El golpe que abrió con violencia la puerta de ingreso a la casa fue interrumpido por un aviso: “¡La Gestapo!”, gritó uno de los cuidadores de quienes permanecían escondidos en el ático, mientras era apuntado en la nuca por un militar nazi. Edith Frank tejía a pocos metros. No tuvo tiempo de nada. Los habían descubierto. Con terror terminaba el aislamiento forzado de 25 meses y comenzaba así el trágico final.
Habían pasado once horas del viernes 4 de agosto de 1944 y en «La casa de atrás” las ocho personas que habían vivido ocultas de los nazi, que habían invadido Holanda durante la Segunda Guerra Mundial, se enfrentaban con horror a los gritos y forcejeos, a las órdenes en alemán, a un destino del que habían querido huir: los campos de exterminio.
Un ático para escapar a la muerte
La familia Frank -Otto y Edith Hollander, y las niñas Margot y Ana- vivió en Alemania hasta 1933, año en que comenzó la persecución nazi contra los judíos. Luego, se instalaron en Ámsterdam donde Otto fundó una empresa. En poco tiempo hicieron de Holanda su lugar.
A comienzos de la década del 40 Margot cursaba sus estudios secundarios, salía de paseo con sus amigas y Ana hacía amistades con facilidad y no le faltaban pretendientes. Eran dos adolescentes con sueños y una vida sin sobresaltos. En los días previos a cumplir 13 años Ana le mostró a su padre un cuaderno forrado en tela cuadrillé en tonos rojos, con una pequeña cerradura en el frente, que lucía en una vitrina. Ese fue uno de los regalos de cumpleaños que recibió el 12 de junio de 1942. El cuaderno tenía el destino marcado: sería su diario íntimo y pasaría a ocupar el lugar de la “mejor amiga” que tanto añoraba. Lo bautizó “Kitty”.
Unas semanas después, el 5 de julio, Edith recibió una notificación oficial que avisaba que Margot, de 16 años, debía partir a uno de los campos nazis. La mujer, asustada por saber el significado de esa citación, avisó a su marido.
Otto Frank sabía lo que estaba ocurriendo y unos meses antes había dispuesto un espacio contiguo al edificio de su empresa para ocultar a su familia en caso de que el ejército alemán invadiera Holanda. La partida, prevista para el 16 de julio, se adelantó una semana tras la citación. Otto dejó en la casa una nota en la que avisaba a sus amigos que la familia huía a Suiza, para despistar.
Desde el 9 de julio de 1942 hasta el 4 de agosto de 1944 la familia Frank vivió en el refugio que Ana llamó “la casa de atrás”. Días después llegó la familia Van Pels (Van Dann en el libro) y entre ellos Peter, un muchacho de 16 años con el que Ana tendría su despertar amoroso. En noviembre de ese año se sumó el odontólogo Fritz Pfeffer (Albert Dussel).
La importancia de su conmovedor diario íntimo
Annelies Marie Frank (conocida como Ana Frank) era una niña alemana de ascendencia judía que contó en primera persona la invasión nazi en Holanda durante la Segunda Guerra Mundial.
A través de sus escritos (un diario íntimo, algunos cuadernos y varias hojas sueltas) relató detalles de la persecución del ejército de Adolf Hitler hacia los judíos, pero también se mostró como una niña curiosa por la vida, ansiosa de conocer el mundo y la naturaleza.
Aquel diario se convirtió en indispensable en la vida de Ana: describió muchos de los días del cautiverio, contó cómo vivían en el refugio, detalló el miedo que sentía ante cada explosión de las bombas que destruían el mundo que conocía y contó el temor a ser descubiertos que la invadía. También relató el floreciente amor correspondido de su compañero de escondite, Peter.
El martes 1 de agosto de 1944 Ana escribió por última vez. Tres días después a su último relato “los escondidos” fueron encontrados y deportados al campo de tránsito de Westerbork, y un mes después, tras 3 días de viajar hacinados en un tren, llegaron a Auschwitz. Víctima del tifus, Ana murió en el campo Bergen-Belsen en marzo de 1945 a los pocos días de que muriera su hermana Margot.
La enfermedad y la tristeza de Ana por pensarse sola en el mundo (creía que su padre había sido seleccionado para morir en la cámara de gas) se llevaron su vida. Una de sus amigas de escuela la vio en el campo y contó detalles escalofriantes: Ana estaba calva, casi desnutrida y desnuda, apenas tapada por unos trapos, porque había tirado sus ropas infestadas de pulgas.
Al terminar la guerra, Otto Frank regresó a Ámsterdam donde se reencontró con Miep Gies y Bep Voskuijil, dos de las personas que colaboraron con ellos y los protegieron en los tiempos del cautiverio. Volvió sabiendo que su esposa Edith ya no regresaría, pero dudaba sobre el paradero de sus hijas. Tiempo después supo que ellas no habían logrado sobrevivir.
Derrumbado por la noticia compartió su pena con Bep y Miep quien, a modo de consuelo, le entregaron el diario de Ana y todos sus escritos. El cuaderno íntimo de la adolescente había sido recuperado por las mujeres minutos después del arresto, y Miep prometió: “Es el diario de Ana y lo guardaré para dárselo cuando regrese”.
