Foto grupal frente a la Universidad Clark: Sentados: Sigmund Freud, G. Stanley Hall, C.G. Jung. Atrás de pié: Abraham A.Brill, Ernest Jones y Sandro Ferenczi.
Existen muchas maneras de abordar la relación entre Psicoanálisis y Judaísmo, encarnada en la propia persona de Sigmund Freud y en las mismas raíces de su invención. Podríamos hablar de la Biblia y del Psicoanálisis, de la interpretación de los textos cabalísticos comparada con la interpretación psicoanalítica, del chiste judío en su relación con el Inconsciente y así seguidamente.
Como en el chiste que cuenta Freud: ¿ Adónde vas? le preguntan. Pregúntaselo a mi caballo, contesta. Pues igualmente, para esta introducción al tema empecé haciendo camino sin saber del todo adonde iba, hasta que escogí un recorrido. Lo que sí sabía desde hace mucho tiempo es que yo quería hablar y escuchar hablar de esta relación en un foro psicoanalítico. Lacan expresa tambien algo de este anhelo cuando dice en «La ciencia y la verdad» : «no me consuelo de haber tenido que renunciar a enlazar la función del Nombre del Padre con el Estudio de la Biblia». Queda pendiente esta deuda.
Tomaré algunos elementos para una introducción y luego desarrollaré una hipótesis, cuyo hilo conductor es la falta en la estructura en sus diferentes modalidades: la circuncisión, la “libra de carne”, la deuda, el sacrificio, o el objeto a.
En su libro “Freud y la conciencia judía”, Marthe Robert comienza así : “Que exista un estrecho vínculo entre el psicoanálisis y lo que habitualmente llamamos el espíritu judío parece ser tan evidente, que por lo general, nos limitamos a señalarlo sin esforzarnos en definir el propio espíritu judío, ni interrogarnos sobre su peculiar modo de transmisión.» A veces esta evidencia ha sido olvidada. Por ello, pretendo en esta exposición rescatar algunos de los aspectos de esta relación y del aporte lógico que tiene para nosotros. Es muy posible que Freud mismo estuviera en el origen de este olvido. En 1908 Freud le escribe a K. Abraham: «Recuerde también que Jung, cristiano e hijo de pastor no ha encontrado el camino hacia mí sino venciendo grandes resistencias. Su adhesión tiene mayor valor. Casi iba a decir que su entrada en la escena del psicoanálisis ha alejado el peligro de ver cómo esta ciencia se convierte en una cuestión nacional judía». El Psicoanálisis, podemos decir, no es una «ciencia judía», por supuesto, por el mismo deseo explícito de Freud: construir una teoría universal del sujeto psíquico que fuese aceptada por todos. Además de este empeño comprensible, hay en ello – varios autores lo han comentado también- cuestiones no resueltas de su propio análisis y de la relación con su padre, Jacob Freud, judío religioso tradicional de la diáspora y de la segregación antisemita.
Por otra parte, sabemos que solo un judío y ateo como Freud podía ser el inventor del Psicoanálisis. Yo diría ateo pero circunciso, o sea marcado de una forma muy especial por la falta. Freud puede inventar el psicoanálisis por estar doblemente exiliado. En la medida en que es judío, es exiliado de la cultura dominante de su época por el antisemitismo reinante; pero también por ser ateo se ve exiliado de la ortodoxia religiosa. Es impensable que un judío ortodoxo bien integrado en la religión, en su lengua de origen y familiarizado en los textos sagrados, hubiera podido inventar el psicoanálisis. Sin esta doble exclusión de Freud respecto a la cultura dominante y del propio judaísmo religioso, no – hubiera sido posible la invención del Psicoanálisis. El analista Freud, como Moisés, tiene que exiliarse del “establishment”, de la cultura oficial, para sustraerse de su poder aplastante y sostener su legado: el inconsciente.
El legado del Freud judío.
