El 4 de abril del 1982, un avión Hércules de las Fuerzas Aéreas Argentinas se dirigía a combatir en la Guerra de Malvinas; llevaba en su interior a más de ciento cincuenta soldados.
Uno de los soldados, Claudio, era un chico judío del barrio de Avellaneda. A pesar que no sabía mucho de judaísmo, identificó a otro de los soldados que estaba rezando. Vio como al leer de un pequeño librito (Sefer Tehilim) meneaba su cuerpo de atrás para adelante tal como hacían los viejitos del templo donde hizo su Bar Mitzvá.
Al llegar a su lado, le dijo: «Por favor escúchame, yo también soy judío, ayudame». -«¿Qué necesitas?» le contestó. -«Enseñame a rezar, tengo que hablar con Dios. Pedirle que me salve y que me permita volver con mi familia» le dijo Claudio. -«Prestá atención, te voy a enseñar la frase que ha acompañado a los judíos durante todos los tiempos, repetí conmigo: Shemá Israel Hashem Elokenu Hashem Ejad». Claudio lo repitió y lo memorizó.
Llegando el avión a tierra firme, a cada uno lo destinaron en una base diferente, así que se despidieron con un abrazo repitiendo juntos a coro «Shema Israel Hashem Elokenu Hashem Ejad».
El 21 de mayo en la bahía donde estaba Claudio, parecía un día rutinario. Los soldados estaban descansando ya que sabían que había peligro inminente. Sin embargo los agarraron de sorpresa, los soldados ingleses empezaron a correr por todos lados en búsqueda de argentinos.
En ese momento Claudio estaba solo, y de repente al levantar la vista vio a un soldado enemigo frente a él apuntándolo con una metralleta. Claudio en un último grito de dolor exclamó: «Shema Israel Hashem Elokenu Hashem Ejad». Abrió los ojos para ver su última mirada en este mundo, mas encontró que el soldado inglés había bajado su arma y con lagrimas en los ojos le contestó: «Baruj Shem Kebod Maljutó Leolam Vaed. Get away!, ¡Escápate!».
Claudio se fue corriendo, y a lo lejos alcanzó a escuchar los lamentos de sus compañeros de combate muriendo.
Corrió por los campos hasta que ya de noche por fin pudo encontrar otra de las bases de su ejército y ahí a su amigo. Junto a él luchó hasta el final, volviendo a su país sanos y salvos. Sin embargo, Claudio había tomado una decisión: volver al judaísmo. En su primera oportunidad, viajó a Israel e ingresó a una Yeshivá en Bnei Brak.
Ahí conoció sus orígenes y aprendió mucho más a cerca del Shemá Israel, el poema que ha acompañado al pueblo judío durante más de tres mil años y que comprobó que tiene la fuerza espiritual de salvarse por su mérito de una muerte segura.