El desastre británico en Bahía Agradable y las absurdas órdenes de los generales
El 8 de junio fue el día más negro para la flota inglesa: la Fuerza Aérea atacó en el desembarco a dos buques y ocasionó gran cantidad de muertos y heridos. Desde el continente, los altos mandos argentinos aplicaron una estrategia carente de táctica e inteligencia militar para enfrentar los combates finales.
Desde los primeros días de junio, en Puerto Argentino se esperaba el desenlace final; sin embargo, como lo hicieron durante todo el conflicto, los británicos aplicaron una estrategia y una táctica de manual, sin apresuramiento, mientras que nosotros constituíamos un agrupamiento de unidades enviadas sin una concepción que respondiera a elementales normas de una organización para el combate. Nunca las unidades habían realizado un entrenamiento conjunto.
Para colmo, Leopoldo Fortunato Galtieri -que se creyó un Douglas MacArthur criollo- mediante órdenes absurdas cumplidas sin chistar por los generales Mario Benjamín Menéndez y Oscar Jofre, la Junta Militar y varios altos mandos operativos, impuso una notoria dispersión de esfuerzos. De los 9 regimientos de infantería en las islas, solo 4 participaron en los combates en forma efectiva (RI 4, RI 7, RI 12 y el batallón de Infantería de Marina 5); parcialmente 2 (RI 6 y RI 25); y no participaron en las acciones tres de ellos (RI 3, RI 5 y RI 8), los 2 últimos aislados en la isla Gran Malvinas.
En el asalto final, el enemigo disponía de un poder de combate relativo superior en una proporción no inferior de 8 a 1; se entiende por tal a los efectivos reales empleados en el lugar de la acción, la superioridad aérea y naval (que en este caso era totalmente británica), las características del armamento, el grado de adiestramiento (diurno y nocturno), la experiencia en combate, el sostén logístico y la imprescindible Inteligencia estratégica y táctica, que brilló por su ausencia.
La responsabilidad -o irresponsabilidad- de lo expresado, en el caso del Ejército, es atribuible además de Galtieri, entre otros, a los generales Cristino Nicolaides y Juan Carlos Trimarco (comandantes de cuerpo), Antonio Vaquero (subjefe del Ejército), Edgardo Calvi (comandante de Institutos Militares), Alfredo Sotera (jefe de Inteligencia) y Eduardo Espósito (jefe de Logística). Al término del conflicto, este último ascendió a general de división y Nicolaides a teniente general y luego fue nombrado jefe del Ejército, y hasta designó al presidente de la Nación. No puedo omitir reiterar que, desde que comenzó el ruido de combate y la metralla, el 1° de mayo de 1982, ningún alto mando de las Fuerzas Armadas pisó Malvinas.
El ataque a Bahía Agradable de la Fuerza Aérea y la Sir Galahad alcanzada por las bombas argentinas
El día 8 de junio a media mañana recibí en mi puesto de comando, ubicado al sur de Puerto Argentino, una comunicación de mi observador adelantado de artillería, Tomás Fox, ubicado en el monte Harriet con el Regimiento de Infantería 4 (RI 4) a cargo del teniente coronel Diego Soria, en la que me informaba que al disiparse la bruma de la mañana había detectado visualmente buques enemigos en dirección a Bahía Agradable, y también un importante movimiento de helicópteros.
La información fue confirmada tiempo después por el capitán de comunicaciones Alfredo Frisoli, que concurrió personalmente a mi unidad. De inmediato informé al general Jofre, quien solicitó apoyo de fuego aéreo al continente, pues el objetivo estaba totalmente fuera del alcance de nuestra artillería. Los buques Sir Galahad y Sir Tristam, de 3.500 tn cada uno, transportaban un contingente importante de los Guardias Galeses.