En la Thora, según Rapael Draï, convergen la idea de la ley con la aparición de la conciencia humana. Las Tablas de la Ley son el Libro, la escritura de la ley que recibe el Pueblo de Israel de la mano de Dios en el Sinaí, con el cual se establece un Pacto y una deuda, que se plasma en la circuncisión.
En la clase del Seminario “La Angustia”, correspondiente al 26 de Marzo de 1963, Lacan se dedica a estudiar la circuncisión, y nos dice : «creo que he bosquejado de manera suficiente la función de la circuncisión, no sólo en sus coordenadas de fiesta de iniciación, de introducción a una consagración especial, SINO EN SU ESTRUCTURA MISMA, DE REFERENCIA, PARA NOSOTROS ESENCIALMENTE INTERESANTE, A LA CASTRACIÓN, EN CUANTO A SUS RELACIONES CON LA ESTRUCTURACIÓN DEL OBJETO DEL DESEO». Y más adelante, añade para definir nuevamente la circuncisión : «ser separado de algo, o una relación permanente con un objeto perdido como tal… la tripa causal, en efecto de ningún modo está localizado .. en la puntita de carne que constituye el objeto del rito»
El pacto con Dios, con el Libro de la Ley, es sellado por la circuncisión, que en hebreo se llama Brit Mila (Brit es alianza o pacto y Mila significa palabra). La circuncisión es literalmente un Pacto de palabra, o con la palabra, y a la vez, la marca sobre el cuerpo de una falta: el resto sacrificado que hay que pagar por la entrada en el lenguaje. Dios le dice a Abraham: «Circuncide la carne de vuestros prepucios, éste es el signo del pacto entre tú y entre vosotros». Se trata de un pacto social en el cual se observa el movimiento que va del individuo hacia lo colectivo. «Anda delante mío y sé integro», le dice Dios en el Génesis. Le llama íntegro, pero le pide una parte. Se podría pensar que para alcanzar cierta integridad, uno debería recordar siempre que le falta algo. Esta premisa ética, ya la tenemos en la Biblia. Además, no debemos olvidar que a él varón le falta algo, precisamente, allí donde encuentra la mujer. Ella en hebreo se dice «nekeva» y «nekav» y significa agujero. El encuentro se produce entre el circunciso y ella, la agujereada, cada uno aporta al otro su falta.
Del sacrificio
En su libro “Lacan y las Ciencias Sociales”, (PUF 2001), Markos Zafiropoulos, en el capítulo VI, aborda la discordancia estructural entre lo real y el orden simbólico. Hace referencia también al Seminario “La Angustia” que hemos citado y dice: «Lacan pondrá cada vez más el acento sobre la diferencia entre lo simbólico y lo real, o para precisar mejor, sobre un resto que escapa necesariamente a la misma simbolización. Más tarde…llamará a este resto el objeto (a). Y añade: “Porque no podríamos indicar qué es en esta función de objeto (a) que el pueblo de Israel se presenta según Lacan.” En el Seminario del 8 de Mayo de 1963, Lacan habla de la “libra de carne”, para darnos una versión dramática, shakespeariana, de este resto del viviente que escapa a la simbolización. Esta suerte de crédito residual que sostiene la vida del hombre y que la «maldad» divina le reclama hasta la muerte, eso según Lacan puede designar el origen de las persecuciones dirigidas contra el pueblo judío que «encarna» para la humanidad este resto, o este objeto (a). Y dice literalmente : «Ninguna historia escrita, ningún libro sagrado, ninguna Biblia, más que la Biblia hebrea, puede hacernos sentir esa zona sagrada donde la hora de la verdad es evocada, lo que en términos religiosos, podemos traducir por ese lado implacable de la relación con Dios, esa maldad divina por la cual es siempre con nuestra carne que debemos saldar la deuda. Y más adelante… “esta designación ….. es esencialmente correlativa… a los orígenes, a lo que suele llamarse el sentimiento antisemita…..” Interesante cita que nos ofrece una hipótesis lacaniana acerca del antisemitimo: el judío paga por haber estado míticamente situado en el origen de la Historia. Y funciona como el resto de la operación de división que aparece en la constitución subjetiva. El intento de «sacrificar» a los dioses oscuros al pueblo judío es el precio a pagar por evitar la castración. Podríamos pensar incluso que la Solución Final, la eliminación radical del Otro, puede entenderse como una estrategia para economizarse cada uno la libra de sangre que le corresponde, la deuda imposible de saldar. Sacrificar al otro para así zafarse de la castración. Sin embargo, sabemos que el sacrificio solo exige más sacrificios, demostrando que esta estrategia en lo social es fallida, aunque muy tentadora por lo que observamos de su repetición en la historia.
