Maradona y el sobreviviente de la Shoa

Maradona: la historia del sobreviviente del Holocausto que quiso llevarlo al fútbol holandés cuando Diego era un Cebollita

¿Es posible imaginar la vida de Diego Armando Maradona sin haber deslumbrado al mundo con esa zurda mágica en la primera de Argentinos Juniors? ¿Sería lógico pensarlo sin ese tridente histórico que integraron con Miguel Brindisi y Hugo Gatti en el Boca campeón de 1981? ¿Y sin el desembarco posterior a Europa para jugar en el Barcelona?

A golpe de vista, todo luce imposible. Son postales grabadas a fuego en una vida de película. Está ahí, instalado. Es parte de la memoria colectiva del futbolero argentino. Y siempre lo será. Salvo cuando aparecen relatos de personajes que pudieron torcer ese destino para siempre. O que al menos lo intentaron. 
Es posible cuando salen a la luz historias como las de Meijer Isaac Stad, un holandés que sobrevivió a un fusilamiento en el Holocausto, se convirtió en un acaudalado hombre de negocios y en 1974 golpeó las puertas de cuatro clubes de Holanda para ofrecer a un chiquilín de 14 años, al nene de esa fantasía infantil corporizada en los Cebollitas. A Pelusa.

Queda poco por descubrir del N° 10. Mucho se ha escrito y miles de historias se saben en relación a Maradona. Hubo decenas de libros, documentales y películas de todo tipo. Sin embargo, en la Argentina resultaba desconocido ese acercamiento tan particular que se inició con una reunión en Dinamarca y que bien pudo terminar con Diego comenzando su carrera profesional en Holanda. 

¿Hubiera sido el mismo jugador que se transformó en el mejor del mundo? Imposible saberlo, claro. «De Diego ya se conoce todo o casi todo. Hasta hoy esta era una historia inédita en nuestro país», explica a LA NACION Leonardo Albajari, periodista, docente y colaborador del Museo del Holocausto de Buenos Aires. 

Apasionado por la investigación, este hombre estuvo durante varios meses cotejando y chequeando datos. En definitiva, es quien desentrañó una historia que conoció a través de Simon Kuper, periodista y escritor británico. «Honestamente, nunca se me hubiera ocurrido unir un hilo del Holocausto con Maradona», añade Albajari.

Para contextualizar, en principio vale la pena conocer la historia de vida de Meijer Isaac Stad, que nació en el seno de una familia judía el 18 de octubre de 1919, en Rotterdam. Meijer -que siempre escondió su judaísmo por miedo a la discriminación- fue jugador de fútbol, puntualmente un extremo derecho. 

Hasta 1939 se desempeñó en las filas del Xerxes de Rotterdam, donde vivía, pero antes de la invasión nazi se mudó junto con su familia a La Haya. Al tiempo, tras los bombardeos, ya no quedaban rastros del barrio donde se crió. 

También, correr por la pista era otra de sus pasiones: de joven se consagró campeón nacional de atletismo en los 3.000 metros en el Estadio Olímpico de Amsterdam.

No obstante, para octubre de 1941, todos los judíos tenían prohibido practicar deporte en los Países Bajos. En Ajax, en Feyenoord, en todos los estadios del país colgaban carteles que proclamaban: «No se permiten judíos». Stad, sin embargo, siguió jugando. Después de Xerxes, se unió a un equipo local de tercera división de Scheveningen.

Durante los años del nazismo en Holanda, el joven se cambió el apellido por el de su padrastro (cristiano) y pasó a llamarse Meijer Bouwens. Durante un tiempo, el chico trabajó para un holandés que solicitaba dinero a otros judíos para salvarlos del horror y luego los entregaba a los nazis. Así como suena: terrorífico. Sin saberlo, Meijer lo descubrió y renunció. También recuerda haber salvado, junto a la resistencia, a dos primos de Albert Einstein que habían llegado a esas tierras escapando de Alemania.

Stad se unió a la resistencia holandesa y a mediados de 1944 fue capturado y enviado al campo de concentración de Vught, y luego fue destinado al campo de Westerbork (Holanda). En el primero de esos sitios, Meijer recuerda haber jugado partidos de fútbol contra los guardias nazis. 

