasaban las noticias en idish.
Van quedando migajas de ese colosal legado cultural. Pero como reza el clamor popular: «si no se ha perdido todo, no se ha perdido nada».
Y ahora el nexo con la etapa que vivimos: ante la reclusión que nos obliga a quedarnos en casa, muchos se sienten oprimidos. Algunos quieren rebelarse contra el encierro que padecen, se sienten en un gueto.
Con este relato quise mostrar que los guetos no siempre encierran, porque mucha vida cultural, creativa, se generó entre sus muros.
La diferencia es que lo que se nos pide ahora no tiene que ver con la discriminación, sino con la solidaridad. Pero es posible que se despierten huellas de recuerdos de acontecimientos que no son tan lejanos históricamente hablando.
Las huellas mnémicas de nuestros ancestros las llevamos grabadas en nuestro inconsciente, y situaciones como las del distanciamiento que necesitamos hoy, pueden reactivarlas.
La angustia que se padece, es signo, tal vez, de recuerdos ancestrales olvidados y que el peligro o la amenaza de enfermedad activan sin darnos cuenta
Mirta Goldstein |
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Muchos se preguntarán que tiene que ver el gueto de ayer con la pandemia que estamos viviendo hoy. Y a pesar de que parezca lo contrario tiene que ver, porque en los guetos las enfermedades se contagiaban rápidamente, pero también las costumbres judías de lavarse las manos como ritual, las alejaban.
Los pueblos chicos, los asentamientos aislados, son formas de “estar o quedar al margen”, como marginaban a los indeseados en los guetos.
Hoy conocemos formas más confortables de inclusión y exclusión a la vez.
Cada vez que un predio se cerca con alambrado o muro, algunos quedan dentro y otras fuera. Algunos pueden transitar libremente y otros quedan recluidos.
La palabra «ghetto» se origina en Venecia a comienzos del siglo XVI y nominaba a una pequeña zona dentro de la ciudad en donde un grupo social se veía obligado a residir por motivos de segregación religiosa, dado que eran mayormente los judíos los obligados a vivir en esos sectores cerrados. En ellos, se forjaron parte de la identidad, la tradición, la gastronomía típica y, por supuesto, las lenguas habladas de los judíos.
Los guetos judíos predominaron en todas las grandes ciudades europeas y el ícono de todos estos, terminó de sucumbir a mediados de abril de 1943, con el ataque alemán a los combatientes judíos, comandados por el joven Mordejai Anilevich, del gueto de Varsovia.
Los expulsados de Inglaterra se establecieron en Alemania y desde allí se desperdigaron hacia toda la Europa Central. Su vida, signada por el dramatismo, se vivía y soñaba en una lengua creada de varias otras: el idish.
El respeto por las tradiciones, la Torá, el Talmud, la Mishná y la Halajá, se vivían en lengua idish. Magistrales escritores como Scholem Ash, Itzik Peretz, Scholem Aleijem y el último gran exponente y premio Nobel de literatura (1978) Ytzjak Bashevis Singer, narraron en el «mame lushn» (la lengua de mamá) las historias del «Shtetl» (aldea judía), relatos de pobreza, pogroms y miedo generalizado. El ansia de conocer mundo que caracteriza al judío, ¿no tendrá relación con el encierro que padecieron?
Los judíos provenientes de la España de finales de siglo XV, muy especialmente los de Turquía, Grecia y los Balcanes, hablaron durante 500 años el «Ladino» que en Israel se lo conoce como «Españolit». El vocablo «ladino» surge de la Escuela de Traductores de Toledo, en tiempos de Alfonso X «el Sabio» y quiere decir «traducción».
Dicha escuela, compuesta predominantemente por judíos eruditos, tradujo a este idioma, centenares de obras del hebreo, el griego y el latín. Los judíos abandonaron España, pero no su tradición, ni su lengua de comunicación cotidiana.
Cuando llegué en mis años mozos a Israel por primera vez, me emocionó sobremanera ver y escuchar a mujeres mayores hablando de cosas simples en ese idioma.
La desaparición de los barrios judíos hizo nacer otro fenómeno que los sociólogos israelíes modernos llamaron «Hashoá hashketá» (El Holocausto silencioso), que no es otra cosa que la asimilación.
Idish y Ladino corrieron la suerte de su casi desaparición. Del Idish sólo nos quedan las últimas «bobes» pues de ahora en más casi todas son llamdas “abus”.
El ámbito natural de la bobe era la cocina. Su contacto, en la Argentina, con el mundo judío era la «Idishe Sho» (La Hora Judía), programa radial al mediodía, , en donde se pasaban las noticias en idish.
Van quedando migajas de ese colosal legado cultural. Pero como reza el clamor popular: «si no se ha perdido todo, no se ha perdido nada».
Y ahora el nexo con la etapa que vivimos: ante la reclusión que nos obliga a quedarnos en casa, muchos se sienten oprimidos. Algunos quieren rebelarse contra el encierro que padecen, se sienten en un gueto.
Con este relato quise mostrar que los guetos no siempre encierran, porque mucha vida cultural, creativa, se generó entre sus muros.
