El próximo miércoles en la noche, empieza la festividad judía de Pesaj. Celebramos la liberación de la esclavitud de Egipto, pero también muchas otras cosas. Recordamos, reflexionamos, tratamos de enmendar nuestras acciones.
El pueblo de Israel fue sometido a una esclavitud brutal por Egipto, el imperio de la época. Muerte a los niños varones, condiciones inhumanas de trabajo. Prohibición de culto religioso. Vejación y decadencia.
Egipto y su faraón simbolizaban el poder. La cultura en su máxima expresión. Dominación absoluta de lo existente. En todo. Ciencia, arquitectura, magia, bienes materiales.
La libertad del pueblo de Israel se logró gracias a varios eventos. Entre ellos, las famosas diez plagas. Cada una de ellas, rompió de buena manera con los estamentos que soportaban el poderío egipcio. La Naturaleza se enfrentó al Faraón y su corte, a todo lo que significaba “Egipto”, lo doblegó y lo venció.
Las plagas en sí constituyeron fenómenos naturales, desgracias como las denominaríamos hoy en día. Se sucedieron una tras otra, en los momentos oportunos para causar el efecto necesario. Di-s no cambió la esencia ni las leyes del mundo creado, pero las oportunidades de ocurrencia fueron determinantes.
El imperio de la época sucumbió. Con su grandeza, con sus vicios e injusticias. Con su conocimiento adquirido y mal utilizado. Con toda su fuerza y potencia. Una sucesión de infortunios liquidó la voluntad de un rey que desconocía quien era el Creador y sus enviados.
Muchas veces, nos referimos a las plagas con cierta incredulidad. Buscamos en libros y ensayos explicaciones científicas. Otros, más atrevidos, niegan la historia o la ponen en entredicho. Parece inverosímil eso de las plagas. A decir verdad, a todos quizás, nos ha entrado esa duda razonable una que otra vez.
En 2020, miles de años después y en un mundo donde predomina la ciencia y la tecnología, donde la Divinidad es muchas veces minimizada, ignorada cuando no desconocida, una sola plaga está agrediéndonos a todos. A los imperios, a los países poderosos, a los ricos, a los pobres. A negros y blancos. A derechistas e izquierdistas. No al imperio político, sino al autoerigido imperio de la racionalidad y la soberbia.
De repente, nos damos cuenta de que no somos nada. Que lo construido se desvanece, que la verdad absoluta que enarbolamos no es tal. Que no todo tiene explicación, pero sí consecuencias. Que la espiritualidad está por encima del materialismo y que estamos solos con nosotros mismos.
Las 10 plagas este año, al celebrar la Pascua, nos parecen algo real y temible. Por lo susceptible que somos a ellas, a una nueva cualquiera. Entendemos la libertad en otra dimensión, y nos vemos esclavos de anti-valores y conductas insanas que sin ser imperio, han imperado en muchas, demasiadas, sociedades y culturas.
Pesaj significa también “saltar”. En la última plaga, la de muerte de los primogénitos, el ángel de la muerte saltó las casas de los israelitas y no hubo víctimas. Que salte el virus de nuestras casas, de nuestros países, de nuestro planeta.
Plagas, virus y libertad se coronan hoy como conceptos algo diferentes. Más significativos, más respetados.