El genio de Groucho Marx ha quedado inmortalizado en sus fantásticas películas y en ingeniosas frases que dejó para la historia. Sin embargo, junto a él convivía una personalidad narcisista e, incluso, cruel. Icono del siglo XX. Sus bromas, una mente rápida y una lengua afilada que utilizó para arremeter contra todo. Pero ese fue también el motivo de su desgraciada vida personal. Advirtió que su ingenio le catapultaba a lo más alto y le procuraba Ia admiración de los demás, así que el hombre, Julius Henry Marx, quedó para siempre agazapado tras el personaje, Groucho. Su vida fueron sus bromas, se llevó el papel a casa y sus esposas e hijos acabaron siendo víctimas de sus punzantes y crueles chanzas.
Nacido en una humilde familia de emigrantes judíos europeos en 1890, a los 15 años su madre le subió a los escenarios de vodevil, como hizo con sus hermanos. Era una actriz frustrada y quería a toda costa convertir a sus hijos en estrellas. De los shows del teatro, a Broadway y, de ahí, al cine.
El mismo año en que debutaron en Ia gran pantalla, 1929, se produjo el crac de Wall Street. Groucho, un metódico inversor, perdió sus ahorros. La fama y Ia miseria se vieron las caras, y eso le marcó. Sabía lo que era nacer pobre, y desarrolló una aversión neurótica al fracaso: podía obligar a reescribir mil veces un guion en busca de un gag aún más perfecto.
En Hollywood, su cinismo pasó a ser alimento de su ego. Sus comentarios le granjeaban invitados ilustres, se convirtió en un esclavo de las carcajadas ajenas y para obtenerlas no respetó a nadie. Un día, mientras su esposa Ruth servía Ia comida a los invitados, le espetó: «¿En qué prisión te dieron Ia receta?». Aquello se convirtió en habitual, y ella acabó ahogando sus penas en el alcohol.Los dos hijos que tuvo con Ruth, Arthur y Miriam, se quejaron de que nunca parecía tomarse nada en serio. Tras este matrimonio, el cómico se casó dos veces más y tuvo una tercera hija, pero el patrón siguió siendo el mismo.
La Segunda Guerra Mundial marcó el declive de los hermanos Marx en el cine. Las comedias alocadas dejaron de ser la prioridad de los estudios, enfrascados en producir melodramas bélicos. Además, el ego de Groucho tenía una fama terrible. A Margaret Dumont (la actriz que interpretaba a la rica y estirada dama en muchas películas de los Marx) la vapuleaba verbalmente tanto dentro como fuera de la pantalla. A un ya decrépito y alcoholizado Buster Keaton le boicoteaba los gags que inventaba para el músico Harpo.Enemigos por todas partesY, para colmo, tenía en contra a los todopoderosos jefes de estudio, como el de la Metro, Leo B. Mayer, o el de la Warner Bros, Jack Warner, ambos víctimas también de las bromas de Groucho.
Sin embargo, el público jamás le dio la espalda. Durante los años cincuenta presentó un popular concurso, primero en radio y luego en la televisión, llamado You bet your life («Apueste su vida»). Los concursantes debían encontrar una palabra oculta a la vez que soportar las ocurrencias. Groucho: “Usted es madre de 22 hijos… ¿Por qué tantos?». Concursante: “Adoro a los niños, creo que tenerlos es nuestra misión… ¡y amo a mi marido!”. Groucho: “Yo también quiero mucho a mi puro y de vez en cuando me lo saco de la boca”.
Sus comentarios liberales y antibelicistas le valieron una investigación del FBI, pero no pudieron probarse actividades antiamericanas. A los 71 años dejó la televisión y se dedicó a publicar libros humorísticos y a recibir homenajes. Se jactaba de que su faceta como intelectual del humor hubiese triunfado por encima de la de payaso de vodevil.Los últimos años se tiñeron de escándalo. Groucho era un achacoso octogenario que no cesaba de aparecer en público con su joven amante y agente, Erin Fleming. Se rumoreaba que ella le explotaba para embolsarse suculentas comisiones.
El hijo del cómico empezó una dura batalla en los tribunales: en 1976 logró que su padre fuese declarado senil y que Fleming devolviera el dinero que había recibido. El hombre que fumaba puros “solo lo justo para toser” murió de neumonía en agosto de 1977.