Una idea peligrosa es aquella que propone cambios a un estatus que mucha gente quisiera que se mantuviera intacto por siempre. Por supuesto, nunca una sociedad es homogénea al respecto.
Generalmente, hay tres sectores en tensión permanente: la aristocracia, el pueblo, y la élite intelectual. Cada uno puede llegara considerar peligrosas las ideas del otro.
El judaísmo es heredero de una larga tradición que, por medio de ideas “peligrosas”, cambió radicalmente estos paradigmas. El texto bíblico es la prueba de ello.
Irving Gatell nos explica cómo en la antigüedad los hebreos se rebelaron contra la esclavitud aceptada primero por los Sumerios y luego por los Acadios. En una época en la que todos los reinos compartían la norma de que si un esclavo huía y era capturado, sería devuelto a sus amos —aunque estuvieran en otro reino— y se le impondría un severo castigo. Los sumerios, por ejemplo, les sacaban los ojos.
Pero si un esclavo huía y llegaba con los clanes hebreos, de inmediato era tratado como alguien libre. Esa costumbre “políticamente incorrecta” se mantuvo vigente y llegó hasta el texto bíblico: “No entregarás a su amo a un esclavo que venga a ti huyendo de su señor” (Deuteronomio 23:15).
Otra idea revolucionaria en su momento, aunque varios siglos posterior y ya en la etapa israelita, fue la de rebelarse contra la adoración al sol como una deidad. En el antiguo Israel se comenzó a imponer el paradigma de que aún el sol, la luna y las estrellas eran tan solo una parte de la Creación, y que el Creador estaba por encima de todos los astros. No fue nada más un cambio de creencia religiosa, sino toda una lucha por la liberación intelectual y espiritual del ser humano.
Durante varios siglos, en el antiguo Israel existió una tensión común a todas las sociedades: la ideología aristocrática, representada principalmente por la tradición sacerdotal, y la subversión popular, encarnada en los feroces mensajes y críticas de los profetas. Pero hacia tiempos del rey Josías apareció una casta intelectual, identificada por los especialistas como la Escuela Deuteronomista, que después del exilio en Babilonia fue seguramente la que tomó lo que hasta entonces eran varios libros independientes unos de otros, y los integró en una colección que ahora conocemos como La Biblia.
Su genialidad —otra idea que muchos habrían visto como “peligrosa”— fue que entendieron que no tenía sentido tratar de conciliar o mezclar las ideologías sacerdotal (aristocrática) y profética (popular), sino que ambas —aún en su tensión inevitable y natural— eran indispensables para entender adecuadamente las cosas. De ese modo, el texto bíblico se convirtió en un factor de equilibro ideológico y social que no trata de evitar las tensiones, sino canalizarlas hacia el mejor modo de construir una sociedad.
Estas ideas, ancestrales y generadas en los inicios de nuestra identidad como religión y cultura, han permeado al judaísmo desde hace por lo menos 2500 años, y siguen siendo la esencia de nuestra vocación incansable para construir una sociedad justa y en paz