No es Dios quien demanda sacrificios, esa enseñanza la tenemos ya en la metáfora del Sacrificio de Abraham, Dios prohíbe el sacrificio humano y pone en su lugar al carnero, nuestro ancestro, cuyo resto de Voz es el Shofar.
La Deuda, o poner la falta en el Otro
Eso mismo, la libra de carne, tiene el dramatismo shakespeariano pero puede tomar también la forma de un chiste, aqui tenemos la función del Witz judio. Véamos : “Es una noche como tantas otras, Moishe no puede dormir. Se retuerce y levanta, se acuesta sin parar, hasta que su mujer Sarah le pregunta: qué te pasa, dímelo, ya que ahora yo tampoco puedo dormir. Moishe responde : sabes, es Jankel, mi vecino de enfrente, el que me quita el sueño, le debo 500 rublos que me reclama para mañana y no se los puedo pagar porque no los tengo. Sarah se va y abre la ventana para gritarle a Jankel : sabes, aquel dinero que tú esperas de Moishe mañana, no te lo podrá pagar, porque no lo tiene. Luego cierra la ventana y le dice a su marido : ¿ves? ahora es él quien no podrá dormir más. Y se van los dos a dormir tranquilamente”. Ahora los dos pueden dormirse, y es un tercero quien pierde el sueño, ya que le toca cargar con la deuda. Esta es la deuda de cada cual de la que hablábamos antes, la que se pelotea, puesto que no puede ser saldada simbólicamente.
Muchas historias judías desvelan esta cuestión de la deuda imposible de pagar, con la cual alguien debe cargar. Freud le escribe a Romain Rolland diciéndole que él pertenece a una raza a la cual se le atribuía la responsabilidad de todo, y que eso hizo que él se dedicara a la destrucción de sus propias ilusiones primero, y luego a las de la humanidad. En otras palabras, Freud se propuso trabajar contra la ilusión que unifica el Uno, no barrado. El psicoanálisis procede de la ruptura de esta unidad. Como judío y ateo, Freud podía hacerlo, ya que estaba desligado del Gran Uno. Es desde este lugar descentrado o exterior, que el psicoanálisis se convierte en la tercera herida de la humanidad. La que interpela el narcisismo y rasga la cerrazón de una cultura que no quiere saber nada, puesto que está sumida en un sueño dogmático de completud. Allí es donde Freud rasga los velos y produce el agujero en el exceso de goce, con el traumatismo consecuente: «No estás dónde piensas». El que comete esta transgresión, tendrá que cargar con ella. Tendrá que cargar con la maldición de lo que no puede ser evacuado simbólicamente y que se plantea desde el psicoanálisis como una cuestión central de la estructura. Esta ha sido la historia. En vez de esperar indefinidamente la apertura de «la mayoría compacta» (expresión de Freud), él abre una brecha-herida con su teoría que va a trastocar el interior y el exterior de un mito fundamental y mayoritario de Unidad. El judío excluido le recuerda a la humanidad su propia exclusión. La división inapelable del sujeto parlêtre. En este sentido, el judío se equipara con el psicoanalista. (Véase el discurso psicoanalítico).