Una situación que le servía para esquivar castigos duros e inclusive para lograr algo más de alimento. «Jugábamos en una plaza del cuartel. Ahí mismo ellos armaban una cancha de fútbol» dijo tiempo después como testimonio de su terrible experiencia.

Luego de Westerbork y con el avance aliado en el oeste, Stad fue llevado a Bergen Belsen y después al campo de concentración de Buchenwald, estos dos últimos ya en territorio alemán. Aunque el horror le daría paso a situaciones todavía más tenebrosas. 

Un día fue trasladado en tren junto con otro grupo de prisioneros. Un par de horas después de la partida la formación se detuvo, los nazis abrieron las puertas y los muchachos que estaban trabajando en una mina de sal fueron arrojados a un suelo ondulado, en el medio de un paisaje primaveral. 

Con las ametralladoras, a Stad intentaron fusilarlo de 10 balazos, pero sobrevivió. «Un dolor ardiente es lo último que puedo recordar», dijo alguna vez en sus memorias. Pudo escribir esos relatos porque, de alguna manera, sobrevivió y prosperó.

Los cuerpos fueron llevados a Buchenwald para ser incinerados. Pero las enfermeras encargadas de trasladar a los asesinados a los hornos encontraron a Stad aún con vida. Así, el 27 de febrero de 1945, lo intercambiaron por otro cadáver en secreto para poder atenderlo. Trataron sus heridas con trapos. Un prisionero francés, ex profesor de medicina, retiró las balas con una navaja: seis de su brazo derecho, una de su mano izquierda, dos de su pierna izquierda y una de su pierna derecha. Otra le había rozado la cabeza.

Cuando pudo recuperarse y ya con el campo liberado, Stad logró huir del horror el 24 de mayo de 1945. Fue uno de los sobrevivientes entre 100.000 judíos holandeses asesinados. Al regresar de los campos reconstruyó su vida, jugó al fútbol con mucho cuidado y reanudó su carrera deportiva: en 1946 terminó tercero en una carrera de 3.000 metros en La Haya. 

Al tiempo fundo una agencia de publicidad y como muchos sobrevivientes de aquellos días se convirtió en un adicto al trabajo. Sacó fuerzas del horror de sus experiencias. Y en base a ese esfuerzo se hizo millonario.

No es casualidad que Maradona haya comenzado su carrera en Argentinos, una institución que entre tantas perlas tiene el orgullo de exhibir a una de las mayores gemas de nuestro fútbol. Al emblemático club de La Paternal llegó en marzo de 1969, cuando empezó a entrenarse en el complejo de Las Malvinas, en Tronador y Bauness. 

Los sueños de Diego en su infancia de Villa Fiorito son los sueños de miles de chicos que juegan al fútbol: llegar a la primera división, jugar un Mundial y ganarlo. Él lo hizo.

Con los célebres Cebollitas, Maradona recorrió canchas de la Capital Federal, el Conurbano y algunos lugares de la provincia de Buenos Aires. En diciembre de 1973, por caso, deslumbraron en las Competencias Nacionales Infantiles Evita, contra Banda Roja, en el estadio Monumental. Ganaron por 5 a 4 y Diego convirtió 2 goles, a los 15 y a los 20 minutos.

Y aquí comienza la historia que entrelaza al hombre en cuestión, Meijer Stad, con uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos. A fines de 1974, después del Mundial de Alemania, un empresario argentino -comerciante de vinos- se encontró con Stad en una convención en Copenhague, la capital de Dinamarca. Esta persona se enteró de sus contactos en el fútbol holandés, le tocó el hombro y se presentó como un «dirigente del fútbol argentino, de Argentinos Juniors». 

Cabe recordar que en aquellos días La Paternal era una zona vitivinícola y supo ser el barrio de bodegas como Escorihuela, Gargantini y Crespi.

