KLAUS FUCHS, LA HISTORIA DEL FÍSICO ALEMÁN QUE ESCAPÓ DEL NAZISMO Y TRABAJÓ EN EL MAYOR SECRETO MILITAR DE ESTADOS UNIDOS MIENTRAS ESPIABA PARA STALIN:

Klaus Fuchs había sido un antinazi rabioso en su juventud, y se unió al partido comunista alemán por creer que era el único que podía terminar con Adolf Hitler. Esa acción de juventud marcó su vida entera. Hace cincuenta años, luego de varios interrogatorios amables, en su mayoría durante almuerzos en el Queen’s Hotel en Abingdon, Oxfordshire, con distintos funcionarios de Defensa del Reino Unido, el físico Klaus Fuchs reveló que había tenido una segunda profesión exitosa. 
Hizo, por fin, luego de meses de resistir el peso de las sospechas, una confesión completa de su espionaje para la Unión Soviética, desde 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, hasta febrero de 1949.
Había engañado a las autoridades británicas y también a las estadounidenses, ya que había trabajado en el Proyecto Manhattan, en Los Alamos, Nuevo México. Había enviado toda la información que pudo sobre la bomba atómica —que, probablemente, era toda la que existía— a Stalin.
El caso de Fuchs es conocido sobre todo porque desató una cadena de arrestos: Harry Gold, a quien nombró como su intermediario; David Greenglass, señalado por Gold; y los más famosos, los cuñados de Greenglass, Ethel y Julius Rosenberg, que fueron arrestados en Nueva York en 1950 y ejecutados por espionaje en la prisión de Sing Sing en 1953. 
Y porque, prácticamente solo, aceleró la Guerra Fría al eliminar la ventaja de Occidente, el uso bélico de la fisión del átomo.
Varios libros cuentan la historia de Fuchs en Gran Bretaña, donde se refugió del nazismo, y en los Estados Unidos, porque son los años de la bomba y de su condena a 14 años de cárcel por espionaje: Trinity, de Frank Close (2019); The Spy Who Changed the World, de Mike Rossiter (2017); Klaus Fuchs, Atom Spy, de Robert Chadwell Williams (2013); Klaus Fuchs: The Man Who Stole the Atom Bomb, de Norman Moss (1987).
Sin embargo, ninguno de esos libros indaga como acaba de hacerlo Nancy Thorndike Greenspan en Atomic Spy, The Dark Lives of Klaus Fuchs (Espía atómico: las vidas oscuras de Klaus Fuchs) en su carácter personal, la historia de su familia, su vida en la Alemania nazi y en general los motivos por los cuales este físico entregó a los soviéticos las indicaciones para construir una bomba atómica. 
Greenspan logra, por primera vez, completar todos esos blancos para presentar preguntas incómodas sobre la devoción a una ideología, las zonas grises del coraje y la traición en un mundo más incierto de lo que lo que desearía la humanidad.
La revelación
El 10 de septiembre de 1949, en el medio de la noche, la Embajada de Estados Unidos en Londres convocó a una reunión a varios funcionarios británicos. Michael Perrin, subdirector del programa de energía atómica del Reino Unido, se enteró así de que los estadounidenses habían detectado radiación en la atmósfera, en un volumen que solo una explosión atómica podría explicar.
Una semana más tarde, Perrin informó al Comité Conjunto de Inteligencia del Ministerio de Defensa que la radiación detectada con toda probabilidad era el resultado de una prueba rusa de bomba atómica, posiblemente en el área del lago Baikal.
 “Aviones de la Real Fuerza Aérea pertrechados con filtros especiales habían ‘obtenido partículas que habían sido identificadas, sin dudas, como plutonio’, aunque reconoció que todavía quedaban preguntas sobre los detalles específicos”, escribió Greenspan.
Habían pasado apenas cuatro años de los ataques sobre Hiroshima y Nagasaki, en Japón, que causaron casi 129.000 muertes en el momento, que llegarían a un total de 246.000 por efectos de la radiación. Desde luego, los aliados contra el nazismo no continuaron como tales tras la Segunda Guerra Mundial. Entonces, ¿cómo había hecho Moscú para obtener los secretos del átomo y construir —y probar— una bomba en tan poco tiempo?
“Con sutileza clásica, un participante destacó la importancia de la prueba atómica en su diario: ‘Desde luego, habrá que revisar los papeles del Comité Conjunto de Inteligencia’”, citó Greenspan.
Arthur Martin, del MI5 —la rama de la inteligencia militar que buscaba espías dentro del Reino Unido— comenzó por analizar una pila de mensajes a medio decodificar enviados entre el consulado soviético en Nueva York y Moscú en 1944. En algunos encontró fragmentos de lo que podía ser la pista de un traidor y los comparó con cables de la embajada británica en Washington a Londres.