El ataque de la Fuerza Aérea Sur (FAS), comandada por el brigadier Ernesto Crespo -de excelente desempeño según el informe Rattenbach- fue exitoso, se concretó con varios Skyhawk y se vio facilitado por la rapidez de la ejecución y la carencia de protección de defensa aérea de los buques. En el momento del ataque, el Sir Tristam había desembarcado sus tropas, no así el Sir Galahad que aún tenía efectivos a bordo y fue hundido. El adversario llamó a este hecho “el desastre de Bluff Cove” (en esa particular nomenclatura dual, los argentinos llamamos Bahía Agradable a Bluff Cove), y confirmó 51 muertos y más de 60 heridos.
El almirante Sandy Woodward reconoció el trágico desembarco en Fitz Roy: “Debí haberlo impedido, por supuesto. Es mi propia culpa (…) El desastre de Bluff Cove siempre será la imagen viva de la guerra de las Falklands (sic), ya que la televisión estaba allí filmando las terribles imágenes en vivo de los soldados quemados y gravemente heridos” (Una cara de la moneda, Ed. Hispanoamérica, pág. 357).
Sobre ese mismo hecho, el diario Ya de Madrid, en su edición del 11 de junio de 1982 consignó: “El propio ministro de Defensa, John Nott, ha asegurado ayer tarde en el Parlamento que las pérdidas sostenidas a causa de los ataques (del día 8) son trágicas”.
¿Fue un error el desembarco? En mi opinión, sí, pero los vencedores también los cometen; el cerco total del último y principal reducto argentino era inevitable, y los británicos podrían haber prescindido de esa acción.
Al término de la guerra, el brigadier Crespo responsabilizó al almirante Jorge Anaya (miembro de la Junta Militar) de la no intervención de la flota de mar; concretamente, dijo: “… la noche del 30 de abril de 1982, a las 20.25, Anaya dio la orden al contraalmirante Walter Allara de replegar las naves hacia Puerto Belgrano”.
El mismo día 8, aproximadamente a las 15.00 hs, un cazabombardero Harrier atacó el sector de mi puesto de mando (al sur de Puerto Argentino) y de las baterías A y B, a órdenes de los tenientes primeros Luis Caballero y Julio Navone, respectivamente. La artillería antiaérea abrió fuego con misiles y cañones, y sobre un diáfano cielo azul vimos un hongo de color negro petróleo, del que se desprendió en tirabuzón la inconfundible figura del Harrier, y segundos después el paracaídas con el piloto que se había eyectado; su cuerpo estaba inmóvil, muy probablemente muerto. Cayó en el mar y no pudo ser rescatado, como consecuencia de un nuevo ataque aéreo, que no nos produjo bajas. Fue el último derribo de un avión enemigo.
Apenas oscureció concurrí al cerro Sapper Hill, donde el GA 3 tenía destacado un pelotón de observación adelantada (el subteniente Ignacio Capanegra y el soldado José H. Ghittoni) con el BIM 5 al mando del capitán de fragata Carlos H. Robacio, y pudimos observar el resplandor que originó el incendio de los buques.
Mientras tanto, en Buenos Aires, Galtieri, manifestaba que “…apoyados por Hispanoamérica y muchos otros países del mundo, la Argentina está lista para continuar la guerra por muchos meses, o años, si fuera necesario” (The Times, de Londres, 10 de junio de 1082). Su insensata declaración contrastaba con lo que el 8 de junio el International Herald Tribune de Nueva York había expresado: “El apoyo a la Argentina en Latinoamérica es tan ancho como el Río de la Plata, pero con un solo centímetro de profundidad».
Aunque es difícil de creer, el 10 de junio arribó a Malvinas una pequeña fracción (un oficial, un suboficial y 13 soldados) del Regimiento de Patricios ¿Para qué, no lo sé? Durante el resto del día las posiciones del RI 4, RI 6, RI 7 recibieron fuego de hostigamiento naval y la artillería propia (batería C del GA 3 a cargo del teniente primero Héctor Tessey) entabló con la enemiga esporádicos duelos. Según el mayor de la Real Artillería británica, Jonathan Bailey, los británicos “contaban con 5 baterías de cañones de 105 mm (17 km de alcance), y no menos de 12.000 proyectiles” (Military Review, julio-agosto 1984).
