Vistos en perspectiva, los líderes actuales de Irán y Venezuela no admiten comparación con los de hace una década, cuando el difunto Hugo Chávez –por entonces indisputado comandante del país caribeño– y el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad –por entonces en su apogeo israelófobo y negacionista del Holocausto– abrieron la veda contra los intereses y valores norteamericanos en todo el mundo.
Pero la mediocridad de sus sucesores –en Venezuela, el apparatchik Nicolás Maduro, adiestrado en Cuba, y en Irán el pomposo clérigo Hasán Ruhaní– no debería enturbiar el hecho de que la alianza entre esos dos Estados forajidos y autoritarios sigue vigente.
En un intento de reactivar el espíritu de desafío que caracterizó a la dupla Chávez-Ahmadineyad, la reciente llegada a puertos venezolanos de varios petroleros iraníes ha sido cuidadosamente gestionada por los dos regímenes. Pocos días antes del arribo del primer buque, denominado Fortune, Maduro acudió a la televisión estatal para advertir oscuramente de que EEUU se disponía a atacar los barcos iraníes y para prometer que recurriría a la fuerza si Washington hacía uso de esa fuerza. Mientras hablaba, en la pantalla se veían imágenes de tropas venezolanas haciendo maniobras de lanzamiento de misiles.
Por supuesto, nadie pensaba de verdad que los americanos fueran a atacar los barcos, así que Maduro incurrió en esa retórica beligerante de manera convenientemente gratuita. Cuando el Fortune atracó en el puerto de El Palito –los demás buques hicieron lo propio días después–, Caracas y Teherán cantaron victoria. El ministro venezolano encargado de los asuntos petroleros fue fotografiado abrazando al radiante capitán del carguero, mientras los medios estatales cacareaban que los Estados Unidos habían resultado “humillados” por un despliegue del “poderío iraní bajo las narices de América”, según la memorable descripción del diario iraní Javan.
Como ha sucedido a lo largo de la Historia con los desfiles victoriosos de los regímenes tiránicos, las manifestaciones venezolano-iraníes de solidaridad tienen mucho de show y poco de sustancia. El beneficio que obtiene el venezolano común –ya abrumado por el colapso económico, la crisis política, la escasez crónica de alimentos y ahora la pandemia del coronavirus– de las entregas iraníes de petróleo es insignificante. “Segun los analistas, los cargueros iraníes portaban gasolina suficiente para cubrir el suministro venezolano durante dos o tres semanas”, informaba el boletín Venezuela Daily el 26 de mayo. “Los conductores tienen que esperar durante días en colas que atraviesan vecindarios para llenar, por menos de un penique, el depósito de sus vehículos con el combustible subvencionado por el Gobierno. Los conductores adinerados que disponen de dólares recurren al mercado negro, donde la gasolina cuesta 12 dólares el galón; una pequeña fortuna en Venezuela, donde el salario mínimo equivale a menos de 5 dólares mensuales”.
En otras palabras: los beneficios temporales y extraordinarios que puedan derivarse de la largueza iraní se esfumarán en menos de un mes. Lo que permanecerá es la inquebrantable alianza entre ambos regímenes, jaleada por sus propios aparatos de propaganda.
La doctrina oficial de Caracas y Teherán sostiene que la exitosa entrega de petróleo iraní demuestra que EEUU está atemorizado y en retirada. En una entrevista con un periódico iraní de línea dura, Ahmad Sobhani, exembajador iraní en Venezuela, afirmó que la decisión norteamericana de no actuar contra el convoy iraní era un signo del formidable “poder de disuasión” de Teherán. “Ha hecho que EEUU entienda la necesidad de respetar sus compromisos con la libertad de comercio y navegación”, explicaba Sobhani; a resultas de lo cual la Administración del presidente de EEUU, Donald Trump, habría entendido de una vez que “iniciar un conflicto con Teherán no es lo que más le conviene”.
Por lo que hace a EEUU, está incurso en lo que su Departamento de Estado denomina una “campaña de máxima presión” contra los mulás que gobiernan en Teherán. Aunque ciertamente sería bienvenido un cambio de régimen en Irán, no es el objetivo primordial de la campaña. Como aclaró el secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, el 20 de mayo, se trata de “hacer que Irán se comporte como un país normal”.
La principal herramienta de la que está haciendo uso EEUU son unas sanciones asfixiantes contra determinados individuos iraníes y contra entidades como los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI). Otros 12 “individuos y entidades” iraníes fueron sancionados recientemente en EEUU, entre ellos el ministro del Interior de la República Islámica, Abdolreza Rahmani Fazli. Cuando las protestas contra el régimen de los ayatolás hicieron eclosión en noviembre del año pasado, “los maléficos comandos [de Fazli] mataron a iraníes inocentes”, manifestó Pompeo. “Nos enorgullece impartir la justicia que está en nuestra mano en nombre de los asesinados y silenciados en Irán”.
Mientras nos acercamos al quinto aniversario del funesto acuerdo nuclear suscrito entre la Administración Obama y el régimen iraní, reconforta comparar el tono empleado entonces por EEUU con el que emplea hoy. Pero queda sin responder la complicada cuestión de si la prudencia norteamericana a la hora de recurrir a la fuerza alentará a Irán y a Venezuela a incrementar el nivel de sus provocaciones, por ejemplo con una flota petrolera que duplique el tamaño de la que acaban de jalear. Y si pueden transportar petróleo, ¿por qué no van a transportar en el futuro armas o tecnología para el desarrollo de labores de espionaje?
Tal como hacía en tiempos de Hugo Chávez y Mahmud Ahmadineyad, el eje irano-venezolano está metiendo de nuevo el dedo en el ojo a EEUU. Sí, ambos regímenes están bastante peor que hace una década, pero siguen conservando el poder… y pensando que las sanciones por sí solas no acabarán con ellos.
© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio