Cuando la solidaridad no es una mera palabra.

Bernardo acaba de fallecer a los 83 años en soledad en Brasil, lejos de sus afectos y sin contención. Junto a su mujer había emprendido un viaje de placer en el crucero Celebrity Eclipse que en su recorrido llega a distintos puertos de Uruguay, Argentina, Chile y Brasil.

El 15 de marzo pasado, cuando arribaron a San Antonio, el gobierno chileno imprevistamente decidió cerrar todas las fronteras terrestres y marítimas luego que la tasa de casos de contagios por coronavirus en aquel país se disparó de forma alarmante.

En consecuencia, la empresa naviera decidió que el crucero, abandonado a su suerte con 4000 personas a bordo y sin casos de contagio de COVID-19, navegara 10 días más para regresar a San Diego, California. Desde allí contrató un vuelo charter a San Pablo vía Miami, puesto que Argentina no permitía que ingresaran al país sus conciudadanos.

Bernardo, junto a su mujer Liliana y los casi 60 argentinos que estaban a bordo (la mayoría adultos mayores de alto riesgo), llegaron a San Pablo el sábado de la semana pasada sin tener permiso para retornar a Buenos Aires. En consecuencia, la empresa del crucero hizo las reservas en un hotel para alojarlos.

Bernardo, con deficiencias cardíacas, se descompensó y fue internado de urgencia en el Hospital General de Guarulhos, cerca del aeropuerto. Ayer por la mañana, justamente en viernes de Pesaj, falleció.

Su esposa, única acompañante, ante la trágica noticia sufrió una grave descompensación debiendo ser internada de urgencia y la necesidad de cuidados intensivos urgentes. Bernardo murió en soledad, su mujer, pelea por su vida sin nadie a su lado.

No conocí a Bernardo ni a su mujer. El amor, desesperación y ocupación de sus hijos me hacen ver que son grandes padres y abuelos.

La vida hizo que junto a amigos de la vida y nuevos anónimos, hasta ahora, nos ocupáramos de ayudar. Nos dio esta posibilidad.

Golpeamos las puertas que sabíamos se iban a abrir para darnos las respuestas necesarias. ¿Cuáles? Las de nuestro hogar común: la comunidad judía a la que pertenecemos. No dudamos. Llamé al director del Congreso Judío Latinoamericano, e inmediatamente la cadena de ayuda y solidaridad se puso en movimiento.

El responsable del equipo de emergencias de la comunidad de San Paulo tomó el tema en medio de los problemas que allí no faltan y deben enfrentar. Se comunicó con los hijos de Bernardo y se dieron las soluciones buscadas. Bernardo tendrá su sepultura judía mañana, como corresponde. Su mujer ya se encuentra en recuperación en una clínica con la atención de la comunidad que no la abandona y la cuida.

Esto ocurrió en pocas horas y a la distancia. Algunos actuaron por lazos de amistad directa, y otros simplemente por querer hacer lo correcto y extender la mano solidaria.

El caso descripto nos llama a la reflexión para que no leamos las noticias de los números de víctimas fatales como meros datos estadísticos, porque es «falsa y perversa» la premisa de «vernos sólo como espectadores». La tragedia de la pandemia, esta crisis humanitaria, nos está ocurriendo a todos.

Ser bendecidos de no sufrir pérdidas irreparables en el seno de nuestras familias no nos exime de nuestra responsabilidad en el cuidado individual para ser solidario con el prójimo. Kol Arevim Ze la Ze. Todo Israel es responsable el uno con el otro, enseñan nuestros sabios.

Pero no se tratan estas líneas de describir actos de protagonismos, simplemente esta columna pretende llamarnos a pensar juntos. La gente no es anónima, no son números que viven, viajan, que quedan varadas por decisiones políticas y burocráticas sin sensibilidad, y mueren sin que eso tenga consecuencias.

La pandemia exige sacar de nosotros lo mejor: la capacidad de escucha, la sensibilidad, el compromiso y co-responsabilidad para actuar.

Coinciden hoy todos los analistas que la salida de esta crisis requerirá de soluciones globales sin lugar a estrategias individuales.

En la comunidad judía también será así. La cohesión global del pueblo judío en su organización ha de ser vital como lo fue en el pasado, y este ejemplo de la ayuda real del Congreso Judío Latinoamericano es una clara experiencia que ese es el camino.

Este tiempo de crisis humanitaria también nos interpela a todos, y sobre todo a los alejados y descreídos, de volver a entender y dimensionar la importancia de las instituciones y sus misiones, y a los dirigentes de valorar enormemente el bien que tienen en sus manos cuando la comunidad les delega el honor para conducir su destino.
Tenemos una enorme oportunidad.

Escribí estas líneas exclusivamente para agradecer la posibilidad de ayudar que el Congreso Judío Latinoamericano nos dio de hacer el bien. Pero por sobre ello, porque nos sentimos bien de comprobar que la cadena milenaria de solidaridad que nos caracteriza y nos hace distintivos sigue vigente. Una cadena de «héroes desinteresados», como lo definieron los hijos de Bernardo, amigos, voluntarios, dirigentes y médicos que no conocemos pero que su trabajo sigue vigente y es definitivamente el que habrá de alumbrarnos hacia el futuro.
Emanuel Levinas, enseña que la tragedia del hombre no procede de sus limitaciones y de la inexorabilidad de la muerte, sino que la hallamos en la injusticia que producimos o en la indiferencia ante el dolor de los demás.

Cada persona tiene el deber de dejar el mundo mejor del que encontró. Los judíos llamamos a esta idea tikún olam, que significa ‘arreglar’ el mundo y hacerlo aún mejor de lo que el Creador lo hizo. Con nuestras acciones, todos somos los constructores del mundo que vendrá.

Esta historia real es sólo un capítulo en esa tarea que sentí importante compartir.

Claudio Avruj.
Presidente Honorario del Museo del Holocausto

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