En ese caos estableció unos pocos datos que necesitaban comprobación: había un espía, cuyo nombre en código era Rest y podría haber cambiado a Charles; era varón y podría ser británico; había visitado los Estados Unidos entre marzo y julio de 1944 por un proyecto científico; en ese período una hermana de él también había estado en ese país, o acaso ya vivía allí; un agente soviético de identidad desconocida había visitado a la mujer en octubre y en noviembre de 1944. Le faltaba completar algunos blancos claves: si había regresado al Reino Unido y en qué clase de investigación había participado.
“Martin se reunió con sus pares del MI6, la división militar de la inteligencia en el extranjero, para determinar el mejor punto de entrada al laberinto de la identidad de Rest. El 1 de septiembre, la embajada en Washington le envió un cable para informarle que la Agencia de Investigaciones Federales (FBI) había identificado dos posibilidades”. 
Una de ellas seguía un informe científico escrito por el equipo británico que había estado en el Proyecto Manhattan. Y uno de los integrantes tenía otros puntos de coincidencia con Rest. Se llamaba Karl Fuchs, era un británico nacionalizado, de origen alemán.
El archivo del MI5 dijo a Martin que no tenían nada sobre Karl Fuchs, pero que le enviaban la carpeta con información sobre otro Fuchs, Klaus, que había sido miembro de la Misión Británica sobre Energía Atómica a los Estados Unidos.
El pasado de Fuchs
A partir de vieja documentación que encontró en Alemania y mucha correspondencia de la familia, Greenspan presentó a Fuchs como una suerte de figura trágica de su época. Había nacido en 1911 en una pequeña localidad al sur de Frankfurt, donde su padre era un teólogo luterano, y en su juventud lo vio convertirse en cuáquero, porque el luteranismo apoyó a Adolf Hitler en su ascenso.
Fuchs era un estudiante de matemáticas en Leipzig cuando se sumó a un grupo contra las SA; en 1930 se unió al partido comunista alemán por considerar que era la mejor oposición posible al nazismo. Su padre, su hermano y su hermana fueron encarcelados por hablar contra el régimen; su hermana y su padre ayudaron a que algunos opositores y judíos perseguidos escaparan de Alemania. Es difícil atribuirlo directamente a las circunstancias, pero fue en esos años aciagos cuando su madre se suicidó.
En la universidad de Kiel, donde había pasado a estudiar desde que su padre se mudara a enseñar teología allí, su actuación política hizo que las SA lo buscaran para matarlo: le rompieron varios dientes y lo arrojaron al río Eider, pero logró sobrevivir y escapar a Francia. Desde allí hizo contactos con comunistas locales para instalarse en el Reino Unido, donde se doctoró en la universidad de Bristol.
Fuchs solicitó la ciudadanía británica en 1939; si Alemania no hubiera invadido Polonia, su pedido se habría procesado en los plazos normales. Pero la guerra lo demoró tanto que en julio de 1940 Fuchs fue declarado refugiado alemán —es decir, “extranjero enemigo”— y enviado a un campo en Quebec, Canadá. 
Estuvo allí hasta diciembre: el tiempo que le llevó a dos físicos reconocidos, Rudolf Peierls, de Birmingham, y Max Born, de Edimburgo, explicar a las autoridades que el saber científico de Fuchs sería de gran utilidad contra Hitler.
Pocos meses después de que retomara su trabajo con Born, en mayo de 1941 Rudolf Peierls lo invitó a participar del proyecto de investigación de bomba atómica de los británicos, cuyo nombre en código era Tube Alloys, que terminaría por sumarse al Proyecto Manhattan. 
Trabajaba en Tube Alloys cuando se convirtió en súbdito de la reina, en agosto de 1942, y aceptó la Ley de Secretos Oficiales, que lo comprometió a no difundir a otros Gobiernos información vinculada a la seguridad y la defensa nacional.
Primeros pasos como espía
Sin embargo, Fuchs era un “notorio comunista”, como había informado la Gestapo cuando el consulado británico en Alemania pidió referencias sobre el nuevo refugiado. Y en Kiel había trabajado a fin de “quebrar el partido nacional-socialista”. Nada que se viera mal en principio, pero que hizo que los británicos lo investigaran siete veces a lo largo de los años.
Nunca detectaron, no obstante, que Fuchs tenía miedo de que los alemanes, que también hacían investigaciones sobre el uso de la energía atómica, llegaran antes a la bomba. Ni que tenía esperanza en que Stalin terminaría con el nazismo, y que por eso pensaba que tal vez la Unión Soviética sería un buen Plan B en la carrera por la bomba.