El viernes 11 de junio por la mañana se produjeron las únicas víctimas civiles de la población local: tres mujeres muertas como consecuencia de un bombardeo naval británico. Sin duda se trató de un error y así lo reconoció el adversario. El esporádico fuego naval y aéreo continuaba, ahora también sobre el BIM 5, el GA 3 y el GA 4 (éste último a órdenes del teniente coronel Carlos A. Quevedo, que concurrió a la guerra convaleciente de una seria intervención quirúrgica).
Nos imaginábamos que los ingleses también experimentaban el rigor del combate, pero disponían de reservas frescas, mientras que nosotros estábamos inmóviles y desgastados, en posiciones prematuramente ocupadas desde hacía casi dos meses. A pesar de ello, ese mismo viernes a media mañana, fuentes británicas expresaron: “Todavía los argentinos no habían respondido a los llamamientos de rendición, y el efecto de la demora, combinado con las noches heladas y el fuego de la artillería argentina empezaban a producir cierta frustración. Un pelotón de Guardias Galeses tuvo que retirarse entre intensos disparos de la artillería pesada (cañones 155 mm), y el batallón de Comandos 42 sufrió las primeras bajas al verse alcanzado por proyectiles argentinos” (The Sunday Times Insight Team, Una cara de la moneda, Ed Hyspamérica, pág 370).
La noche del 11 al 12 de junio se produjo el impacto de un Exocet MM-38 en el crucero Glamorgan. Se trataba de un misil mar-mar adaptado por un equipo de nuestra Armada para ser lanzado desde una plataforma terrestre. Ese ingenio criollo estaba a cargo del capitán de fragata Julio Marcelo Pérez. Desde su llegada, a principios de junio, el GA 3 le había puesto a disposición un equipo con un radar Rasit de vigilancia y adquisición de blancos, a órdenes del sargento de artillería Raúl A. Orcasitas. El radar tenía una capacidad óptica y acústica para localizar los blancos, un alcance de 30 km y debía proporcionarle al misil dos datos de tiro básicos: el alza (distancia) y la deriva (dirección). Orcasitas tenía gran experiencia en ello, pues desde mediados de mayo casi todas las noches abríamos fuego con los cañones pesados a las fragatas británicas.
La noche citada se detectó un buque que después nos enteramos de que era el crucero Glamorgan (de 6.200 toneladas con 2 cañones de 4,5 pulgadas) que, según el almirante Sandy Woodward, “había estado muy activo bombardeando las posiciones argentinas, y su tripulación a las 05.30 (hora de Greenwich), abandonó sus puestos de combate, sabiendo que había sido una buena noche de trabajo” (Woodward S, Los cien días, Ed. Hispamérica, pág. 336).
El capitán Pérez accionó el disparador del misil cuando el crucero estaba a 28 km alejándose velozmente, y estaba a solo 2 km de quedar fuera de la pantalla del radar. Desde la costa pudimos apreciar el resplandor del impacto y segundos después escuchar una inconfundible explosión en la oscura noche, saludada por los sapucay de mis litoraleños. Los británicos reconocieron un número importante de heridos y 15 muertos. “A diferencia del Sheffield, el Glamorgan logró sobrevivir, aunque gravemente dañado” (The Sunday Times Insight Team, pág. 175). Al término de la guerra, el Reino Unido lo donó a Chile, que lo rebautizó con otro nombre.
Después de una breve ceremonia, los muertos fueron arrojados uno por uno al mar, donde quizás en las heladas aguas del Atlántico Sur se hayan encontrado con nuestros también jóvenes marinos del General Belgrano, que no tuvieron oportunidad de ninguna ceremonia de despedida en la cubierta del viejo crucero.
Recordando al poeta romano Virgilio y para quienes no vivían o ignoraban lo que sucedía en Malvinas, creo que el desastre de Bahía Agradable (Bluff Cove) y el impacto en el Glamorgan fueron el “canto del cisne” que presagia su final. En los siguientes tres días vendrían los momentos más dramáticos de la lucha terrestre.
MARTIN BALZA
*Ex jefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica.