Occidente no debe ser cómplice en lo que el vicepresidente norteamericano, Mike Pence, describió en octubre de 2018 como el despliegue por parte de China de un «Estado vigilante nunca visto». En la imagen (Greg Baker/AFP via Getty Images), tomada el 6 de septiembre de 2019, cámaras de vigilancia instaladas en la plaza de Tiananmen (Pekín) ante un retrato del fundador de la China comunista, Mao Zedong.
Puede que el coronavirus haya reforzado la determinación del Gobierno chino. Hasta la fecha, trataba de garantizarse la lealtad absoluta de la población mediante la vigilancia tecnológica y la conformación de una sociedad espeluznantemente orwelliana. Cualquier esperanza que haya podido albergar en el pasado Occidente de que China acabase formando parte del orden internacional liberal-democrático ha de darse por periclitada, extinta, muerta.
China no sólo lleva años robando propiedad intelectual a Occidente, como no se ha cansado de decir el presidente norteamericano, Donald Trump. Asimismo, se comportó de la peor de las maneras durante la crisis del covid-19 en Wuhan, y puede que antes. Aún no se sabe si este coronavirus se originó en uno de los mercados húmedos chinos –que puede que hayan causado otras enfermedades– o en un laboratorio de armas biológicas; y puede que no lo sepamos jamás. Lo que sí sabemos es que cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Centro norteamericano para el Control de Enfermedades ofrecieron ayuda, Pekín los ignoró.
Tampoco se sabe aún si, como algunos han sugerido, el coronavirus es una suerte de hábil guerra por otros medios para dejar en la cuneta al presidente Trump –con sus indeseados acuerdos comerciales y su campaña para la reelección en curso– y dar rienda suelta a un supuesto plan chino de hacerse con el control del planeta. Por supuesto, la otra posibilidad es que el brote haya sido un mero accidente y no parte de proyecto expansionista alguno. Quizá tampoco lo sepamos nunca. Lo que sí sabemos, de nuevo, es que durante años Pekín no ha obrado correctamente en multitud de cuestiones (pinche aquí y aquí, por ejemplo); que mintió sobre la epidemia no sólo a Occidente sino a su propio pueblo; que ha mentido incluso a la hora de identificar al país responsable de la expansión del virus y que incluso el equipamiento sanitario y los tests que ha vendido a España, Turquía, Chequia y los Países Bajos por valor de 50o millones de dólares han resultado ser defectuosos.
Peor aún: los mercados húmedos chinos, que habían sido clausurados, parece que han vuelto a abrir.
Probablemente fue hace mucho que llegó la hora de dejar de fantasear sobre la transformación del régimen totalitario chino. Occidente debe asimismo no ser cómplice en lo que el vicepresidente norteamericano, Mike Pence, describió en octubre de 2018 como el despliegue por parte de China de un «Estado vigilante nunca visto»; complicidad en la que han incurrido, posiblemente de manera inadvertida, algunas compañías occidentales de los ámbitos tecnológico y de seguridad. La firma biotecnológica norteamericana Thermo Fisher Scientific anunció en marzo que dejaría de vender su equipo de procesamiento de ADN en la provincia china de Xinjiang luego de descubrir que se estaba empleando para recopilar datos biométricos de los residentes en la región para lo que parecían ser propósitos de vigilancia nefandos.
Otras compañías chinas, como Hikvision y Dahua, semejan ansiosas de cooperar con el régimen comunista en su empeño por establecer un control total dentro (y eventualmente) fuera de sus fronteras[1] procurando a sus servicios de seguridad métodos de reconocimiento facial de última generación y otros productos de tecnología avanzada. Dichas herramientas permiten a la Policía china dotarse de un muy fiable e instantáneo sistema de monitorización que abarque el país entero.
Pekín se justifica diciendo que es una manera efectiva de combatir el crimen; y de suprimir los oficios de Falun Gong[2]. La Policía de Nanchang dice, por ejemplo, que el uso de gafas de reconocimiento facial permiten identificar y capturar a un criminal en medio de un concierto de rock con 60.000 asistentes. Pero lo que parece mover a Pekín es su deseo de atesorar archivos de individuos cruciales que se oponen y amenazan al régimen comunista[3]. Los mismos sistemas de vigilancia utilizados para la captura de criminales para se están empleando en un proyecto denominado gestión de población determinante[4].
Pekín ya ha puesto en marcha la fase inicial de su Escudo de Oro, plan con el que pretende cruzar e integrar todos los registros locales y nacionales de cada ciudadano chino. Además, el régimen utiliza una serie de sensores en internet –por medio de un Gran Cortafuegos– para filtrar el material que considera «objetable». Esa barrera es lo que impide que los ciudadanos chinos tengan acceso a sitios como Google y Facebook.
La más perniciosa de las técnicas chinas de vigilancia es el Sistema de Crédito Social, mediante el cual se asigna a cada ciudadano una puntuación, basada en su comportamiento. Aunque aún no está plenamente operativo, se prevé que lo esté a lo largo de este mismo año.
Como ya se ha comentado, un ciudadano puede incrementar su puntuación de varias formas; por ejemplo, leyendo discursos de Xi Jinping, viendo películas de propaganda y participando en actos patrocinados por el Partido Comunistas. Entre las actividades que reducen la puntuación se cuentan el arrojar basura, cruzar la calle de manera indebida y participar en manifestaciones contra el Gobierno.
Una puntuación baja puede acarrear castigos como la prohibición de viajar en trenes de alta velocidad, tomar vuelos domésticos, sacarse el pasaporte o salir al extranjero. Asimismo, también influye negativamente en las perspectivas educativas y laborales de los hijos del individuo en cuestión.
Este Sistema de Crédito Social alienta asimismo el fenómeno de la delación como vía para la mejor de la puntuación propia.
El empeño del régimen comunista chino por controlar a su ciudadanía tiene el potencial de representar una grave amenaza global: autócratas como el presidente ruso, Vladímir Putin, probablemente explotarán las mismas tecnologías de monitorización para perpetuarse en el poder.
Incluso las sociedades democráticas pueden verse seducidas por estas técnicas de vigilancia, pretendidamente para «velar por la seguridad nacional» pero socavando de hecho la libertad individual. Chinca es una amenaza para todos. Por eso es más importante que nunca que EEUU y el resto de Occidente sean conscientes de los riesgos inherentes al desarrollo de alianzas –tecnológicas o de otro tipo– con un régimen que no hace más que manejarse con duplicidad para con su pueblo y para con el resto del planeta.
[1] Newt Gingrich, Trump VS. China: Facing America’s Greatest Threat [Trump contra China: afrontando la mayor amenaza contra América], Center Street, New York, 2019, pp. 48-49.
[2] Ibid.
[3] Emile Dirks, «Key Individuals Management and the Roots of China’s Anti-Muslim Surveillance System» [La gestión de individuos cruciales y las raíces del sistema de vigilancia chino antimusulmán], Jamestown Strategic Digest, vol. 5., ensayo 16, 15 Sep 2019.
[4] Ibid.
Lawrence A. Franklin
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