¿Qué se plasma de todo eso en la misma historia de Freud ?
De acuerdo con el esquema que nos ha legado Freud en «Psicología de las masas y análisis del yo», tenemos dos elementos para la estabilización del lazo social: la identificación a un Ideal por un lado, y el sacrificio por otro. Este último elemento, el sacrificio, es lo que he desarrollado con la tesis de Lacan sobre “la libra de carne”. Aquí tenemos otra fórmula freudiana para entender la cuestión.
¿Cómo opera esta ecuación en la vida de Freud, sobre todo en el momento de su exilio? En 1935 Freud le escribe a Lou Andreas-Salomé diciéndole que la figura de Moisés le ha obsesionado a lo largo de toda su vida. Tenemos una amplia muestra de ello en sus escritos y cartas. Moisés, que empieza su andadura como Padre Ideal y acaba siendo el objeto desechado (similar al recorrido del analista en la cura: de la A a la (a)), resto de cuarenta años de desierto. La entrada en la Tierra Prometida implica el sacrificio de Moisés, que conduce su pueblo a la Tierra, mientras él queda excluido de la misma. Un destino parecido será el de Freud entronizado por sus discípulos y analizantes, que no tardan en cuestionarle en sus actuaciones, escritos o impulsos parricidas (veáse Jung, Ferenczi, Rank, etc. ). Esta soledad, Freud la descubre en toda su crueldad cuando la persecución recae sobre él, en su condición de judío y también de psicoanalista, cuando tiene que exiliarse de Viena, desterrado de su tierra.
El 15 de Marzo de 1938, Jones viaja a Viena para programar el rescate de Freud. Este no quiere marchar y aduce razones para no salir de Viena : demasiado viejo, muy débil y además añade que no le dejan entrar en ninguna parte. Jones tiene que admitir que este último argumento no es imaginario. No olvidemos que Jones había tomado cartas en el asunto. Elisabeth Roudinesco en su polémico libro «Jacques Lacan», relata en el capítulo «Le fascisme : effondrement de la saga viennoise» el acorralamiento nazi y los acosos de la Gestapo que tiene que sufrir Freud y que le obligan a abandonar Viena. Jones se encarga de implantar en Viena la política de arianización que defendió previamente en Alemania, y de la que se responsabiliza enérgicamente M.H. Göring, con la ambición de «construir un movimiento de psicoterapia del cual estarían excluidos los judíos y proscrito el vocabulario freudiano»(sic). Mientras que los analistas judíos abandonan Viena y Berlín, sus colegas celosos de su prestigio toman el relevo. En 1935, de los 47 analistas, quedan solamente nueve, pero aún así, sobran. Jones es el promotor de esta política de «salvación» cuya intención es la de adelantarse a los nazis y acabar con todos los miembros judíos de la DPG, para preservar el psicoanálisis. Los judíos son segregados por sus mismos colegas. Un sólo no judío rechaza esta infamia, Bernard Kamm, exiliándose él también por solidaridad con los excluidos.
Como en el esquema citado de Freud en «Psicología de las masas y análisis del yo»: ellos se unen todos para acatar el Ideal nazi y deciden un sacrificio, que en este caso es el inventor del psicoanálisis. La segregación de Freud facilita la unión de sus hijos. Esta Historia se repetirá de diferentes formas y en diferentes lugares. Ahora bien, entre las varias lecturas de “Moisés y el Monoteísmo”, lo que para mi tiene un valor especial es el último y supremo esfuerzo que hace Freud de barrar al Padre, de caer para que su obra subsista, para que su pueblo – pongamos la IPA – perdure. Pocos Padres ilustres de nuestra civilización han podido asumir este acto, el de su propia castración. Si pensamos en los Padres que se resisten a morir incluso después de muertos, este acto adquiere una dimensión muy especial, un testimonio y una norma para los analistas del porvenir
Daniela Chiprout de Aparicio
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