UN GOBERNANTE JUSTO CAMBIA EL DESTINO DE UNA NACIÓN

Jeremías, el profeta del corazón quebrantado, es el autor de este libro que lleva su nombre. Es uno de los libros más notables de la Biblia. Cada libro de la Biblia es notable, pero este libro de Jeremías lo es de una forma poco habitual. La mayoría de los profetas se ocultan a sí mismos y mantienen un carácter de anonimato. Es decir que, ellos mismos no se proyectan a sí mismos en las páginas de sus profecías. Pero aquí tenemos a un profeta cuya profecía es, en gran parte, autobiográfica. El nos ha dejado mucho de su propia historia personal. Vamos a repasar por un momento su vida a través de una lista de hechos sobre él, para que usted pueda conocer a este hombre.

1. En primer lugar, el nació sacerdote, en la ciudad de Anatot, al norte de Jerusalén. (Jeremías 1:1)

2. Fue elegido para ser profeta antes de haber nacido (1:5)

3. Fue llamado a profetizar cuando era muy joven (1:6)

4. Dios le encomendó la misión de ser profeta (1:9-10)

5. Él comenzó su ministerio durante el reinado del rey Josías y fue uno de los que expresó su dolor en el funeral de dicho rey (2 Cron.35:25)

6. Se le prohibió casarse a causa de la época tan terrible en la que vivió (16:1-4).

7. El nunca logró que alguien se convirtiese. Fue rechazado por su pueblo (11:18-21); (12:6); (18:18). Fue odiado, golpeado, colocado en el cepo (20:1-3); fue puesto en la cárcel y acusado de ser traidor (37:11-16).

8. Su mensaje quebrantó su propio corazón. (9:1).

9. Quiso dimitir de su cargo, pero Dios no se lo permitió (20:9).

10. Vio la destrucción de Jerusalén y el cautiverio en Babilonia. El capitán de las fuerzas Babilónicas le permitió permanecer en su tierra. Cuando el remanente quiso huir a Egipto, Jeremías profetizó contra ese deseo (42:15-43:3). Fue obligado a ir con el remanente a Egipto (43:6-7) y murió allí. Según la tradición, fue apedreado por el remanente de israelitas.

Así que solo con estos datos podemos comprobar que fue un hombre notable. Se le ha llamado «El Profeta Llorón», pero no en un sentido despectivo. Pasó la mayor parte de su vida derramando lágrimas. Dios eligió a este hombre, que tenía un corazón maternal, una voz temblorosa, y ojos llenos de lágrimas, para comunicar un mensaje severo de juicio. El mensaje que tuvo que proclamar quebrantó su propio corazón. Este hombre fue un gran siervo de Dios. Hablando sinceramente, creo que usted ni yo habríamos elegido a esta clase de hombre para comunicar un mensaje tan severo. En cambio, habríamos escogido a alguna persona dura para transmitir esa clase de mensaje, ¿no es cierto? Pero Dios no eligió a ese tipo de hombre, sino que escogió a un hombre con un corazón tierno y compasivo.

Quisiéramos presentar ahora dos declaraciones en cuanto a este profeta Jeremías, declaraciones pronunciadas por hombres en el pasado.

Lord MacCaulay dijo en cuanto a Jeremías: «Es difícil concebir una situación más dolorosa que la de un gran hombre, condenado a observar la lenta agonía de un país agotado, para cuidarlo espiritualmente durante los arrebatos alternados de estupefacción y delirio que preceden a su disolución, y a observar como los síntomas de vitalidad desaparecen uno por uno, hasta que no queda sino frialdad, oscuridad y corrupción». Hasta aquí la cita. Esta fue la posición y el llamado de Jeremías. Él estuvo allí y pudo ver a su pueblo conducido al cautiverio.

La otra declaración que quisiéramos leer en cuanto a Jeremías fue pronunciada por el Dr. Morehead, que nos presentó una imagen muy gráfica del profeta. Dijo el Dr. Morehead: «A Jeremías le tocó profetizar en una época cuando todas las cosas en Judea se estaban precipitando hacia una catástrofe trágica y final; cuando la conmoción política se encontraba en su punto culminante; cuando las peores pasiones dominaban a las diferentes partes y los consejos más funestos eran los que prevalecían. A él le correspondió interponerse en el camino por el cual su nación se estaba precipitando de cabeza hacia la destrucción; hacer un esfuerzo heroico para detenerla y para revertir el proceso; fracasar, ser obligado a apartarse a un lado y ver a su propio pueblo, a quien él amaba con la ternura de una mujer, lanzarse al precipicio, hacia una ruina enorme y cenagosa». Hasta aquí la cita.