La diferencia es que lo que se nos pide ahora no tiene que ver con la discriminación, sino con la solidaridad. Pero es posible que se despierten huellas de recuerdos de acontecimientos que no son tan lejanos históricamente hablando.
Las huellas mnémicas de nuestros ancestros las llevamos grabadas en nuestro inconsciente, y situaciones como las del distanciamiento que necesitamos hoy, pueden reactivarlas.
La angustia que se padece, es signo, tal vez, de recuerdos ancestrales olvidados y que el peligro o la amenaza de enfermedad activan sin darnos cuenta
Mirta Goldstein |
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Muchos se preguntarán que tiene que ver el gueto de ayer con la pandemia que estamos viviendo hoy. Y a pesar de que parezca lo contrario tiene que ver, porque en los guetos las enfermedades se contagiaban rápidamente, pero también las costumbres judías de lavarse las manos como ritual, las alejaban.
Los pueblos chicos, los asentamientos aislados, son formas de “estar o quedar al margen”, como marginaban a los indeseados en los guetos.
Hoy conocemos formas más confortables de inclusión y exclusión a la vez.
Cada vez que un predio se cerca con alambrado o muro, algunos quedan dentro y otras fuera. Algunos pueden transitar libremente y otros quedan recluidos.
La palabra «ghetto» se origina en Venecia a comienzos del siglo XVI y nominaba a una pequeña zona dentro de la ciudad en donde un grupo social se veía obligado a residir por motivos de segregación religiosa, dado que eran mayormente los judíos los obligados a vivir en esos sectores cerrados. En ellos, se forjaron parte de la identidad, la tradición, la gastronomía típica y, por supuesto, las lenguas habladas de los judíos.
Los guetos judíos predominaron en todas las grandes ciudades europeas y el ícono de todos estos, terminó de sucumbir a mediados de abril de 1943, con el ataque alemán a los combatientes judíos, comandados por el joven Mordejai Anilevich, del gueto de Varsovia.
Los expulsados de Inglaterra se establecieron en Alemania y desde allí se desperdigaron hacia toda la Europa Central. Su vida, signada por el dramatismo, se vivía y soñaba en una lengua creada de varias otras: el idish.
El respeto por las tradiciones, la Torá, el Talmud, la Mishná y la Halajá, se vivían en lengua idish. Magistrales escritores como Scholem Ash, Itzik Peretz, Scholem Aleijem y el último gran exponente y premio Nobel de literatura (1978) Ytzjak Bashevis Singer, narraron en el «mame lushn» (la lengua de mamá) las historias del «Shtetl» (aldea judía), relatos de pobreza, pogroms y miedo generalizado. El ansia de conocer mundo que caracteriza al judío, ¿no tendrá relación con el encierro que padecieron?
Los judíos provenientes de la España de finales de siglo XV, muy especialmente los de Turquía, Grecia y los Balcanes, hablaron durante 500 años el «Ladino» que en Israel se lo conoce como «Españolit». El vocablo «ladino» surge de la Escuela de Traductores de Toledo, en tiempos de Alfonso X «el Sabio» y quiere decir «traducción».
Dicha escuela, compuesta predominantemente por judíos eruditos, tradujo a este idioma, centenares de obras del hebreo, el griego y el latín. Los judíos abandonaron España, pero no su tradición, ni su lengua de comunicación cotidiana.
Cuando llegué en mis años mozos a Israel por primera vez, me emocionó sobremanera ver y escuchar a mujeres mayores hablando de cosas simples en ese idioma.
La desaparición de los barrios judíos hizo nacer otro fenómeno que los sociólogos israelíes modernos llamaron «Hashoá hashketá» (El Holocausto silencioso), que no es otra cosa que la asimilación.
Idish y Ladino corrieron la suerte de su casi desaparición. Del Idish sólo nos quedan las últimas «bobes» pues de ahora en más casi todas son llamdas “abus”.
El ámbito natural de la bobe era la cocina. Su contacto, en la Argentina, con el mundo judío era la «Idishe Sho» (La Hora Judía), programa radial al mediodía, , en donde se pasaban las noticias en idish.
Van quedando migajas de ese colosal legado cultural. Pero como reza el clamor popular: «si no se ha perdido todo, no se ha perdido nada».
Y ahora el nexo con la etapa que vivimos: ante la reclusión que nos obliga a quedarnos en casa, muchos se sienten oprimidos. Algunos quieren rebelarse contra el encierro que padecen, se sienten en un gueto.
Con este relato quise mostrar que los guetos no siempre encierran, porque mucha vida cultural, creativa, se generó entre sus muros.
La diferencia es que lo que se nos pide ahora no tiene que ver con la discriminación, sino con la solidaridad. Pero es posible que se despierten huellas de recuerdos de acontecimientos que no son tan lejanos históricamente hablando.
Las huellas mnémicas de nuestros ancestros las llevamos grabadas en nuestro inconsciente, y situaciones como las del distanciamiento que necesitamos hoy, pueden reactivarlas.
La angustia que se padece, es signo, tal vez, de recuerdos ancestrales olvidados y que el peligro o la amenaza de enfermedad activan sin darnos cuenta
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