Allí, entonces, el directivo fue al grano, porque en las filas del Bicho había un diamante en bruto. Por eso le recomendó a un jugador de apenas 14 años que deslumbraba a propios y extraños. Un chiquilín que todavía no estaba preparado para el fútbol profesional, pero al que veía encajar a la perfección en un gran club holandés. Su nombre era Diego Armando Maradona, y el empresario le aconsejó que le buscara una institución allí. 

Las palabras fueron estas: «Tenemos un chico, un La Nación- por Fernando Vergara muy joven, y él es un futbolista maravilloso. ¿No podrías ubicarlo en un club de tu país?».

Vale destacar que el fútbol holandés estaba en un momento de esplendor, con la ‘Naranja mecánica’ diseñada por Rinus Michels y comandada por Johan Cruyff. Los creadores de un nuevo concepto en este deporte (el ‘fútbol total’), que un par de meses antes habían perdido la final del Mundial contra Alemania Federal.

Rápido de reflejos, una vez que regresó a su tierra, Meijer intentó convencer a las dirigencias de cuatro clubes de este país. Así, con la joven estrella argentina en su cabeza, Stad primero tocó las puertas de FC Den Haag, en La Haya, donde tenía buenos contactos. Pero no les interesó. 

Luego se trasladó al Sparta Rotterdam, dado que conocía a uno de sus principales dirigentes. «Voy a hablarlo con la gente del club y luego me pondré en contacto contigo», le dijo. Y nunca volvió a llamarlo.

Stad llamó a Feyenoord (un club que hoy acumula 15 títulos locales), donde un futbolista contestó el teléfono, y luego al Ajax (el más grande en el fútbol de este país), pero nadie quería a un joven argentino. Todos se negaron a mirarlo. «No, gracias», era la respuesta. Así es como Diego Maradona nunca terminó en Holanda.

Albajari continúa con el relato. «A fines de 1978, el representante Jorge Cyterszpiler fundó ‘Maradona Producciones’ para manejar los negocios de Diego. En esos tiempos le envió una postal de fin de año a Meijer con la firma de Maradona y una nota adosada en la que preguntaba si todavía existía un interés o no de los clubes holandeses por el futbolista», asegura.

La relación no llegó mucho más allá de esos años. Y los pasos de Maradona fueron otros: Argentinos, Mundial de 1979, Boca, Barcelona, Mundial de México, Napoli, Mundial de Italia… un recorrido de película. Hoy, precisamente, se cumplen 15 años del fallecimiento de Meijer Stad (4 de junio de 2005). Su vida estuvo cargada de vivencias. En definitiva, es el personaje que, sin saberlo, pudo cambiar otra historia: la de uno de los futbolistas más talentosos de todos los tiempos. Al menos, el hombre lo intentó.

«No fue un juego»: El fútbol durante el nazismo y el Holocausto

El proyecto educativo fue creado en 2018 de la mano de Leonardo Albajari, Germán Roitbarg, Guilllermo Ibarra y Gustavo Asmús. Es una muestra museológica apoyada por el Museo del Holocausto de Buenos Aires y ganador del premio Julius Hirsch en 2018 por parte de la Federación alemana de fútbol.

Con las conferencias y la muestra ya se han recorrido las ciudades de: Resistencia, Saenz Peña, Corrientes, Córdoba, Dolores, Concepción del Uruguay, Rosario, Puerto Madryn, La Plata, Rivera, Carlos Casares y el Distrito Federal (México). Además se visitaron las siguientes instituciones: Museo y Club River Plate, Macabi, Hebraica, Cissab, Weitzman, Scholem, Toratenu, Amia (La Plata), Aleph Centro cultural, Museo de la memoria (Ex Esma) y Universidad de La Plata. «Ojalá que la historia de Meijer le sirva a la humanidad para saber lo que sucedió con los judíos durante el nazismo. Él pudo dar testimonio de esto, pero hay seis millones de personas que nunca pudieron hacerlo», dice Albajari.

Finalmente, el próximo 24 de junio comenzará en el Museo del Holocausto un curso online sobre la temática (6 clases). «Junto a ellos creemos que la educación es la mejor opción para llegar a las nuevas generaciones. Así, pensamos que contar con un costado futbolero en esta temática es un gran hallazgo», explica Albajari.

La Nación- por Fernando Vergara

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