Usted y yo amigo oyente, estamos quizá viviendo en una época que probablemente se parece a la de Jeremías. Vemos a grandes naciones que han logrado grandes avances tecnológicos. El hombre ha emprendido la conquista del espacio y ha creado armas de enorme poder destructivo. Sin embargo dentro de esas grandes potencias se encuentra la corrupción, que realmente las conducirá al desmembramiento y al desastre. Y ese final no parece encontrase muy lejano. Ahora, sabemos que, lo que estamos diciendo no es muy popular, no tiene buena prensa. Los medios de difusión, de forma creciente, están poniendo al descubierto la corrupción, destacan su incremento en todos los órdenes, pero no saben, o no quieren extraer conclusiones en cuanto a las consecuencias, que este proceso irreversible tendrá para la humanidad. Cada vez se oye hablar menos de cómo evitar la corrupción y de cómo resolver ese grave problema para mejorar la sociedad. Dios ha sido dejado totalmente fuera de la escena contemporánea, y cuando los que no creen en El lo mencionan, lo hacen con una sonrisa irónica o una mueca de desprecio. Y aquellos que sí creen en El son marginados. Es por tal motivo, que hemos dicho anteriormente que nos encontramos en gran medida en la misma posición en la que se encontró Jeremías, Por todo ello, tenemos la convicción que este libro va a comunicarnos un mensaje apropiado para nuestro tiempo.

Otro autor ha escrito lo siguiente sobre Jeremías: «No era poderoso como Elías, elocuente como Isaías, pobre y humilde como Ezequiel, sino un hombre tímido, vergonzoso, consciente de su impotencia, ansioso por recibir compasión y amor que nunca iba a conocer: Tal fue el instrumento por medio del cual la Palabra del Señor llegó a esa época tan corrupta y degenerada».

Mateo 16:13-14 dice, AL llegar Jesús a la región de Cesarea de Filipo, `preguntó a sus discípulos, diciendo: -¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas. Había diferencia de opiniones, y ninguno de ellos parecía saber realmente quien era. Algunos tenían buenas razones para pensar que era Elías y también buenos motivos para creer que era Juan el Bautista. Ahora, hubo quienes creyeron que era Jeremías, y tenían una muy buena razón para creerlo, porque Jeremías era un varón de dolores, experimentado en el sufrimiento. La diferencia entre él y el Señor Jesús fue que el Señor Jesús, estaba llevando nuestros dolores y nuestra pena, mientras que Jeremías estaba llevando su propia carga, y ello estaba quebrantando su corazón. Una vez se dirigió al Señor diciéndole: «No puedo continuar. Este asunto me está destrozando. Estoy a punto de sufrir una crisis nerviosa. Sería mejor que recurrieras a otra persona». Y el Señor, en cierta forma fue como si le hubiera dicho: «Muy bien, pero mantendré tu dimisión sobre mi escritorio porque creo que volverás». Y Jeremías regresó y dijo en su capítulo 20:9, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos. Traté de resistirlo, pero no pude. Y comunicó el mensaje, pero ello quebrantó su corazón. Dios quiso tener esa clase de hombre, porque era el hombre apropiado para entregar un mensaje tan severo. Dios quiso que los israelitas supieran que, aunque los estaba enviando al cautiverio y al hacerlo los estaba juzgando, ese hecho estaba quebrantando Su corazón divino. Como dijo Isaías en 28:21, el juicio es la obra extraña de Dios.

Jeremías comenzó su ministerio aproximadamente un siglo después que Isaías. Empezó su obra durante el reinado del rey Josías y la continuó durante el cautiverio en Babilonia. El fue el que predijo los 70 años de cautiverio en Babilonia. El también vio, más allá de la oscuridad del cautiverio, la luz, Ningún otro profeta habló tan brillantemente, con tanto entusiasmo, sobre el futuro. Tendremos ocasión de comprobarlo a medida que avanzamos en nuestro estudio de esta hermosa profecía.

