UNA PEQUEÑA GRAN HISTORIA
Colonia Lapin es una localidad cercana a Rivera, en el partido de Adolfo Alsina, en la provincia de Buenos Aires, Argentina.
«Una extensión de cuatro leguas cuadradas en la parte sur del partido de Adolfo Alsina, de la provincia de Buenos Aires, semidesértica, cubierta de pasto puno, esperaba ser bendecida y divinizada por el trabajo del hombre»
Así comenzaba la narración del 50° aniversario, donde se pueden encontrar todos los detalles de esta epopeya rural. Al lugar llegaron desde Europa Oriental, perseguidas, unas veinticinco familias judías (inicialmente en La Pampa), a partir de una gestión de don Eusebio Lapin como director de la Jewish Colonization Association (JCA).
La operación formaba parte de una vasta filantropía -no asistencialista- que motorizaba desde 1891 el Barón Maurice de Hirsch (1831-1896). La calificación «no asistencialista» no es un dato menor: implica un trabajo social, con visión de largo plazo, para que los beneficiados terminen arbitrando su destino. En esta colonización nada les fue regalado, excepto el reconocimiento de su propia dignidad.
Argentina en 1919 ya era mucho más que una promesa, en el concierto mundial, por lo que no extraña que estos emprendimientos fueran parte de su desarrollo. El desafío de estas familias era «valerse por sus propios medios» y vaya si lo lograron, aun en un ambiente particularmente inhóspito y exento de servicios elementales. En 1921 llegaron nuevas familias y en 1964 ya se contabilizaban cincuenta, social, cultural y productivamente organizadas.
Dos factores concurrentes determinaron el progreso notable de este «pañuelito territorial» de la provincia de Buenos Aires: la vocación comunitaria y la herramienta cooperativa, como filosofías de vida. Así contabilizamos un amplio espectro de actividades culturales, de comercialización, servicios y consumo, estafeta postal, sala de primeros auxilios y escuelas. Todo con gran sacrificio, hay que decirlo, porque se escucharon muchas promesas, pero la ruta nunca pasó.
Para alcanzar suficiencia territorial, solo necesitaban esa vía y la promoción de Buenas Prácticas Agrícolas con visión de mediano y largo plazo. Pero a partir de los años setenta primó el enfoque economicista, que condicionaba a las pymes, en este caso agrarias. Ya en los noventa, fueron abandonadas a una competencia desigual que terminó socavando su ecuación económica y el sostén cooperativo. A partir de allí el factor humano tuvo que emigrar a pueblos y ciudades, acompañando la desertificación interior y el colapso de centros urbanos y conurbanos.
Esta fecha nos puede encontrar nostálgicos, escépticos u optimistas, pero no podrá evitar la esperanza de capitalizar este duro aprendizaje. La historia no se repite, necesariamente, si la sabemos documentar como memoria y como insumo de proyectos alternativos. Hoy contamos, por ejemplo, con un programa de desarrollo local -desde la agricultura familiar- basado en un modelo agrosocial sostenible.
Celebramos que los valores generados en aquellos años no se hayan perdido y sigan vigentes. Prueba de ello es el brío de los jóvenes, y no tan jóvenes, para acometer la ingente tarea de organizar la conmemoración. Ella permitirá el reencuentro de muchos ex residentes con las fuentes de su identidad y con los vecinos que fueron parte de esta pequeña-gran gesta colonizadora.
También el reconocimiento a los que permanecen, en el lugar, testimoniando un paisaje posible.
Festejar esta fecha es el obsequio que nos asignamos por haber peregrinado la distancia y el tiempo, manteniendo la mística y el espíritu de arraigo en estas tierras. Las fuerzas continúan intactas para cuando -como país- decidamos emprender un rumbo de perfil territorial, equitativo y ordenado, para una sociedad-mundo.
MUY FELIZ ANIVERSARIO!