El mundo está llegando a su fin y yo como aceitunas. La idea era hacer una pizza, pero cuando entré al supermercado y vi todos los estantes vacíos, me di cuenta que podía olvidarme de la masa de la pizza y de la salsa de tomate.
Intenté hablar con la cajera de la línea rápida, una mujer mayor que hablaba en español por Skype desde su celular, pero me contestó sin mirar. Se veía desolada.
“Compraron todo”, murmuró, “lo único que queda son toallas sanitarias y pepinillos”.
Lo único que había en el estante de los pepinillos era un frasco de aceitunas rellenas de pimiento, mis favoritas.
Cuando volví a la caja, la cajera estaba llorando. “Es como un pan caliente”, dijo, “mi dulce nieto. Nunca lo volveré a ver, nunca lo oleré, nunca podré abrazar a mi niño de nuevo”.
En lugar de responder, puse el frasco en la cinta transportadora y saqué un billete de 50. “Está bien”, dije cuando me di cuenta de que no lo aceptaría, “Quédese con el cambio”.
“¿Dinero?” dijo con un suspiro, “el mundo está llegando a su fin y usted me ofrece dinero? ¿Qué debo hacer con él?”
Me encogí de hombros. “Realmente quiero estas aceitunas. Si cincuenta no son suficientes, pagaré más, lo que cueste…”
“Un abrazo”, me interrumpió la triste cajera y extendió los brazos, “le costará un abrazo”.
Ahora estoy sentado en el balcón de mi casa, viendo la televisión y comiendo queso y aceitunas. Fue difícil sacar la televisión al balcón, pero si el mundo ha llegado a su fin, no hay mejor manera que terminar con un cielo estrellado y un pésimo jabón argentino. He visto hasta el episodio 436, no conozco a ninguno de los personajes. Son hermosos, emocionales, se gritan el uno al otro en español. No hay subtítulos, así que es difícil entender exactamente lo que gritan. Cierro los ojos y pienso en la cajera del supermercado. Cuando nos abrazamos, intenté ser pequeño, más cálido de lo que soy. Intenté tener el mismo olor de un recién nacido.
Etgar Keret es escritor de cuentos cortos, guionista de televisión y director de cine israelí.
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