El mensaje de Jeremías fue el más desagradable jamás comunicado a un pueblo, y fue rechazado. Fue considerado un traidor a su país porque dijo que había que rendirse a Babilonia. El profeta Isaías, casi un siglo antes de él, había hablado de resistir, ¿Por qué este cambio? En los días de Jeremías solo quedaba una cosa por hacer: rendirse. En la economía de Dios, la nación estaba acabada. Los tiempos de las naciones ya habían comenzado con Babilonia, como la cabeza de oro de la gran imagen descrita en Daniel 2.

La palabra «reincidir» fue la característica del mensaje de Jeremías, que aparece 13 veces. Fue una palabra usada solo 4 veces en el Antiguo Testamento; 1 vez en el libro de Proverbios y 3 veces en el de Oseas. Es que el mensaje del profeta Oseas fue también dirigido a una nación reincidente.

El nombre propio que predomina en el libro fue «Babilonia», que aparece 164 veces, más que en la totalidad de los pasajes de la Biblia combinados. Babilonia se convirtió en el enemigo.

Para tener una visión panorámica del libro de Jeremías vamos a incluir un sencillo esquema de los principales títulos o temas que, por otra parte, coinciden con las etapas de la vida del profeta.

1. Llamado del profeta durante el reino de Josías. Capítulo 1.

2. Profecías para Judá y Jerusalén, anteriores al reinado de Sedequías: capítulos 2 al 20.

3. Profecías durante el reino de Sedequías. Capítulos 21 al 29.

4. Profecías en cuanto al futuro de las 12 tribus y sobre el inminente cautiverio de Judá. Capítulos 30 al 39.

5. Profecías para el remanente que quedó en Judá después de la destrucción de Jerusalén. Capítulos 40 al 42.

6. Profecías durante los últimos días de Jeremías en Egipto. Capítulos 43 al 51

7. Cumplimiento de la profetizada destrucción de Jerusalén. Capítulo 52.

Y llegamos así al

Jeremías 1

El tema es «El llamado del profeta durante el reino de Josías. Será de ayuda para nuestra comprensión de los profetas entrelazar los libros correspondientes desde 1 Samuel hasta 2 Crónicas; que son los libros históricos que abarcan el mismo período de tiempo. Los profetas profetizaron durante el período histórico cubierto por esos libros históricos, con la excepción de los profetas Hageo, Zacarías y Malaquías, que profetizaron después del exilio (y que a su vez encajaron en el período abarcado por los libros históricos de Esdras y Nehemías). Leamos entonces el primer versículo de este primer capítulo del libro del profeta Jeremías:

«Las palabras de Jeremías hijo de Hilcías, de los sacerdotes que residieron en Anatot, en tierra de Benjamín.»

Aquí hay una referencia a Hilcías, que fue el padre de Jeremías. Hilcías fue el sumo sacerdote que encontró el libro de la ley de Moisés, durante la época del rey Josías. El descubrimiento de la Ley del Señor entregada a Moisés, provocó una renovación espiritual durante el reinado de Josías. Los movimientos de renovación no son causados por los hombres, sino por la Palabra de Dios. Nunca ha sido un hombre el que los originó, sino un libro. La Palabra de Dios es responsable de cada movimiento de renovación que ha tenido lugar en la iglesia. Es cierto que Dios ha usado hombres, pero fue la Palabra de Dios la que trajo esa renovación. El registro de esta renovación se conserva en los libros históricos: en el Segundo Libro de Reyes, capítulo 22, y también en el Segundo Libro de Crónicas, capítulo 34.

Anatot era la ciudad natal de Jeremías. Se encontraba a pocos kilómetros al norte de Jerusalén.

Continuemos leyendo el versículo 2:

«Palabra del Señor que le vino en los días de Josías hijo de Amón, rey de Judá, en el año decimotercero de su reinado.»

Josías tenía 8 años cuando accedió al trono, y reinó por 31 años. Jeremías comenzó su ministerio cuando Josías tenía 22 años. Aparentemente Jeremías, tenía también 20 años de edad; así que ambos eran jóvenes y probablemente, amigos. Jeremías profetizó durante 18 años del reinado de Josías y fue uno de los que expresó su dolor en el funeral del rey (como podemos ver en 2 Crónicas 35:25).

