Cuarentena: ¿Cómo se baja del arca de Noé?

Hay que tener paciencia. Empezaremos a hacerlo en algunas semanas. Pero no será como lo soñamos, todos juntos, como marineros luego de meses en altamar, corriendo desesperados a las tabernas a reír y brindar.

Los infectólogos y epidemiólogos que asesoran al gobierno prefieren no hablar de “salir de la cuarentena” sino de pasar a una segunda etapa donde algunas actividades importantes se reinicien, pero siempre protegiendo a los más vulnerables. No habrá espectáculos ni se podrá ir a la cancha ni organizar fiestas ni eventos multitudinarios pero tal vez sí una reunión familiar de cuatro o cinco personas. Dicho de otro modo: la cuarentena no termina sino que muta hacia “formas más benignas”.

Qué actividades son “esenciales”? El gobierno recibió de muchísimos sectores el pedido para incorporarse a la lista de excepción para poder funcionar. Todos se “autoperciben” fundamentales. ¿Lo son? No importa, quieren ser reconocidos como ellos se sienten.

Pero para que todo esto ocurra, habrá que esperar la llegada de la ola, es decir, de la curva de contagios. Sólo se pasará a la fase B a mediados de abril si la curva no se vuelve dramática y le da tiempo al sistema sanitario a absorber a los infectados.

Pero incluso si todo saliera bien, sufriremos el segundo impacto psíquico, el de aceptar que nuestra vida cambió y que nada será igual por largo tiempo. “El virus vino para quedarse”, dicen los especialistas. Por eso, el distanciamiento social (es preferible decir distanciamiento físico), el alcohol en gel, la higiene extrema, las colas fuera de los negocios, serán parte del nuevo paisaje.

Pero ahora, mirémonos desde arriba, como si fuéramos astronautas. Ahí, a lo lejos, está nuestro planeta. ¿Qué enseña la llegada del coronavirus? Que el ser humano es más frágil de lo que pensaba. Hasta la llegada de la pandemia, el estado de situación del globo terráqueo era el siguiente: grandes potencias con líderes relativizando el cambio climático. Todos vimos la imagen del oso polar haciendo equilibrio sobre un cubito por el derretimiento del ártico. O la suba de la temperatura promedio. O los incendios y la deforestación. Pero el negacionismo climático contestaba con un argumento: son los ciclos naturales de la Tierra, que a lo largo de miles de años se calienta o enfría según su propia dinámica. El hombre y su huella de carbono son sólo un mosquito picando a un rinoceronte.

El cambio climático es innegable 

Así fue como nada asustaba al homo sapiens: ni el plástico en los océanos, ni la extinción de miles de especies, ni los cambios en la temperatura global. La naturaleza estaba ahí, lista para ser consumida. Ahí andaba el hombre, creyéndose “el bicho elegido” por Dios o la evolución natural, hasta que se topó con otro bicho: un virus que vino de un murciélago o de un pangolín, que a su vez vinieron del comercio de animales exóticos que representa uno de los cinco negocios ilegales que más dinero mueven en el mundo. El virus hizo lo que no pudo el oso polar triste: nos frenó. Funcionamos a miedo, no a piedad.

¿Será el fin de la omnipotencia? ¿Entenderemos que somos parte de un sistema viviente donde todos estamos más interconectados de lo que estamos dispuestos a aceptar?

El arca de Noé llego como no la esperábamos. Primer aviso.

Diego Sehinkman

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