¿Qué significa ser padre? Tener frente a ti un ser humano al que le diste vida y en sus primeros años por lo menos depende absolutamente de ti. ¿Qué significa saber que tu vida ha cambiado para siempre?, que no importa cuántas décadas hayan pasado, cuántos sueños incumplidos tengas ahora hay algo más importante y al mismo tiempo más bello. ¿Cómo se siente el peso de la responsabilidad, la angustia de proveer económicamente, y la conciencia moral o en enseñanza que uno se ve forzado a trasmitir? Y más importante de todo ¿cómo hacerlo bien? ¿cómo ser un buen padre? ¿qué es lo que debo hacer? ¿qué es importante y qué no? Son preguntas a las cuales no tengo respuesta. Sin embargo, me parece sumamente interesante observar la forma en la que a lo largo de los siglos distintas culturas lo han respondido.
En el caso judío se puede abordar la pregunta desde varios ángulos: el padre es a la vez el maestro del hijo, su guía moral y el principal eslabón en la cadena de trasmisión de la tradición. Si la madre es en cierto sentido el sustento emocional y espiritual del hijo, quién le da sabor a la vida judía, le enseña a sentir la Presencia Divina; el padre es quien da la estructura moral necesaria para continuar esa forma de vida.
Es quien se encarga de enseñarle Torá al hijo, proveer económicamente por la familia y sentar las bases de su porvenir y esa responsabilidad que se le asigna la vemos presente a lo largo de toda la literatura rabínica, en las tradiciones que se realizan y las historias del Tanaj. Hablaremos de ello a continuación.
El padre como vínculo de la tradición
Hay numerosas referencias al padre en el Talmud y en la Mishná incluso existe un tratado entero que se llama “Éticas de nuestros padres” (Pirkei Avot) que como su nombre lo dice es un tratado de ética, el cual en vez de ser discursivo se plantea a través de dichos y enseñanzas.
Contiene varios de los principios más importantes del judaísmo. Otro fragmento muy conocido es aquel en el que se mencionan las seis tareas a las cuales un padre está obligado, entre ellas se encuentra asegurarse de que su hijo reciba Brit Milá, hacer el Pidión Haben (redención de los primogénitos), enseñarle Torá, darle un oficio, casarlo y enseñarle a nadar.
Mucho se ha dicho de cómo cada una de estas responsabilidades se dirige hacia un área específica en la vida que una persona necesita para generar la estructura de la que hablábamos antes.
Por un lado se encuentran las obligaciones referente a la independencia material del hijo, un padre está obligado a darle las herramientas necesarias a su hijo para que sea independiente y eso incluye tener un oficio con el cual pueda mantenerse, ayudarlo a formar su propia familia y aprender a nadar que en la época había un riesgo grande de morir ahogado.
Por el otro se muestran aquellas pertinentes a la transmisión de la tradición; es el padre quién le abre al hijo el camino hacia la Torá, es él quien es responsable de que se le haga Brit Milá y Pidión Haben cuando nace, es él el responsable de enseñarle Torá y acompañarlo en ello el resto de su vida. La madre no tiene ninguna de esas obligaciones con sus hijos. ¿Por qué es esto así? ¿Por qué el padre?
El judaísmo siempre tiene dos caras, la parte del respeto y la parte del amor, la tradición tiene la parte voluntaria y la parte obligatoria, las emociones y las acciones. Natural o culturalmente tendemos a identificar a la figura del padre más con el miedo y el respeto que con el cariño y el amor emocional que la madre nos produce; en el Talmud esta tendencia se discute.
Existen dos citas dentro del Tanaj donde se nos pide honrar y temer a nuestros padres. Cuando se habla de temer se menciona a la madre primero y cuando se habla de honrar se menciona al padre primero. Los sabios nos dicen que el orden está puesto de esa forma porque es más difícil sentir reverencia por la madre que por el padre y es más difícil compasión por el padre. Sin embargo, ambos sentimientos son necesarios.
De todas formas la aclaración señala que el padre representa esa cara del judaísmo que es obligatoria, aquella que requiere de análisis riguroso como el estudio de Torá, limites claros e independencia. Mientras que el sabor de la religión, el trabajo de las emociones y la espiritualidad más allá de las normas es un terreno más comúnmente habitado por la madre.
Ambos necesitan del otro. El hombre abre camino y delinea los límites, el mujer lo llena de contenido y espiritualidad, hace que la Presencia Divina habite la casa. Juntos mantienen la tradición a través de los matices que la conforman.
Esa dicotomía complementaria también lo vemos presente en la estructura de nuestras matriarcas y patriarcas. Abraham, Isaac y Jacobo, cada uno de ellos abrió una nueva dimensión espiritual para su descendencia y se encargaron de enseñarla y dar estructura a sus hijos para que la continuaran. Mientras que las matriarcas dieron cabida y habitación a esa realidad; por eso a ellas siempre se le señala con tiendas que eran habitadas por la Presencia Divina por que es un símbolo de eso que están vistiendo.
Mientras que de ellos se narra los pasos que va dando cada uno para abrir un nuevo camino espiritual, tenemos las pruebas de Abraham, la atadura de Isaac y la travesía de Jacobo como referencia. En donde con cada acción el padre se vuelve una figura de apertura, estabilidad y transmisión