Norman Whitaker fue un gran protagonista del juego en las primeras décadas del siglo XX, pero empañó su vida y carrera con sus atrocidades en el mundo del hampa. Llegó a vencer al cubano Capablanca.Esta es una crónica rescatada de las sombras; sus grandezas fueron tiznadas por las bajezas de su protagonista. Sabe de paradojas y contradicciones en la vida de un hombre con varias personalidades y dos profesiones.
Norman Tweed Whitaker fue un abogado que estudió la ley para saber infringirla, y un ajedrecista que aprendió tácticas y estrategias para aplicarlas a sus fechorías. Sentado frente al tablero venció a dos campeones mundiales, y en Alcatraz compartió la prisión con Al Capone. En la senectud trabó amistad con un niño llamado Bobby Fischer.
El 9 de abril de 1890, llegó Norman al hogar de los Whitaker; primer retoño y fruto del amor del Dr. Hebert (profesor en matemáticas) y su esposa Agnes (campeona de Whist -tradicional juego inglés de cartas-).
Norman atravesó sus años de infancia y juventud como referente de sus hermanos mientras completaba sin sobresaltos sus etapas de primaria y secundaria en las escuelas de Filadelfia. Durante la adolescencia, descubrió el ajedrez; sus padres lo iniciaron y juntos pulieron sus rudimentos. Pero una tarde, al ver en acción al maestro norteamericano, Harry Pillsbury, brindando una exhibición de partidas simultáneas a la ciega (de espalda a los tableros), el joven quedó embelesado ante tamaña muestra de ingenio y decidió descifrar ese misterio. Para ello buceó a fondo en el ajedrez; quería conocer todos sus secretos.
Se inscribió en el Franklin Mercantile Chess Club (entidad vicedecana y vigente desde 1885), creada en honor a Benjamin Franklin, entusiasta ajedrecista de Filadelfia y considerado Padre Fundador de Estados Unidos; sus avances y buenas actuaciones le abrieron paso para integrar el equipo del Club en diversos desafíos.
Ya sin pausas, y mientras completaba sus estudios en la Universidad de Pensilvania, con una licenciatura en literatura alemana, Whitaker sacudiría el tablero con dos jugadas inmortales: lograría dos asombrosas victorias -ambas en sesiones simultáneas, ante dos campeones mundiales-, que modificaría el destino de su vida y elevaría su autoestima hasta los astros.
En 1907 venció al entonces campeón, el alemán Emanuel Lasker (había viajado a EE.UU. para enfrentarse con el local, Frank Marshall), y en 1909, al cubano José Raúl Capablanca, que sucedería a Lasker a partir de 1922.
Hubo que esperar hasta 1913 para que Norman Tweed Whitaker, de 23 años, ahora como estudiante de derecho, en la Universidad de Georgetown, hiciera su debut en un torneo internacional, en el mítico Chess Manhattan Club, con 14 participantes, y entre ellos, cinco de los mejores jugadores del momento.
Capablanca resultó ganador y Whitaker finalizó, 8°. En el duelo entre ambos, el norteamericano casi rozó la hazaña; superó al cubano en la apertura y el medio juego, pero cayó en el final (con pronóstico de empate) tras 66 jugadas.
A los 26, y ya con el título de abogado, Whitaker se trasladó a Washington donde le asignaron un puesto gubernamental como funcionario de la Oficina de Marcas y Patentes de Estados Unidos. Con el poder del nombramiento y su fama junto al ajedrez, el chico de Filadelfia parecía encaminado a concretar “El sueño americano”; pero al joven se le dispararon los demonios y modificó el final de la película; dejó la actuación del muchachito de Hollywood por el papel de Don Corleone.
Amparándose en las facultades de su cargo, Whitaker viajó intensamente por el interior del país para el eludir el llamado al Servicio Militar coincidente con la Primera Guerra Mundial. Su ocultamiento no le impidió participar en los abiertos de la Wester Chess Association, más tarde llamado Campeonatos Abiertos de Estados Unidos. En 1916 fue 2°, detrás de Showalter y, 4°, en el torneo que lo ganó Edward Lasker, en 1917.
Al año siguiente, y después de estar sólo un día alistado en las fuerzas armadas, Whitaker fue dado de alta, tras la presentación de un dudoso certificado médico que desaconsejaba su ingreso debido a una visión defectuosa. Pocos meses después su nombre volvió a ocupar espacios en la prensa, su nuevo momento de gloria estuvo asociado a la victoria sobre el ex campeón norteamericano, Jackson Showalter, por 4 a 1 y tres empates, en un match de desafío, pactado a 8 juegos.
