Las antiguas civilizaciones se basaron en una religiosidad que veía al sol como su máxima divinidad. Es lógico: el concepto de civilización está íntimamente vinculado con el de sedentarismo, y este modo de vida sólo fue posible desde la invención de la agricultura.
El culto al sol fue la forma más natural de expresión de las religiones agrícolas, porque fue la medición astronómica del ciclo anual del sol lo que nos permitió saber cuáles eran los momentos adecuados para sembrar y cosechar.
Pero no todos los grupos humanos siguieron estas pautas en un principio. A la par de las sociedades civilizadas —sumerios, acadios, egipcios, entre otros—, el antiguo Medio Oriente estuvo lleno de grupos nómadas que le daban más importancia a la observación de la Luna y que, por lo tanto, desarrollaron otro tipo de religiosidad.
Los hebreos fueron de este tipo de gente. Su contacto con el imperio y la cultura egipcia los puso en la disyuntiva de sedentarizarse, pero eso implicaba un reto religioso: asumirse a la religiosidad solar.
La Biblia es un texto que, entendido en su contexto original, nos ofrece un interesante retrato de cómo fue la controversia de que la religión israelita —monoteísta y tendiente a la abstracción— se rebeló contra la religión solar egipcia. Detrás de muchos detalles que hoy nos parecen tan solo parte de una anécdota dramática y poderosa, se encuentran códigos teológicos que en su momento tuvieron un significado muy importante: los dioses solares no existen. Los mitos solares han muerto.
La liberación que celebramos en Pésaj no sólo fue un canto de victoria de un pueblo que se escapaba del yugo de sus opresores, sino un proceso de liberación espiritual, intelectual y psicológica que significó un paso trascendental en la evolución del pensamiento humano: el sol no es un dios, sino solamente una parte más de la Creación. Es parte de la naturaleza, y por lo tanto está sujeto a las leyes que el Creador, el Único y Verdadero, ha puesto a su creación.
Irving Gatell nos explica cómo funcionaba la lógica de los mitos solares, y cómo fue que el pueblo de Israel, al abandonar Egipto, sentó las bases para desprendernos de esas supersticiones arcaicas, dando con ello comienzo a una nueva posibilidad para que el ser humano empezara a conocer la naturaleza como lo que es: algo fascinante, pero no mágico. Más bien, algo que podemos conocer por medio del estudio, y con lo que podemos aprender a coexistir.
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