El Congreso Nacional del Pueblo Chino aprobó el jueves una nueva legislación para Hong Kong por 2.878 votos a favor, 1 en contra y 6 abstenciones. El proyecto habilita a dicho órgano a aplicar sin intervención del Gobierno de Hong Kong una serie de leyes para criminalizar y reprimir diversas acciones en ese archipiélago que según Beijing se interpreten como “subversión”, “sedición”, “terrorismo”, y/o “amenaza para la seguridad nacional”.
Una decisión que ocupa el vacío legal por la no reglamentación del artículo 23 de la mini-constitución de Hong Kong, que debió haber sido elaborada y promulgada por la Asamblea Legislativa del archipiélago. Desde una perspectiva política, es el inicio del fin de la autonomía de Hong Kong. Algo más que anunciado luego de la aprobación de la nueva ley de seguridad que encuadran a las burlas al himno nacional de la República Popular China como un delito grave.
La primera decisión que se espera desde el continente es la instalación plena en Hong Kong de las agencias de seguridad del Partido Comunista Chino para iniciar las actividades de espionaje interno, delación y cooperación para detener todo disidente o sospechoso de serlo. Se trata de dar cierta “legitimidad legal” al inminente envío de tropas policiales, militares y parapoliciales al archipiélago. El objetivo es el de aplicar una rápida represión, encarcelamiento y envío a “campos de reeducación” a cualquier participante en protestas o disidencia con Beijing. Pero también es el inicio del fin de la libertad de pensamiento y de expresión que ha disfrutado el archipiélago hongkonés hasta la semana pasada.
Esto cierra a la perfección el ciclo de consolidación en el poder de la jefa de Gobierno de Hong Kong, Carrie Lam, cuyo alineamiento con Beijing quedó más que en evidencia desde la revuelta de estudiantes secundario de 2012 que rechazaba la introducción de contenidos “patrióticos” en los planes de estudio. Igual se salió con la suya, gracias al sistema de votación calificada, desafiado por una lucha a favor del sufragio universal, hasta ahora infructuosa, del pueblo de Hong Kong.
Las protestas iniciadas en noviembre de 1986 en un teatro de Hung Hom, cobraron visibilidad hasta la “revolución de los paraguas” de septiembre de 2014. En esta última, Lam fue la negociadora oficial y logró imponerse sin hacer ninguna concesión a las demandas de los líderes estudiantiles.
Su disciplinado alineamiento con Beijing fue premiado por el voto mayoritario (777 sobre 1.194) del comité de “notables” que la eligió como jefa de Gobierno. Su gestión como primera mandataria ha sido abiertamente pro Beijing, cuyos líderes ahora se inclinan más a favor del enfoque de “un país”, y no de “dos sistemas”. Algo más que evidente en febrero del año pasado con su apoyo no tan tácito a un proyecto de ley de extradición que habilita a apresar a disidentes con el Partido Comunista Chino y a enviarlos al continente. Proyecto que disparó las protestas casi diarias del último año.
Humillada el año pasado por manifestantes que le han exigido la renuncia exhibiendo un ataúd frente a su oficina, Lam aguantó las protestas como pudo con el apoyo de Beijing, y ahora se cobrará venganza aplicando a sus compatriotas la supresión “legal” de libertades individuales hasta el final de su mandato en 2022. Los motes de “títere” y “traidora” los deberá soportar hasta su muerte (probablemente en Londres, donde reside su marido), pero es claro que poco y nada le importa.
La reacción exterior no se hizo esperar. Con un discurso breve, pero de los más agresivos que se le recuerde últimamente, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció, la retirada de su país de la Organización Mundial de la Salud y la aplicación a Hong Kong del mismo tratamiento que al resto de China. Esto es: el abandono del sistema de comercio preferencial de EE.UU. con Hong Kong. Algo que horas antes ya había sido anticipado por el Secretario de Estado, Mike Pompeo, luego de la declaración en contra de la decisión del Partido Comunista Chino suscripta por los gobiernos de Australia, Canadá, el Reino Unido y los Estados Unidos.