Ahora, el ajedrecista y abogado, iba tras los pasos de Frank Marshall, el histórico campeón americano (entre 1909 y 1935), pero las negociaciones se estancaron por la falta de un acuerdo económico.
Pero Whitaker comenzó a exhibir extraños comportamientos de personalidad; un trastorno mental que le dispararía sus peores deseos reprimidos. Su accionar parecía sacado de la obra “El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde». Acaso, creído que su fama y poder lo inmunizarían frente al mundo lumpen al que había decidido asociarse,
Whitaker comenzó sus primeros pasos con pequeñas estafas, y más tarde se involucró en robos, crímenes, secuestro, tráficos de drogas y prostitutas, y abusos por pedofilia.
En 1921, mientras comenzaban a circular los primeros rumores sobre los alcances de sus estafas, Whitaker, que ya había aprendido a tartamudear excusas, se presentó a jugar el torneo del 8°Congreso Americano, en Atlantic City en el que cumplió una destacada actuación: finalizó escolta del polaco David Janowski, y relegó al 3er puesto a Frank Marshall.
La noticia en los medios alertó a la policía que no tardó en detenerlo y enviarlo a cumplir una mínima condena. Algunos ajedrecistas sostienen que enterado de lo sucedido, el norteamericano Marshall aceptó ex profeso a poner en juego su título de inmediato frente el joven de Filadelfia, sabiendo que su invitación no recibiría respuesta; Whitaker no pudo presentarse a jugar porque estaba detenido.
Cuando recuperó su libertad, Norman eligió seguir por el camino de las sombras y planeó un nuevo golpe; ahora, con mayor alevosía. Formó un clan con sus amigos y hermanos, y pergeñó un elaborado esquema que consistía en el supuesto robo de automóviles con fraude a las compañías de seguros, que incluía el traslado de los vehículos a otros estados (de Nueva Jersey a California) y así, más tarde, poder cobrar sus pólizas. Cuando la maniobra fue descubierta, sólo su capacidad jurídica y conocimientos para transitar por los vericuetos de la Ley, le permitió demorar con apelaciones, durante más de tres años, los distintos llamados de la justicia.
En tanto, el corazón de papá Hebert Whitaker no soportó el escozor de la noticia al enterarse que todos sus hijos habían sido arrestados; falleció en 1925. Norman asumió la responsabilidad de la maniobra, con lo que liberó de la culpa a sus hermanos. Perdió su trabajo y fue expulsado del Colegio de Abogados, mientras era declarado culpable y sentenciado a una condena de 30 meses en la Penitenciaria Federal de Leavenworth. Allí dejaría anécdotas para un libro, y adoptaría el apodo de “Zorro”, que lo acompañaría hasta sus últimos días de vida.
A fines de 1927, Whitaker abandonó la prisión y también a su familia; antepuso la acción al pensamiento y regresó al ajedrez. Viajó a Michigan y participó del Primer Torneo de la National Chess Federation (antecesora de la Federación de Ajedrez de EE.UU.); con una sorprendente actuación (6,5 puntos en 8 ruedas) se quedó con el título y relegó al puesto de escolta, a Samuel Reshevsky, uno de los mejores ajedrecistas norteamericano junto a Bobby Fischer, en la segunda parte del siglo XX.
Su doble vertiente de ajedrecista y delincuente había comenzado a causar malestar en el ambiente de los gambitos y enroques; no fue extraño que al año siguiente, pese a su condición de campeón americano, no recibiera la invitación para defender su título en Bradley Beach.
Con soledad de soltería, y más de 30 abriles ya cansados de soñar, Norman Whitaker creyó que era el momento de iniciar un viaje y comenzar una nueva vida en número par. De su colección de amores eligió el más rápido sí y se marchó a Holanda, con dos objetivos: disfrutar de su luna de miel en La Haya, y jugar el II Campeonato Mundial Amateur.
El sueño casi se vuelve pesadilla cuando un accidente de tren en el que viajaba su mujer (quedó muy mal herida) perdieron la vida nueve personas. Sin culpas ni remordimientos, el corazón pétreo de Whitaker ni siquiera pareció darse por aludido; continuó jugando el certamen (ganado por el local Max Euwe) y alcanzó el 4° lugar, con 9,5 puntos sobre 14 posibles. Por su labor cobró un premio en metálico que guardó en su aún abultada billetera.
