La policía polaca que facilitó la Shoah

Tras una década de investigación, el historiador Jan Grabowski publica un ensayo con pruebas de la colaboración de los cuerpos de seguridad locales en el asesinato de judíos.

Uno de los últimos tabúes de la Segunda Guerra Mundial sigue siendo la participación de ciudadanos y cuerpos de seguridad locales de los países ocupados por los nazis en la persecución, deportación y asesinato masivo de judíos. El Holocausto no se podría explicar sin la colaboración local y, sin embargo, es un tema sobre el que queda mucho por estudiar porque choca de plano con el relato oficial de numerosos estados y pesa sobre él todavía un muro de silencio.

Algunos países, como Francia u Holanda, lo han solucionado; en muchos otros sigue siendo un asunto pendiente. La filósofa húngara Agnes Heller, superviviente del gueto de Budapest, expresó así en una entrevista el papel local en el exterminio: “Adolf Eichmann vino aquí con 300 personas. Los nazis no pudieron matar a 500.000 ciudadanos sin la ayuda de los húngaros. Hubo una complicidad enorme”.

Polonia es tal vez el país donde este tema es más complejo y levanta mayores ampollas, porque además el Gobierno ultraconservador ha convertido la inocencia de los polacos en el Holocausto en un asunto de estado. Sin embargo, el historiador Jan Grabowski,

 profesor de la Universidad de Ottawa y uno de los grandes investigadores de lo que ocurrió en Polonia durante la Segunda Guerra Mundial, acaba de publicar un libro que agrieta de manera definitiva la narrativa gubernamental sobre la colaboración institucional polaca en la persecución de judíos. 

Su libro De servicio. El papel la Policía Azul y Criminal polaca en el Holocausto (Na Posterunku. Udział polskiej policji granatowej i kryminalnej w zagladzie Zydów es el título original), que saldrá a final de año en inglés, es el fruto de diez años de investigación, con el estudio de miles de documentos. Presenta pruebas contundentes de la colaboración de los cuerpos policiales polacos en el Holocausto. En algunos casos, se trata además de personas que participaron en la resistencia contra los nazis, pero también en matanzas.

“Una cosa que me chocó mucho es que numerosos policías participaron en la resistencia contra los nazis y, al mismo tiempo, fueron asesinos de masas de judíos”, explica en una conversación por videoconferencia desde Berlín Grabowski, de 57 años, autor de un ensayo anterior que tuvo una enorme repercusión, Caza de judíos: traición y muerte en la Polonia ocupada por los nazis, que en 2013 ganó el premio internacional de investigación del Yad Vashem y que le convirtió en una bestia negra del Gobierno ultraconservador de Varsovia por la repercusión internacional que alcanzaron sus revelaciones.

“Es uno de los asuntos que aparecen en este libro que contradicen la narrativa oficial del Gobierno”, prosigue. Grabowski se enfrenta a dos procesos impulsados por una organización cercana al Ejecutivo de Varsovia por sus investigaciones sobre el antisemitismo en Polonia durante el conflicto.

Otros historiadores de primera fila, como Barbara Engelking, autora de On ne veut rien vous prendre… Seulement la vie. Des juifs cachés dans les campagnes polonaises, 1942-1945, o Jan T. Gross, el pionero con su ensayo Vecinos, sobre un pogromo que siempre se había atribuido a los nazis pero que en realidad fue perpetrado por polacos, han sufrido una suerte similar por sus revelaciones de que ciudadanos polacos colaboraron en asesinatos en masa de judíos. 

El Gobierno de Varsovia, que mantiene un enfrentamiento abierto con la UE que le acusa de socavar el Estado de Derecho, promulgó en 2018 una ley, que luego rebajó, que amenazaba con penas de cárcel a los que acusasen a polacos de participar en los crímenes nazis. Este nuevo libro, además, le ha provocado a Grabowski críticas desatadas por parte de medios cercanos al Gobierno de Ley y Justicia. La revista Do Rzeczy le dedicó su portada, con la foto del historiador y el título: “Una mentira sin castigo”.

Polonia, a diferencia de otros países ocupados, no tuvo un Gobierno colaboracionista, sino uno en el exilio que desde Londres luchó contra los nazis. 

Fue el primer país invadido por los alemanes y los soviéticos al principio de la Segunda Guerra Mundial: una parte quedó anexionada al Reich, otra quedó en manos de la URSS de Stalin y otra fue sometida a un salvaje régimen de ocupación nazi, el llamado Gobierno General (Generalgouvernement). 

Hitler ni siquiera reconocía su existencia como país y asesinó y persiguió a millones de polacos, no solo judíos. En Polonia, Alemania instaló y operó los campos de exterminio como Auschwitz-Birkenau, en los que los polacos no tuvieron nada que ver. Pero lo que ha descubierto Grabowski es que las fuerzas de seguridad, la llamada Policía Azul y la Policía Criminal, tuvieron una participación activa e imprescindible en el Holocausto en la Polonia ocupada. 

Se trata de algo que no había investigado nadie antes y que revela una participación institucional en la Shoah. Los crímenes contra judíos no solo fueron cometidos por individuos, sino que hubo una colaboración administrativa..

“¿Por qué nadie estudió antes el papel de la Policía Azul? Es inexplicable”, apunta Grabowski. “He pasado los últimos diez años mirando toda la documentación posible, lo que no es fácil porque destruyeron todos los archivos que pudieron cuando se retiraron los alemanes. 