La Unternehmen Barbarossa, por la que Hitler rompió el pacto Ribbentrop-Molotov y en junio de 1941 comenzó la invasión de la Unión Soviética, terminó de decidirlo. Después de todo, el mismísimo primer ministro británico, Winston Churchill, anunció en esa ocasión: “Le daremos toda la ayuda que podamos a Rusia y al pueblo ruso”.
Por medio de un amigo de Fuchs, Jürgen Kuczynksi, titular del partido comunista alemán en el exilio, conoció al coronel Simon Kremer, agente de inteligencia de la embajada soviética en Londres: así el físico comenzó a transmitir secretos al NKVD —antecesor de la KGB, hoy FSB— con el nombre en código de Otto.
La hermana de Kuczynski, Ursula, Sonya, fue su contacto en el Reino Unido, y cuando el MI5 le habilitó los permisos para trabajar en los Estados Unidos, le indicó que en el Proyecto Manhattan la reemplazaría Harry Gold, Raymond. Tanto en Nueva York, en la universidad de Columbia, como en Los Alamos, donde llegó en agosto de 1944 para trabajar con Hans Bethe y Edward Teller, se especializó en cálculos del alcance de la onda de energía de una explosión atómica y en métodos de implosión, como la difusión gaseosa del uranio enriquecido.
En Nuevo México asistió a la prueba Trinity, la primera explosión nuclear en el desierto, que costó USD 2.600 y dirigió J. Robert Oppenheimer. Su acceso, se estimó, permitió que los soviéticos abreviaran en dos años el desarrollo de su bomba.
La (lenta) caída de Otto/Rest/CharlesEn junio de 1946, terminada la guerra y su misión oficial en los Estados Unidos, Fuchs regresó a Inglaterra y asumió como titular del departamento de Física del Establecimiento Harwell de Investigaciones en Energía Atómica. 
Desde allí continuó su misión política con el Kremlin, al que llegó a informar sobre la decisión británica de buscar un camino independiente de disuasión nuclear.
Pero desde abril de 1947, cuando envió información sobre la planta nuclear de Windscale, el MI5 comenzó a investigarlo. En un momento el más famoso de los dobles agentes británico-soviéticos, Kim Philby, llegó a aconsejar a la KGB que suspendiera por un tiempo todo contacto con Fuchs. 
Y en 1949, cuando los Estados Unidos comenzaron el proyecto Venona para analizar mensajes en busca de espías soviéticos encubiertos, encontraron la pista hacia el grupo británico en Los Alamos.
Tras el hallazgo de Martin, el MI5 comenzó a interrogar a Fuchs, quien rechazó las acusaciones completamente impávido. Luego de demorar el proceso todo lo que pudo, comenzó a gotear algunas admisiones, algunos datos: su fin era permitir el tiempo necesario para que los demás espías huyeran al bloque del Este. 
En ese período desertaron Bruno Pontecorvo, Guy Burgess y Donald Maclean; luego lo haría Philby.
Mientras el padre de la bomba británica, Peierls, quedaba bajo sospechas infundadas, privado de permisos para acceder a cierta información clasificada, la cooperación de Estados Unidos y el Reino Unido en temas de energía atómica se suspendió durante ocho años. Fuchs fue juzgado y condenado a 14 años de prisión.
Greenspan opinó que ni los investigadores ni el juicio lograron “captar el sentido de justicia interior que dictaba sus acciones” y que aun si lo hubieran logrado, los agentes y los expertos en derecho “se habrían sentido confundidos”. Para tener perspectiva, siguió, había que pensar en la agitación religiosa de los siglos XVI y XVII, cuando la gente moría por su religión, con las ideas “indestructibles ante la tortura y la muerte”. 
Aquellos días de “decapitaciones por razones religiosas y de escondrijos para los sacerdotes no resultaron demasiado diferentes de los años turbulentos que sacudieron a Alemania luego de la Primera Guerra Mundial”, comparó. “No era la ciencia lo que impulsaba a Fuchs sino un compromiso inquebrantable con ideales que surgieron de sus años de juventud tragados por las luchas políticas. Esa fue la raíz de su historia y de su ser”.
Acaso algo comprendieron. Porque aún en prisión Fuchs continuó como asesor nuclear. La propia bomba británica, de 1952, detonada en Australia, se basó en un diseño del espía. “Fuchs sigue colaborando en otros asuntos”, escribió el controlador de Energía Atómica británico en febrero de 1953.
El 23 de junio de 1959, tras haber cumplido casi 10 años de reclusión, Fuchs obtuvo la libertad y emigró a Alemania del Este. Allí obtuvo la ciudadanía y fue nombrado subdirector del Instituto Central de Investigación Nuclear. Veinte años más tarde se retiró y se convirtió en miembro de la Academia de Ciencias. Murió en 1988, en Berlín.

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