A su regreso a Estados Unidos fue recibido con poco menos que indiferencia por sus colegas y dirigentes; jugó un torneo en St. Louis, otro en Chicago y representó al equipo de Washington DC en un match por radio ante Londres.
Cuando la federación no lo tuvo en cuenta (por su pasado delictivo) en la formación de los equipos americanos para la Olimpíada de Hamburgo en 1930 y de Praga en 1931, Whitaker recurrió a su experiencia de abogado y presentó demandas contra dirigentes e instituciones. Pero sus reclamos que llegaron incluso a la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE, fundada en París en 1924) nunca fueron atendidos.
Sin su presencia, EE.UU. finalizó 6° en Alemania y ganó el oro en Checoslovaquia. Sin posibilidades de progresar y vivir del ajedrez, el “Zorro” volvió a las andadas. Fue apresado en Florida, tras cometer un nuevo fraude con el robo de automóviles. Y aunque logró salir bajo fianza, lo peor aún estaría por suceder.
El 1 de marzo de 1932, el pueblo norteamericano se conmovió frente al terror de la noticia; habían secuestrado en su propia cuna, a Charles Lindbergh Jr, un niño de 18 meses, hijo del héroe de la aviación de Estados Unidos, Charles Lindbergh, el primer piloto que cruzó el Atlántico uniendo Nueva York con París en 1927. Norman, que por entonces estaba peor que en banda, recordó que en los momentos de crisis suelen presentarse nuevas oportunidades.
Frente a la patética situación social su reventada mente planificó un nuevo golpe; se contactó con un viejo pillo, Gaston Means, un ex agente del Departamento de Justicia, y juntos visitaron a Evalyn Walsh McLean, millonaria y coeditora de The Washington Post, asegurándole que tenían contacto con los secuestradores y que podrían regresar el niño a salvo, a cambio de los u$s 104.000 puestos en recompensa.
Means cobró el dinero y huyó como el verde en otoño; frente a la traición, el Zorro no trepidó y puso en marcha un plan B. Visitó a la periodista y le comunicó que los secuestradores habían rechazado el dinero porque ella había publicado su numeración en el periódico. Le pidió a cambio u$s 35.000 y la promesa de regresarle su anterior pago, pero McLean sospechó del engaño y llamó al FBI.
Semanas más tarde, el bebé fue encontrado muerto y Whitaker y su socio Means fueron encarcelados. Con más dudas que certezas, un carpintero alemán, Bruno Hauptmann fue acusado del crimen y condenado a la silla eléctrica. En 1933, durante el juicio, Whitaker fue interrogado sobre el destino del dinero percibido. Sólo se limitó a responder: “Preferiría no recordarlo”.
Y fue condenado por “intento de extorsión” con 18 meses de prisión en Alcatraz. En cambio, Means le cayeron 15 años y falleció en la cárcel.
En Alcatraz, Norman Whitaker fue alternativamente amigo y enemigo de Alphonse Gabriel Capone (famoso gángster norteamericano, aunque su tarjeta personal rezaba vendedor de antigüedades), y que desde 1932, previo paso por Atlanta, cumplía una pena de 11 años de prisión por evasión de impuestos, tras su arresto por Eliot Ness.
En 1936 el Zorro y Al Capone tuvieron un duro enfrentamiento cuando éste no quiso ser parte de una huelga que encabezó Whitaker. Años más tarde, ambos reflotaron la interesada amistad.
Otra vez en libertad, el ajedrecista ignorado y abogado suspendido, retornó al juego sin olvidarse de su pasado delictivo. Ideó nuevas fechorías y ruines bajezas. Pasó más de veinte años entre las rejas tras nuevas condenas, ahora por casos de pedofilia y el envío de sustancias prohibidas a través del correo.
En 1954, y tras casi 20 años de ausencia en la alta competencia, Whitaker se inscribió en el 55° Open de EE.UU. que se jugó en Nueva Orleans; allí, el local Larry Evans y el español Arturo Pomar compartieron el 1° puesto con 9,5 puntos, y entre 109 participantes, Norman finalizó en el 19° lugar, con 7,5.
