El término profeta proviene del lenguaje religioso y se refiere a una persona que sirve como intermediario entre la humanidad y la divinidad. Estrictamente hablando, un profeta es alguien que sostiene haber tenido una experiencia personal de Dios recibiendo de él la misión de comunicar sus revelaciones y, como consecuencia de ello, habla en su nombre a los seres humanos.
El profeta posee cualidades de intercesor por el pueblo ante Dios y a su vez es mensajero de su palabra. Su carisma de interpretar la historia desde la perspectiva de Dios recibe el nombre de don de profecía.
Eventualmente, se utiliza el término para designar a alguien que predice acontecimientos futuros, generalmente cuando lo hace interpretando señales o basado en una revelación sobrenatural; pero ello puede dar lugar al malentendido, por lo que suele en tal caso emplearse vidente, de modo de diferenciarlo de los profetas, quienes comunican la palabra de Dios.
Si bien la palabra profeta deriva del griego profētēs (προφήτης, cuyo significado es el de ‘mensajero’, ‘portavoz’ e ‘incidente político’), el uso de la palabra profeta con sentido estrictamente monoteísta se remonta a la cultura de los hebreos a través de la palabra nabí (נְבִ) término que gradualmente fue introducido y empleado por los cultos judíos, cristiano y musulmán.
Los profetas mayores son Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel. Y los menores son: Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacub, Sofonías, Hageo, Zacarías, Malaquías.
13 de estos profetas que escribieron la Biblia son relacionados o hablaron durante la destrucción de Israel.