Tzitzit es el nombre dado a los flecos del talit, que sirven como medio de rememoranza de los mandamientos de D’s.
ORIGEN
La mitzvá de usar tzitzit se encuentra en dos pasajes de la Torá:
Que hagan para ellos tzitzit (flecos) sobre las esquinas de sus vestimentas, a lo largo de sus generaciones y pondrán sobre el tzitzit de cada esquina un hilo de color azul celeste. Y será para ustedes tzitzit, para que lo vean y se acuerden de todos los mandamientos del Eterno y los cumplan y no exploren tras de sus pensamientos y tras de sus ojos, en pos de los cuales ustedes se corrompen; a fin de que recuerden y cumplan todos Mis mandamientos y sean santos para con su Dios (Números15:38-41).
Flecos harás para ti y te las pondrás en las cuatro esquinas de tu vestimenta con la que te cubres (Deuteronomio 22:12).
Rabí Shimon bar Yojai:
– «Cuando el hombre se levanta en la mañana y se coloca
– los tefilin y tzitzit, la Shejiná (Gloria divina)
– se posa sobre él y proclama: ‘Tú eres Mi siervo,
– Israel, a través del cual Seré Glorificado».
Los judíos hoy día usan sólo tzitzit de color natural o blanco, puesto que creen que no es posible obtener el tinte azul obligatorio de la mitzvá. De acuerdo con el judaísmo, este azul no puede ser obtenido, por lo que no se usa.
Este tinte era obtenido de un molusco marino, cuya identificación actual es incierta. Algunos investigadores en Israel creen que han encontrado al molusco y, por lo tanto, usan hilos azules conforme está escrito.
Los judíos caraitas creen que se puede usar cualquier azul, así que lo usan en el tzitzit.
De manera simbólica, se puede decir lo siguiente sobre los tsitsit: Los nudos y las vueltas de los hilos representan las restricciones impuestas por las mitsvot, pero dos tercios del largo de los tsitsit son hilos que caen libremente. Los nudos restringen, son lo que nos limitan en la vida, pero tenemos muchas más libertades que restricciones para disfrutar la bella vida que el Eterno nos da. Ésas corresponden a los dos tercios de caída libre (Rab Shimón Schwab).
Empero, el yetser hará- el instinto del mal- no quiere que lo veamos así, pretende amargarnos recordándonos que estamos muy limitados, que la vida que la Torá dicta coarta nuestra independencia. Pero analicemos: Cuán bello es un arroyo, imaginemos un arroyo al lado del cual crecen libremente hierbas y flores silvestres, veamos en ese paisaje unos animalitos a la distancia, ¡qué bellos son!
El cielo muestra un intenso azul, unas cuantas blancas nubes dibujan figuras caprichosamente, ¿quién no ama la naturaleza? ¡Qué hermoso mundo nos hizo el Eterno!.
Sin embargo, lo descrito anteriormente también es una trampa tendida por el yetser hará porque todos apreciamos lo antedicho, pero, ¿quién puede ver un arroyo diariamente? El yetser hará quiere que veamos la belleza en otra parte. Empero, está acá, en la vida cotidiana, incluso dentro del departamento de aquel que está en cuarentena. ¿Acaso no es una delicia una simple ensalada de lechuga y tomate? ¿No es bello ver el atardecer acá, dentro de la ciudad? ¿No es hermoso apreciar por medio de los cinco sentidos?
La belleza está muy cerca de nosotros, el cielo azul se aprecia también dentro de la recámara, no hace falta irse lejos de la ciudad. La vida es bella acá, también allá, también en un campo, en las vacaciones… pero cotidianamente estamos rodeados de más belleza de la que percibimos. No dejemos que el yetser hará nos haga imaginar que el placer está en otro lugar, en un restaurante pero no en una comida casera, en el campo pero no encerrados en casa, en un concierto de la filarmónica de un país extranjero pero no en la radio. Ésas son las ardides de nuestro mayor enemigo, el yetser hará, el instinto más bajo del ser humano.
Basado en las palabras de Rab Efrayím Dines