En los hechos, muchos niños judíos ya se educaban en las escuelas públicas y el idioma francés comenzó a reemplazar al yidish. Los jóvenes intentaban llevar a la práctica los primeros pasos hacia la integración, si bien los logros eran escasos y quedaba mucho por hacer, en la vida cotidiana, cuando alguien decía que era judío las cosas se les ponían difíciles y, en ocasiones, era objeto de duras humillaciones.
Una de las más serias dificultades que mostraba la integración, eran algunas ocupaciones judías las cuales no se habían modificado. Existían serias limitaciones en obtener permisos para desarrollar nuevas actividades y lograr la residencia en lugares antes vedados. Esta inmovilidad era resaltada por sectores de la sociedad francesa, en especial, aquellos que reaccionaban enardecidos al no poder pagar sus deudas a prestamistas judíos, profundizando de esta manera el antijudaísmo, bajo el argumento, que los judíos no quieren cambiar y continúan siendo ‘una nación dentro de otra nación.
Ante las quejas, Napoleón se alineó a la opinión popular francesa, y a pesar que acordaba con la igualdad para los judíos, comenzó a llamarlos, ‘el más despreciable de los hombres’. En junio de 1806, el emperador emitió un decreto por el cual se suspendía el pago de las deudas contraídas con prestamistas judíos durante el último año y llamó a la Asamblea de París a conformar un Consistorio de rabinos y de personalidades de la comunidad judía, llamado el Gran Sanhedrin, para que se pronuncie sobre una serie de interrogantes.
Con toda la pompa el Consistorio se reunió en febrero de 1807, y se le encargó responder a una lista de 12 preguntas acerca de la vida judía. Entre las más significativas sobresalían: consideran los judíos nacidos en Francia al país como su patria, se sienten obligados a defenderla y a obedecer las leyes civiles; estaban permitidos los casamientos entre judíos y cristianos; es válido el divorcio judío sin la sanción de un tribunal francés, tal como lo exige la ley; los judíos consideran a los franceses como sus hermanos o como extraños; quién elige a los rabinos; existen profesiones que a los judíos les está prohibido ejercer; y el judío, sólo presta dinero a interés a un no judío.
El cuestionario estaba planteado de una manera astuta y engañosa con el fin de descubrir las contradicciones entre la condición judía y el sentimiento nacional francés. Durante 8 sesiones los rabinos se vieron obligados a buscar y presentar las respuestas de una manera coherente, las más significativas fueron: sobre el tema del divorcio, los rabinos explicaron, si bien el divorcio está permitido por la Torá, no se completa si no está acordado por las leyes de Código Civil. Sobre el casamiento mixto, se respondió, que es obligación de todos los judíos habitantes de Francia e Italia considerar los matrimonios que se realizan según las leyes de estos países como válidos, por lo tanto no se excomulgará a quien incurra en ellos.
Sobre la fraternidad, se dijo: que está escrito en la Torá: debemos amar al prójimo como a nosotros mismos, por lo tanto, consideramos a los franceses e italianos como hermanos. Sobre las actividades y oficios, el Sanhedrín recomendaba a los hebreos dedicarse al trabajo de la tierra, a comprar casas y campos, ocuparse del arte, las artesanías, y aprender las profesiones libres. Finalmente, el Sanhedrín determinó que las leyes del Estado son supremas y obligatorias.
Sin embargo, la respuesta de Napoleón cayó como un rayo, el 17 de marzo de 1808 se publicaron tres decretos, llamados por los judíos el ‘Decreto Infame’, por el tercero que tuvo efectos adversos: restringió el comercio judío, suprimió los préstamos de dinero por un período de 10 años, anuló todas las deudas a judíos contraídas por deudores no judíos y limitó severamente el asentamiento de judíos en nuevos pueblos mediante restricciones a la actividad empresarial, al tiempo, de orientar y autorizar el trabajo hacia la agricultura y la artesanía.
Para mantener el control sobre las empresas judías ya existentes, el decreto ordenó que todos los negocios debían tener una patente o licencia renovable anualmente. Además, se ordenó a los judíos a adquirir un nombre de familia fijo para permitir supervisar sus movimientos, dichos nombres no podían provenir de la Biblia hebrea o de cualquier nombre de ciudad.
Con la nueva legislación, el Estado comenzó a inmiscuirse seriamente en la autonomía religiosa judía. Napoleón albergaba la esperanza que el número de judíos no aumente y, con el tiempo, se diluya en la sociedad francesa. Por lo tanto, los rabinos tuvieron que tolerar la fusión biológica entre los judíos y el resto de la sociedad francesa, y aceptar el servicio militar obligatorio para los jóvenes judíos que cortaban así sus lazos étnicos o religiosos.
Además, se creó un sistema consistorial donde el rabinato francés y otros organismos de la comunidad fueron convertidos en agencias estatales con el objeto de adoctrinar a los judíos en el patriotismo francés. Estos decretos que hicieron estragos en la vida judía estuvieron vigentes durante una década, ese fue el precio que tuvieron que pagar los judíos en tiempos de Napoleón para comenzar a ser llamados ‘franceses’.
Por el profesor Yehuda Krell.
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