A continuación, los invitamos a realizar un breve recorrido por la vida de cuatro inventores judíos que, con sus aportes, lograron destacarse en la historia argentina.
CARLOS ARCUSIN: Un profesional de la curiosidad! Es un inventor profesional, miembro fundador de la Asociación Argentina de Inventores y poseedor de numerosas patentes de invención tanto en la Argentina como en los principales países del mundo, posiblemente el más importante de sus hallazgos sea la jeringa autodescartable.
Según él mismo lo explica “una cosa es una jeringa descartable y otra muy distinta una jeringa autodescartable. El descarte de la primera depende de que lo haga el que la utiliza, mientras que la segunda se descarta por sí misma sí o sí. Esa pequeña diferencia es la enorme distancia que la separa a las jeringas descartables comunes.” La autodescartable incluye una jeringa inseparable para evitar el intercambio de agujas, común entre drogadictos, de consecuencias muchas veces fatales por contagio del virus del Sida o de hepatitis B. La segunda cualidad del invento es el émbolo que extrae y empuja el líquido a ser inyectado, cuyo disco se separa automáticamente del vástago que lo sostiene una vez hechos los dos movimientos elementales de la aplicación, con lo que la jeringa se auto inutiliza inevitablemente tras su primera y última utilización.
Entre los inventos de Arcusín también se cuentan un capuchón de seguridad para agujas hipodérmicas y una máquina para preparar hamburguesas sin producir humo ni olor. Y es en mérito a la excelencia de sus inventos y a su éxito en el mercado que le fueron otorgados los mayores premios nacionales e internacionales.
LADISLAO JOSÉ BIRO: Inventor y periodista húngaro, nacionalizado argentino que realizó más de una treintena de inventos, entre ellos el bolígrafo, la birome, que lleva su nombre y que le dio fama internacional. El día de su nacimiento es “El día del inventor”.
La idea surgió observando a unos niños que jugaban con bolitas. Una de ellas atravesó un charco y al salir de este siguió trazando una línea de agua sobre la superficie seca de la calle. Con esta idea Biro patentó en Hungría, en 1938, un prototipo.
En 1943 emigró a la Argentina con Juan Jorge Meyne, socio y amigo que lo ayudó a escapar del nazismo. Eligieron este país porque el entonces presidente argentino Agustín P. Justo, vio a Biro en Yugoslavia escribiendo con ese bolígrafo y le interesó.
Biro le habló de su dificultad para conseguir una visa y Justo le dijo que en Argentina su invento tendría grandes posibilidades, dándole su tarjeta que decía: Agustín P. Justo, Presidente.
En 1940 formó una compañía y perfeccionó el invento lanzándolo al mercado con el nombre de Birome, por las sílabas iniciales de Biro y Meyne. Al comienzo los libreros dijeron que esos “lapicitos a tinta” eran demasiado baratos y los vendían como juguetes para chicos.
En 1943 licenció su invento a Eversharp Faber, de los Estados Unidos, en la entonces extraordinaria suma de dos millones de dólares.
László József Bíró, conocido en la Argentina como Ladislao José Biro, había nacido en Budapest el 29 de septiembre de 1899, y ese día, en su honor, se celebra en Argentina el Día del Inventor. Biro falleció en Buenos Aires en noviembre de 1985.
CELIA MOHADEB: «Cuando la ciencia es un arte». La bioquímica y farmacéutica, egresada de la Universidad de Buenos Aires, pasará a la historia incluida entre los inventores argentinos por haber desarrollado una membrana de colágeno que sustituye temporariamente la piel y acelera el tratamiento de quemaduras y lesiones cutáneas.
Aunque la palabra invento a ella no le agrade demasiado, así lo designan el premio nacional y el internacional que le entregaron.
“Hablar de invento parece indicar que se te prendió la lamparita y al otro día salió el producto, y no es así, esto exigió mucho trabajo” dice, y lo demuestran los años de estudio que dedicó a lograr este desarrollo tecnológico.
Esta bioquímica considera el trabajo científico más cercano a la obsesión del artista que a la inspiración del poeta.
Esta membrana, que casi como una piel humana, esta compuesta básicamente por un gel de colágeno, que se extrae de piel bovina, y funciona como un parche que se coloca donde falta piel, mientras ésta crece nuevamente.
Su mayor logro es que, a diferencia de cualquier gasa o apósito, no tiene que cambiarse durante el proceso de curación, lo cual evita dolores y acelera hasta un 50 por ciento el tiempo de cicatrización de una herida.
“Una córnea se puede sacar de una persona y ponérsela a otra. Un hígado y un corazón también. Pero la piel es la de uno o es la de uno”, dice Mohadeb. Su obsesión, justamente, fue crear esa piel que pudiera ocupar el lugar de la que se daña por quemaduras por úlceras o escaras.
Cuando logró darle forma final a “Membracel”, tuvo que recorrer un tortuoso camino por probar que no había nada en el mundo con las mismas características y recién en 1997 consiguió su patentamiento.
HUGO KOGAN: «El hombre que crea el fuego». Es un diseñador industrial argentino y uno de los referentes más influyentes del diseño argentino y sudamericano, por su labor internacional y como creador e impulsor de la profesión de diseñador en la Argentina. Uno de sus trabajos más conocidos, es quizá, el invento del Magiclick, por el cual obtuvo gran reconocimiento.
De joven fue escultor, hizo la escuela industrial y cursó los estudios de arquitectura por dos años, vertientes que le sirvieron para unir la técnica con su afán por las formas. Kogan diseñó y desarrolló más de un centenar de productos: bienes de capital, máquinas textiles industriales y familiares, equipamiento urbano, electrónica de entretenimiento, hardware, equipos de electromedicina, grandes y pequeños electrodomésticos y sistemas de equipamiento bancario y ferroviario.
Recibió tres veces el Diploma al Mérito de los Premios Konex como uno de los mejores diseñadores industriales de la década en cada ocasión (1992, 2002 y 2012).
Generalmente no nos damos cuenta que atrás de los objetos y tecnologías que usamos diariamente uno personas que los donaron y lograron concretar sus sueños para el bien de la humanidad. Estos don cuatro de esos soñadores.