Olof Palme, más allá de su asesinato

El gobierno de Suecia ha cerrado el caso por el magnicidio del ex Primer ministro Olof Palme, perpetrado el 28 de febrero de 1986, a manos de un antisocialista perturbado llamado Stig Engstrom, quien se suicidó en el año 2000.

El asesinato de Olof Palme, baleado a la salida de un cine de Estocolmo, junto a su esposa, es un remedo del homicidio de John Lennon, ocurrido en Nueva York seis años antes: muertos a manos de asesinos solitarios. A diferencia del legendario Beatle, durante muchos años se buscaron las motivaciones políticas del crimen de Palme, líder del partido socialdemócrata desde 1969 y pilar de la consolidación del estado de bienestar sueco. 

Esa Suecia que fue refugio de perseguidos políticos de Américo Latina, que condenó la guerra que los Estados Unidos desataron en Vietnam, tanto como a la Unión Soviética por su incursión en Checoslovaquia, en 1968, y que se solidarizó con gobiernos socialistas del, llamado entonces, tercer mundo. 

Palme también persiguió el apartheid, por lo que durante décadas se especuló que los agentes sudafricanos podrían haberlo asesinado. 

Podemos convenir que había coleccionado una importante cantidad de adversarios políticos poderosos sobre los que caben todas las sospechas.

Como en una novela de Henning Mankell, el desenlace judicial del caso fue insatisfactorio. El fiscal jefe del caso, Krister Petersson, dijo que había llegado a la conclusión de que Palme fue asesinado por Stig Engstrom, un diseñador gráfico y activista municipal de derecha. 

Después del tiroteo, Engstrom se había acercado a la policía como testigo, alegando haber salido de su oficina en Skandia, una compañía de seguros, justo cuando Palme y su esposa pasaban. Pero su historia cambió repetidamente a lo largo de los años.

Una vez que la investigación comenzó en serio, el hombre a cargo, Hans Holmer, se convenció de que debía haber una pandilla kurda detrás del hecho. Esto habla más del racismo común entre los suecos de su generación, que de evidencias. 

 Sin embargo, era lógico creer que Palme, una figura mundialmente famosa en Suecia, “debía” haber sido asesinado por sus actividades internacionales.

Los medios suecos destacaron la “conveniencia” de culpar a alguien que ya no vive. Para los hijos del líder socialista, Marten y Joakim Palme, Engstrom es culpable, pero no descartan la posibilidad de impedir que se cierre el caso, definitivamente.

La resolución ha frustrado a los suecos y cierra la historia con un final poco heroico para una figura tan imponente en la historia de Europa. Como ministro de educación en la década de 1960, Palme simbolizó la actitud de diálogo hacia la juventud radicalizada a la que visitaba de manera informal cuando hacían huelgas en los claustros. 

Como ministro de infraestructura, supervisó la conversión de conducir a la izquierda a posiciones flexibles para lidiar con el capitalismo. Como primer ministro, amplió el estado de bienestar a un modelo global, basado en un sistema tributario progresivo, con ayuda social universal, subsidio para la vivienda, un sistema universal de atención de la salud y la gratuidad de la enseñanza universitaria.

Él encarnó la creencia escandinava de que alguna versión del socialismo democrático era el destino incuestionable de la humanidad. Hoy, la postpandemia debe recuperar este ideario de Palme que, además, fue un ecologista convencido.

Palme impulsó, entre 1983 y 1986 la creación del Grupo de los 6 por la Paz y el Desarme. Formaban parte de esa iniciativa Suecia, India, México, Grecia, Tanzania y la Argentina que volvía a la democracia con el gobierno de Raúl Alfonsín. El G-6 tenía el objetivo de proponer medidas concretas de desarme nuclear y luchar contra la militarización del espacio, en momentos en que la URSS y los EE.UU. comenzaban a hablar de desarme en plena Guerra Fría y Ronald Reagan desplegaba su sistema bélico espacial denominado “Guerra de las Galaxias”.

Siguiendo esta lógica, el presidente Alfonsín se sumaría al Grupo de Contadora, integrado por países latinoamericanos que se oponían a una posible invasión estadounidense a Nicaragua, una amenaza latente durante la administración de Reagan, y que también se había creado bajo el auspicio de Palme.

La vida personal de Palme reflejaba sus convicciones igualitarias, tal como lo haría el presidente uruguayo José Alberto “Pepe” Mujica. Él y su esposa vivían en un hogar modesto donde los periodistas que lo entrevistaban podían terminar ayudando a preparar la cena. Esa informalidad finalmente contribuyó a convertirlo en un blanco fácil. 

Su muerte, sin embargo, no eclipsa su le-

gado, sus convicciones igualitarias y la noción de tercera vía socialdemócrata que hoy adquiere más relevancia que nunca

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