El reciente «acuerdo de la mochilera», la anexión de la península de Crimea y los Juegos Olímpicos de Sochi de Rusia son ejemplos de la estrategia global de «poder inteligente» de Vladimir Putin, que combina el poder blando y el poder duro.
Al ganar la soberanía rusa sobre el complejo en Jerusalén, cerca de la iglesia del Santo Sepulcro, obtuvo una importante victoria de poder blando.
En enero de 2020 Benjamín Netanyahu y Vladimir Putin llegaron a un acuerdo que rescató a la mochilera israelí Naama Issachar de una prisión rusa y la regresó a salvo a casa a cambio de la soberanía rusa sobre el Alexander Courtyard [Patio de Alexander] en Jerusalén, que está cerca de la iglesia del Santo Sepulcro. Este acuerdo fue una gran victoria para Vladimir Putin, mientras persigue su objetivo del imperialismo global ruso.
Desde el año pasado Putin ha trabajado arduamente para devolver a Rusia el estatus de superpotencia global, y la Iglesia Ortodoxa rusa ha sido un componente fundamental de este plan. El objetivo de Putin no es solo preservar la cultura rusa sino convertirla en una fuerza dominante en el Medio Oriente. Para lograr esto, está empleando una gran estrategia que recuerda fuertemente la idea de «poder inteligente» de Suzanne Nossel y Joseph Nye.
Por un lado, Rusia, bajo el liderazgo de Putin, ha mostrado una impresionante apertura diplomática y cultural. Los Juegos Olímpicos de Sochi de 2014, por ejemplo, mostraron una Rusia que había sido «renombrada [ed]…como un país fuerte, estable, moderno y amable». La Copa Mundial 2018 fortaleció de manera similar la imagen global de Rusia.
En enero de 2020 Putin anotó otro gol de poder blando y este era religioso. Después de décadas de discusión finalmente reclamó la propiedad rusa del Alexander Courtyard [Patio de Alexander] en Jerusalén, cerca de la iglesia del Santo Sepulcro, su quid pro quo por la liberación de la mochilera israelí Naama Issachar de una prisión rusa.
La disputa sobre el Patio de Alexander comenzó en 1917. En mayo de 1948 la Unión Soviética nombró un «Comisionado de Asuntos de la Propiedad de Rusia» que «hizo todo lo posible para transferir esta propiedad [Alexander Courtyard] a la Unión Soviética». Esto se deseaba no solo porque la Iglesia Ortodoxa rusa quería la propiedad, sino porque tenía valor en términos de política exterior y seguridad nacional.
Putin ha mejorado drásticamente el estado de la Iglesia Ortodoxa rusa durante su mandato como líder nacional. En casi todos los discursos principales se ha asegurado no solo de mencionar la Iglesia sino de apoyar sus narraciones de fe. Poderosos oligarcas pro Putin han patrocinado la Iglesia y financiado organizaciones benéficas de la Iglesia que él ha promocionado. Ha usado regularmente el lenguaje de la Iglesia y ha citado la Biblia cristiana rusa, a veces incluso la ha usado para justificar sus pasos en política exterior. Ha utilizado ese lenguaje para aferrarse a los corazones y las mentes de los ucranianos pro-rusos, por ejemplo.
Algunos sugieren que el comportamiento de Putin hacia la Iglesia recuerda a Stalin. Durante un largo período después de la Revolución Rusa de 1917 el gobierno comunista atacó la Iglesia, destruyendo templos y asesinando sacerdotes. Esto llegó a su fin en 1943, cuando Stalin adoptó una nueva política hacia la Iglesia que financió la observación y celebración de la Navidad y otras fiestas cristianas.
En 2020 Putin le regaló a la Iglesia Ortodoxa rusa una preciosa joya: el Alexander Courtyard en la Ciudad Vieja de Jerusalén. Desde 1991 dos organizaciones han reclamado la propiedad del complejo Courtyard: la Sociedad Imperial Ortodoxa Palestina y la Sociedad Imperial Pre-Eslava Rusa, que tiene estrechos vínculos con Putin. Ahora es oficialmente ruso.
Victorias como estas ayudan a Putin a justificar las conquistas militares rusas y llegar a los activistas pro-rusos en torno a «áreas en disputa», como las de Moldavia, Georgia y, por supuesto, Ucrania, todo lo cual le ayuda a mantener su batalla contra la influencia occidental en el este de Europa. Según Pew Research, el número de adultos rusos que se identificaron como cristianos ortodoxos aumentó del 37% en 1991 al 72% en 2008.
Putin ha logrado enormes logros de poder blando que han posicionado a Rusia como una superpotencia global de facto. Entre ellos se encuentran los recientes esfuerzos diplomáticos con los talibanes; el establecimiento del exitoso canal internacional de medios RT (RT Arabic); la creación de Rossotrudnichestvo, la primera agencia de la diáspora rusa, y la creación de los Centros Rusos de Ciencia y Cultura (RCSC) en Jordania, Líbano, Siria, Egipto, Marruecos, Túnez y las zonas palestinas.
Putin llevó a cabo una de sus principales iniciativas después de los Juegos Olímpicos de Sochi 2014: la anexión de Crimea. Justificó esta acción invocando la terminología y las narrativas de la Iglesia Ortodoxa rusa:
«Todo en Crimea habla de nuestra historia y orgullo compartidos. Esta es la ubicación de los antiguos chersonesos, donde el príncipe Vladimir fue bautizado. Su hazaña espiritual de adoptar la ortodoxia predeterminó la base general de la cultura, la civilización y los valores humanos que unen los pueblos de Rusia, Ucrania y Bielorrusia».
Como ha demostrado Putin, el «poder inteligente» implica el uso tanto del poder blando como del duro. En la última década, Rusia ha sido muy agresiva. Ocupaba territorio en Georgia (2008), se trasladó a Ucrania (2014) y Moldavia, y ahora se encuentra en Siria.
Rusia aún disfruta de un alto grado de influencia en las áreas postsoviéticas y Putin entiende que la Iglesia Ortodoxa rusa es uno de los activos culturales del país. Las Iglesias rusas en Ucrania, Bielorrusia, Armenia, Georgia, Moldavia, Lituania, Letonia y Estonia se pueden usar para aumentar esa influencia. Como Putin acaba de mostrar en Jerusalén, es totalmente capaz de usar la Iglesia para mejorar el prestigio ruso.
Putin está utilizando la religión como una herramienta de poder blando, junto con agresivos ataques de poder duro para reavivar la idea de una gran Rusia. No es sorprendente que en los nueve antiguos países soviéticos (sin incluir Ucrania), más de la mitad de los encuestados por Pew dijo que «es necesaria una Rusia fuerte para equilibrar la influencia de Occidente». Otras encuestas apoyan este hallazgo. Putin está utilizando el sentimiento religioso tradicional para construir un terreno común entre Rusia y Europa del Este.
El «acuerdo de la mochilera» para Naama Issachar fue un hito importante. La concesión de soberanía sobre cualquier parte de Jerusalén a una potencia extranjera es una concesión importante para Israel. El imperialismo cultural y militar ruso llegó para quedarse, y Putin está ansioso por expandirlos aún más. Esta vez, el objetivo del poder blando religioso de Rusia fue Jerusalén. Será interesante ver dónde golpea a continuación.
Fuente: Centro Begin-Sadat para Estudios Estratégicos BESA
Shay Attías fue el director fundador (2009-13) del Departamento de Diplomacia Pública de la Oficina del primer ministro israelí y es candidato a doctorado en Relaciones Internacionales en la Universidad Bar-Ilan, donde es profesor en la Escuela de Comunicaciones.