En cuanto a Josías podemos decir que había actuado de manera insensata, lo que nos lleva a deducir que hasta los hombres de Dios a veces cometen insensateces. Él fue a luchar contra el faraón de Egipto en Karkemis, aunque el faraón no había ido allí para luchar contra Judá. Pero por alguna razón extraña, Josías salió a luchar contra él en el valle de Esdraelón (o Armagedón, en Megido) y allí Josías resultó muerto. Jeremías lamentó su muerte porque Josías había sido un buen rey. La última renovación espiritual se produjo bajo el reino de Josías, y fue una gran renovación. Después de la muerte de Josías, Jeremías pudo ver que la nación caería en una noche oscura, de la cual no saldría hasta después del cautiverio en Babilonia. Continuemos pues con nuestra lectura en este primer capítulo del libro del profeta Jeremías, leyendo el versículo 3:

«Le vino también en días de Joacim hijo de Josías, rey de Judá, hasta el fin del año undécimo de Sedequías hijo de Josías, rey de Judá, hasta la deportación de Jerusalén en el mes quinto.»

Este versículo y el anterior nos dan la fecha exacta del ministerio de Jeremías, es decir, desde el décimo tercer año del rey Josías y continuando por todo el proceso de la conducción de Jerusalén al cautiverio.

Sabemos que cuando el reino de Judá fue llevado al cautiverio, el rey Nabucodonosor le permitió a Jeremías quedarse en la tierra de Judá. Dice Jeremías en 39:11-12, 11Nabucodonosor había dado órdenes a Nabuzaradán, capitán de la guardia, acerca de Jeremías, diciendo: 12«Tómalo y vela por él; no le hagas mal alguno, sino haz con él como él te diga». Por supuesto, Jeremías no quiso ir a Babilonia con los demás; ellos habían rechazado su mensaje y habían sido llevados cautivos tal como él había predicho. Y ya que el rey Nabucodonosor le dio la posibilidad de elegir, optó por quedarse en la tierra con los pocos que permanecieron en ella. Sin embargo, aquellos fugitivos salieron de la tierra de Judá y se dirigieron a Egipto, actuando en contra del consejo de Jeremías y llevándolo con ellos. En Egipto, Jeremías continuó comunicándoles fielmente la Palabra de Dios.

El segundo libro de Crónicas 36 nos dejó la historia aquí omitida. Joacaz, un hijo de Josías, no fue mencionado en el relato de Jeremías. Reinó por 3 meses, y fue destituido. Entonces el rey de Egipto colocó en el trono a Eliaquim, hermano de Joacaz, y le cambió el nombre, al de Joacim. Este reinó por 11 años, Y Jeremías le aconsejó no luchar contra Nabucodonosor, rey de Babilonia. Sin embargo, Joacim no aceptó el consejo de Jeremías, y fue llevado cautivo a Babilonia. Después del derrocamiento de Eliaquim (o Joacim) el rey de Babilonia colocó a Joaquin en el trono de Jerusalén. Este reinó 3 meses y 10 días, y tampoco fue mencionado aquí en el libro de Jeremías porque apenas ocupó el trono, ya que, al poco tiempo fue derrocado y deportado por Nabucodonosor a Babilonia. Después, Nabucodonosor designó para el trono en Jerusalén a Sedequías, sobrino de Joaquin, Este reinó por 11 años. Cuando Sedequías se rebeló, Nabucodonosor fue a Jerusalén y la destruyó, mató a los hijos de Sedequías y a éste le quitó los ojos, llevándolo cautivo a Babilonia.

Este relato nos narra hechos brutales. Pero también debemos recordar que el rey Nabucodonosor fue muy paciente con la ciudad de Jerusalén. Recordemos también que el pueblo se negó a escuchar la advertencia que Dios les dirigió por medio de Jeremías.

Jeremías continuó su ministerio entre el remanente que quedó en Jerusalén. Después, ellos, los que habían quedado allí, le obligaron a ir con ellos a Egipto. Y así, él continuó su ministerio en Egipto hasta el momento de su muerte. Mirando a la totalidad de su vida, podemos destacar 2 cosas que caracterizaron la vida de Jeremías: sus lágrimas y su soledad. Podemos decir que esas son las señales del ministerio cristiano en las vidas de aquellos que sirven a Dios

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