Estamos hablando de una fuerza de 18.000 personas, en su mayoría policías de carrera anteriores a la guerra. Los alemanes trataron de utilizar a la población local y las instituciones tanto como fuese posible. Hicieron lo mismo en Francia, en Holanda… 

Aquí crearon esta fuerza de policía. Lo que era desconocido era la dimensión en la que los alemanes utilizaron a esta policía polaca para llevar a cabo su política contra los judíos”.

La investigación de Grabowski se centra en la Polonia rural, en el mundo de shtetl, las aldeas judías. “Allí muchas veces la Policía Azul era la única fuerza del orden, porque los alemanes no estaban presentes”, señala este investigador. 

A diferencia de lo que se piensa, la mayoría de los guetos en los que fueron recluidos los judíos polacos no tenían muros, apenas unas alambradas. La forma de control era social y los policías, no los alemanes, se ocupaban de la vigilancia. Conocían perfectamente a los judíos, porque en muchos casos eran sus vecinos. “Tenemos decenas de ejemplos de policía polacos matando a sus compañeros de clase, a sus vecinos, a gente que conocían de toda la vida, los artesanos, los tenderos”.

Una vez liquidados los guetos, a partir de 1942 muchos judíos fueron enviados a las cámaras de gas de los campos de exterminio de la llamada operación Reinhard o a Auschwitz-Birkenau. Pero algunos se escaparon y se diluyeron entre sus vecinos polacos. Ahí la Policía Azul tuvo un papel determinante.

“Los alemanes no tenían forma de localizar a los judíos desaparecidos una vez que se quitaban los brazaletes con la estrella de David y se mezclaban con la población normal. La Policía Azul era fundamental. Sabían muy bien quiénes eran judíos porque eran miembros de la comunidad, y rápidamente detectaban a los que estaban ayudando a los judíos a esconderse. La mayoría de los judíos, además, no estaban asimilados y hablaban polaco con un acento muy fuerte. Un alemán no se daba cuenta, pero los policías sí podían distinguirlo. 

En 1942 empezaron además a matar a judíos sin decírselo a los alemanes. Una de las razones era la avaricia, porque se quedaban con sus propiedades y no tenían que rendir cuentas a los alemanes”.

Uno de los asuntos más delicados que plantea el libro es que se encontró con numerosos expedientes de policías que participaron en asesinatos masivos de judíos y que, a la vez, fueron héroes de la resistencia contra los nazis. 

Uno de los ellos Władysław Królik, “un humilde sargento en el este de Polonia, que en 1942 era un policía normal y en 1943 es un asesino de judíos”, señala Grabowski.

“Describo en el libro una situación en la que se entera por sus informadores del escondite de varios judíos. Va allí, los encuentra en su escondite, los saca a la calle y se da cuenta de que son sus vecinos. Uno de los testigos polacos explica que incluso les llama por su nombre. Y Królik y sus colegas les matan en las afueras del pueblo. Vuelven a la casa y le piden a la mujer que les prepare una palancana de agua para lavarse las manos manchadas de sangre. 

En otros documentos, descubrí que el mismo Królik era un héroe de la resistencia y todavía ahora es venerado por los historiadores locales como un elemento muy valioso en la lucha clandestina contra los nazis. Hay casos muy parecidos”.

Grabowski se convirtió en el blanco de las críticas del Gobierno de Ley y Justicia porque en su anterior ensayo apuntaba que 200.000 judíos fueron asesinados por polacos durante el conflicto. Sin embargo, esta nueva investigación le hace replantearse la cifra. Ahora cree que es muy conservadora, aunque con la documentación actual no puede ofrecer un dato. Está seguro, en cualquier caso, de que es muy superior. Pero, más allá de los números, su libro cambia el relato del Holocausto en Polonia y la forma en que un país debería mirar a su pasado.  

La suerte, fundamental para salvar la vida

Nacido en Polonia en una familia de judíos supervivientes del Holocausto, Jan Grabowski se exilió en Canadá en 1988, cuando la dictadura comunista polaca se tambaleaba y después de haber colaborado activamente en el movimiento Solidaridad. Ha desarrollado su carrera académica en Ottawa, aunque nunca ha perdido el vínculo con Polonia. Fue uno de los fundadores del Centro Polaco de Investigaciones del Holocausto, que dirige Barbara Engelking, un instituto independiente y muy prestigioso en el estudio de la Shoah.

Conoce de cerca el papel de la policía polaca en la persecución de judíos, porque en 1943 su familia fue denunciada y detenida por la Policía Criminal polaca y llevada al cuartel de la Gestapo en Varsovia. Para un judío polaco, la posibilidad de salir de ahí hacia cualquier otro destino que no fuese la muerte era mínima.

Sin embargo, su abuelo había combatido en la Primera Guerra Mundial en el Ejército austrohúngaro y uno de los policías alemanes con los que se encontró en aquel siniestro escenario había sido su compañero y amigo. “Le dio a mi abuelo su tarjeta de visita y le dijo que siempre que estuviese en peligro, que le llamase. Figuraba su número de teléfono, que utilizó tres veces hasta el final de la ocupación. Da una idea de la importancia de la suerte en sobrevivir: se podía ser rico, listo, pero al final lo más importante era la suerte

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