La decisión de Washington todavía no tiene precisiones, pero claramente perjudicará de manera irreversible a esta modernísima ciudad, probablemente la más moderna y pujante del mundo. Washington no sólo retirará las preferencias comerciales para un país con el que comerciaba sin barreras arancelarias ni paraarancelarias, sino también la posibilidad de viajes hacia y desde Hong Kong sin exigencias de visas. En la práctica, lo que ocurrirá es que el Secretario de Estado Pompeo deje de certificar ante el Congreso que Hong Kong posee “suficiente” autonomía de China, con lo que de inmediato comenzará a cerrarse, de facto, el libre intercambio de bienes, servicios, activos y personas entre Estados Unidos y Hong Kong. Acto seguido, el Congreso estadounidense tiene las puertas abiertas para revocar de inmediato el trato comercial preferencial del que goza Hong Kong.
El futuro depende del rumbo que adopten Beijing y Washington. Dependerá de la “letra chica” que aplique el gobierno chino de manera plena, probablemente hacia agosto o a más tardar septiembre. Y del lado estadounidense, del tipo de informe que envíe Mike Pompeo al Congreso estadounidense, algo que puede ocurrir el mes próximo, o a más tardar hacia principios de julio. La decisión final tal vez se postergue a más tardar hasta los primeros días de septiembre.
Lo que sobrevenga dependerá de ambos gobiernos. El texto de la regulación china a ser aplicada determinará el rigor de las decisiones de Washington, y de la Casa Blanca, y estas últimas difícilmente sean indiferentes ante los vaivenes de la campaña electoral de Estados Unidos y del acompañamiento de otros países en aplicar medidas análogas sobre Hong Kong. Habrá que esperar qué hará cada país y con qué profundidad y velocidad. Esto determinará la continuidad del conflicto de relativamente baja intensidad entre China y Estados Unidos, o su agudización.
Mientras tanto, es claro que la Casa Blanca no va a dar marcha atrás con lo anunciado el viernes por Trump. Más aún: el presidente estadounidense anunció también la investigación a todas las empresas chinas que cotizan en Wall Street y ha anticipado sanciones a funcionarios chinos “involucrados en el recorte de las libertades en Hong Kong”. Decisión que anticipa el bloqueo total a la llegada de empresarios vinculados al Partido Comunista Chino para comprar empresas estadounidenses golpeadas por la crisis sanitaria y económica actual.
Inevitablemente va a caer el intercambio comercial y financiero entre Hong Kong y Estados Unidos, se reducirá el flujo de inversiones estadounidenses al archipiélago, y probablemente varias empresas financieras y no financieras (también de otros países) opten por mudarse a centros de negocios menos inseguros como, por caso, Singapur. Mientras tanto habrá que esperar los movimientos de ambos países respecto de las trabas chinas a la operatoria de Delta y United Airlines en China, el bloqueo de Estados Unidos a la exportación de chips a Huawei y su subsidiaria HiSilicon, y los demás frentes de conflicto que enervan a la Casa Blanca: China frente al Covid-19, su simpatía con el régimen de Corea del Norte, las provocaciones en el Mar de China Septentrional, su expansión exterior a través de la Ruta y la Franja de la Seda, el sistema 5-G y su eventual uso para espionaje, y los inevitables conflictos futuros en torno de los lechos de los océanos, el Ártico, y la competencia por el espacio extraplanetario.
Cualquiera sea el resultado electoral en Estados Unidos en noviembre próximo, el recalentado clima bilateral no se va a revertir, y el desafío chino a Estados Unidos por el liderazgo mundial es más que explícito. Un desafío de final incierto en el que cualquier “error” puede conducir a escenarios trágicos y probablemente inmanejables
Por Héctor Rubini Economista de la Universidad del Salvador (USAL)