A los 66 años, Whitaker, y después de una deleznable y fallida propuesta de matrimonio a una niña de 14 años, se refugió definitivamente en el ajedrez; regresó a su primer club, Franklin Mercantile Chess Club, donde aún era considerado un fuerte ajedrecista y un buen challenger para las mejores promesas de la institución.
Allí conoció a Forry Laucks, un adinerado ajedrecista conocido como “el viejo nazi”, que usaba sombrero tirolés, camiseta y pantalón caqui, con corbata oscura, bigote hitleriano y una insignia negra esmaltada con una esvástica dorada; en el sótano de su casa, Laucks había creado una sala de ajedrez “Log Cabin”, donde se reunían a diario un grupo de amigos entre los que sobresalía un joven de 13 años llamado Bobby Fischer.
En1956, Laucks organizó para el grupo, un viaje de 5600 Km, que incluía la participación en varios torneos por equipos al sur del país y una escala final en Cuba para desafiar al conjunto local: El Club Capablanca. Whitaker fue seleccionado para defender el 1er tablero, y Bobby Fischer, el 2°
“O voy yo, o Bobby no viaja”, fue la tajante respuesta de Regina Wender (madre de Fischer) enterada que el niño compartiría el viaje con un delincuente y pedófilo. Finalmente la mamá fue invitada a abordar la camioneta, poco fiable, Chrysler 1950, propiedad de Laucks.
Bobby viajó en el primer asiento flanqueado por un fascista y un delincuente, acaso, sin saber lo que sucedía a su alrededor; a él sólo le interesaba jugar al ajedrez y vencer a Norman que era el único integrante del equipo que siempre lo derrotaba.
Durante el largo viaje jugaron partidas con un tablero magnético y también a la ciega; generalmente Norman era el triunfador. En el libro “Endgame” una biografía de Fischer escrita por Frank Brady, el autor cuenta que Whitaker era un gran contador de historias y chistes (por lo general de mal gusto), con los que solía matizar las horas del viaje, pero el pequeño Bobby en la mayoría de las veces necesitaba que le explicaran el desenlace. “Conozco una mujer que pagaría 1000 dólares por verme desnudo”, dijo Norman. ¿Y quién es? pregunto ingenuamente Bobby. “Una señora ciega”, le respondió Norman con sonrisa estridente, mientras Regina y el resto le golpeaban la cabeza calva y el niño repetía desconsolado, ¿y por qué lo haría?.
Aunque los cubanos ganaron el match por 26,5 a 23,5, el New York Time que seguía los pasos de Fischer publicó lo sucedido en la isla caribeña. Sólo Whitaker y Fischer triunfaron con holgura en sus tableros; cada uno derrotó a su rival por 5,5 a 1,5; el resto de los integrantes del equipo perdieron sus duelos.
Bobby, además, aprovechó la ocasión para mostrarse como un serio jugador, y con 13 años brindó una simultánea frente a 12 tableros, con 10 victorias y 2 empates.
El último llamado que Whitaker recibió de la Justicia fue como consecuencia de un accidente de tránsito en 1961, en Arkansas, en el que falleció su amigo Glenn Hartleb. Frente a la duda, el hombre de 71 años conservó su libertad. Luego, sin conocerse cómo obtuvo los medios,
Norman adquirió un Volkswagen Beetle con el que durante casi una década recorrió una infinidad de kilómetros por el sur de país participando en cuánto torneo consiguiera inscribirse. La poca fuerza de sus rivales le aseguraba la obtención de premios, y las monedas necesarias para subsistir el día a día, y continuar su viaje hacia una nueva parada.
En 1965, la FIDE en un relevamiento de sus ajedrecistas, le otorgó el título de maestro internacional (un peldaño inferior a gran maestro, el máximo) y lo posicionó entre los 25 mejores jugadores del mundo en 1918.
En 1975, el hombre que con monstruosidades empañó su carrera deportiva, murió en Alabama; tenía 85 años y de su paso frente al tablero dejó un mínimo legado: el libro, “Selección de 365 finales de ajedrez; uno para cada día del año”, y el enriquecimiento de la teoría del juego, con una variante de la defensa francesa bautizada con su nombre.
Veinticinco años más tarde, en 2000, John Samuel Hilbert sacó a luz todas sus atrocidades; necesitó más de 500 páginas para escribir tanto espanto: “Shady side: The life and crimes of Norman Tweed Whitaker, chessmaster”.
Norman Tweed Whitaker, un personaje inolvidable; creador de mínimas proezas en el juego, y el autor de los más grandes jaques miserables