Esto puede parecer algo extraño, pero ocurre que a principios del siglo XX (en 1911), en Santiago del Estero fue creada Colonia Dora, una de las colonias agrícolas producto de la inmigración judía.
En el extremo norte de la colonia, la Asociación para la Colonización Judia (Jewish Colonization Association), abrió la Escuela Nº 225, que aunque parezca increible, era trilingue: alli se hablaba quechua, idish y castellano. Para comunicarse con sus vecinos, algunos judíos aprendieron la lengua quichua.
Esta zona estaba ampliamente poblada, fundamentalmente por integrantes de la etnia Tonocoté, aunque también existían numerosos asentamientos de la etnia Lule, muchos de los cuales se dedicaban a la agricultura, aprovechando la fertilidad que obtenía la tierra de los constantes bañados que producía el río Salado.
Dora fue una colonia establecida por la Jewish Colonization Association (JCA) en las cercanías del pueblo homónimo, al sur de la provincia de Santiago del Estero, en una zona de terrenos salitrosos atravesados por el río Salado, con cuyas aguas se esperaba irrigar los campos a fin de tornarlos productivos.
Los primeros colonos que la poblaron provenían de otras colonias de la compañía, mientras que otras veinte familias judías se establecieron de manera independiente luego de adquirir 1.380 hectáreas a la Sociedad Agrello, la misma empresa que había vendido los campos a la JCA. Los principales cultivos que se desarrollaron fueron la alfalfa y el maíz, seguidos por el algodón.
En su totalidad, fueron 18 la colectividades que le dieron a Colonia Dora características propias, entre ellas la colectividad judía, y muy diferentes a los pueblos circundantes.
Ya a fines de 1901, Colonia Dora poseía una casilla de madera a modo de estación, único lugar en donde se podía enviar telegramas. Para 1902 ya existía una población de 500 habitantes y el censo escolar reflejaba que había un poco más de setenta niños que aún no tenían escuela, ésta sería construida 3 años después.
La primera escuela de la zona también llegó de la mano de la JCA. A principio del siglo XX, en el extremo norte de la colonia, la Jewish abrió la escuela número 225, que (aunque parezca increíble) era trilingüe: Allí se hablaba quechua, idish y castellano. Este hecho mostraba ya la importante integración de lenguas y culturas diferentes que aún persisten en esta ciudad.
En la década de 1910, con la Ley Lainez, el colegio pasó a manos de la Nación y el establecimiento de enseñanza hebrea se trasladó a la casa de la familia Munz. Todavía hay vecinos que recuerdan a una de sus maestras, Rosa Ostinelli, quien solía llegar a caballo cuando se celebraba una fiesta patria y desfilaba con sus alumnos judíos y no judíos, incluso aborígenes, a paso redoblado.
Hoy, Colonia Dora posee dos escuelas primarias, una secundaria y una de formación docente, pero no se imparte en ellas educación judía: en esta zona viven en la actualidad sólo 4 personas de esa religión.
A pesar de haberse convertido en ciudad, Colonia Dora mantiene el aire pueblerino. Sus habitantes van y vienen todavía en sulkys. Los carruajes se adueñan a toda hora de las calles, excepto en el momento de la siesta, que (debido al calor extremo) se extiende desde el medio día hasta las 6 de la tarde.
Dicen que una de las cosas más lindas allí es ver el atardecer. Hay dorenses que desde Israel añoran la puesta del sol en Colonia Dora.
El Cementerio Israelita de Colonia Dora tiene un portón principal (de hierro con un maguen David blanco y amarillo pastel) que se encuentra habitualmente cerrado, pero se puede ingresar al cementerio por la parte posterior, a través de una puerta pequeña que no tiene ningún tipo de inscripción.
Se supone que el cementerio se inauguró en 1910, pero no existe certeza acerca de cuál fue el primer entierro. Las lápidas reconocibles más antiguas datan de 1930 y pueden verse cerca del portón principal. Las tumbas más nuevas, en cambio, están cerca de la puerta trasera.
Una de las tumbas más antiguas presenta dos obeliscos. Corresponde a Samuel Berco, el único rabino que tuvo Colonia Dora, fallecido el 2 de mayo de 1933, a los 70 años. Desde su llegada en 1910, hasta su muerte, fue quien realizó los oficios religiosos en las Altas Fiestas, rezos sabáticos y casamientos. Por sus conocimientos de cirugía, también era el encargado de circuncidar a los varones recién nacidos. Además, faenaba personalmente y vigilaba las vísceras de los animales que comía la comunidad judía dorense.
Los vecinos cuentan que muchas de las leyendas en hebreo que todavía se leen en las lápidas de mármol fueron labradas por el religioso. Tal vez una de las muertes más inverosímiles que registre este cementerio es la de Mariano Sujovolsky, quien falleció en 1945, a los 41 años, atragantado con una manzana que comía mientras sembraba con apuro.
El último entierro realizado en el cementerio de Colonia Dora fue el de Moisés Saslaver, que murió el 10 de Enero de 1990. Era un agricultor que había instalado un almacén con despacho de bebidas en Añatuya.
La dureza del clima desértico y las dificultades de la irrigación artificial llevaron a la colonia a una crisis que ocasionó el éxodo de unas cincuenta familias en 1919. Algunas de ellas se mudaron a campos cercanos pertenecientes a la Sociedad Agrello, que por entonces ofrecía los terrenos a precios más bajos que la JCA, ya que sus propios colonos europeos habían emigrado por motivos similares.
Otras familias se fueron al Chaco a cultivar el algodón, o bien se dispersaron por las demás colonias judías. En 1924 sólo quedaban en Dora veinte familias, situación que impulsó a la compañía a mejorar las condiciones y a rebajar los precios de las anualidades; sin embargo, la colonia nunca llegó a recuperarse y, rápidamente, fue abandonada. En la zona, aún se preserva el cementerio.