Otto lo leyó con emoción y, de alguna manera, descubrió a su hija, conoció a la mujer que florecía y supo que soñaba con ser escritora y publicar la “versión B” del diario para dar a conocer sus vivencias de guerra.
El diario de Ana fue publicado por primera vez en marzo de 1947 en los Países Bajos con el nombre que ella dejó “Het Achterhuis” (La casa de atrás). Ese relato representa desde entonces uno de los documentos históricos más valiosos que describen la Segunda Guera y el Holocausto.
Lo último que escribió Ana en su diario íntimo
Martes, 1 de Agosto de 1944
Querida Kitty:
“Un manojo de contradicciones” es la última frase de mi última carta y la primera de ésta. “Un manojo de contradicciones”, ¿serías capaz de explicarme lo que significa? ¿Qué significa contradicción? Como tantas otras palabras tiene dos significados: contradicción por fuera y contradicción por dentro. Lo primero es sencillamente no conformarse con la opinión de los demás, pretender saber más que los demás, tener la última palabra, en fin, todas las cualidades desagradables por las que se me conoce; y lo segundo, que no es por lo que se me conoce, es mi propio secreto.
Ya te he contado alguna vez que mi alma está dividida en dos, como si dijéramos. En una de esas dos partes reside mi alegría extrovertida, mis bromas y risas, mi alegría de vivir y sobre todo el no tomarme las cosas a la tremenda. Eso también incluye el no ver nada malo en las coqueterías, en un beso, un abrazo, una broma indecente. Ese lado está generalmente al acecho y desplaza al otro, mucho más bonito, más puro y más profundo. ¿Verdad que nadie conoce el lado bonito de Ana, y que por eso a muchos no les caigo bien? Es cierto que soy un payaso divertido por una tarde, y luego durante un mes todos están de mí hasta las narices. En realidad soy lo mismo que una película de amor para los intelectuales: simplemente una distracción, una diversión por una vez, algo para olvidar rápidamente, algo que no está mal pero que menos aún está bien. Es muy desagradable para mí tener que contártelo, pero ¿por qué no habría de hacerlo, si sé que es la pura verdad? Mi lado más ligero y superficial siempre le ganará al más profundo y por eso siempre vencerá. No te puedes hacer una idea de cuántas veces he intentado empujar a esta Ana, que sólo es la mitad de todo lo que lleva ese nombre, de golpearla, de esconderla, pero no lo logro y yo misma sé por qué no puede ser.
Tengo mucho miedo de que todos los que me conocen tal y como siempre soy, descubran que tengo otro lado, un lado mejor y más bonito. Tengo miedo de que se burlen de mí, de que me encuentren ridícula, sentimental y de que no me tomen en serio. Estoy acostumbrada a que no me tomen en serio, pero sólo la Ana «ligera» está acostumbrada a ello y lo puede soportar; la Ana de mayor «peso» es demasiado débil. Cuando de verdad logro alguna vez con gran esfuerzo que suba a escena la auténtica Ana durante quince minutos se encoge como una mimosa sensitiva en cuanto le toca decir algo, cediéndole la palabra a la primera Ana y desapareciendo antes de que me pueda dar cuenta.
O sea, que la Ana buena no se ha mostrado nunca, ni una sola vez, en sociedad, pero cuando estoy sola casi siempre lleva la voz cantante. Sé perfectamente cómo me gustaría ser y cómo soy… por dentro, pero lamentablemente sólo yo pienso que soy así. Y ésa quizá sea, no, seguramente es, la causa de que yo misma me considere una persona feliz por dentro y de que la gente me considere una persona feliz por fuera. Por dentro, la auténtica Ana me indica el camino, pero por fuera no soy más que una cabrita exaltada que trata de soltarse de las ataduras.
Como ya te he dicho, siento las cosas de modo distinto a cuando las digo, y por eso tengo fama de correr detrás de los chicos, de coquetear, de ser una sabihonda y de leer novelitas de poca monta. La Ana alegre lo toma a risa, replica con insolencia, se encoge de hombros, hace como si no le importara, pero no es cierto: la reacción de la Ana callada es totalmente opuesta. Si soy sincera de verdad, te confieso que me afecta, y que hago un esfuerzo enorme para ser de otra manera, pero que una y otra vez sucumbo a ejércitos más fuertes.
Dentro de mí oigo un sollozo: «Ya ves lo que has conseguido: malas opiniones, caras burlonas y molestas, gente que te considera antipática, y todo ello sólo por no querer hacer caso de los buenos consejos de tu propio lado mejor».
¡Ay, cómo me gustaría hacerle caso, pero no puedo! Cuando estoy callada y seria todos piensan que es una nueva comedia y entonces tengo que salir del paso con una broma y para qué hablar de mi propia familia, que enseguida se piensa que estoy enferma y me hacen tragar píldoras para el dolor de cabeza y calmantes, me palpan el cuello y la sien para ver si tengo fiebre, me preguntan si estoy estreñida y me critican cuando estoy de mal humor, y yo no lo aguanto; cuando se fijan tanto en mí, primero me pongo arisca, luego triste y al final termino volviendo mi corazón, con el lado malo hacia fuera y el bueno hacia dentro, buscando siempre la manera de ser como de verdad me gustaría ser y como podría ser… si no hubiera otra gente en este mundo.
Tu Ana M. Frank