El kibutz Dalia vendió la empresa que había creado hace años, y los miembros veteranos de esa comunidad socialista recibirán millones de shekels. Pero, dicen, seguirán siendo modestos.
Docenas de miembros veteranos del kibutz Dalia se convirtieron de la noche a la mañana en millonarios. El kibutz vendió la empresa de medidores de agua Arad, de la que era propietaria, y los veteranos recibirán en su conjunto 156 millones de shekels. No obstante la cantidad muy significativa, los miembros del kibutz tratan de seguir siendo modestos: “Nuestra forma de vida no cambiará porque tengamos más dinero”, dicen.
Es mediodía. Estamos en la entrada verde y cuidada del kibutz Dalia. No hay en el aire olor a establo, y el único tractor en movimiento pertenece al Departamento de Jardinería y Ornamentación. La fila de estructuras industriales de la innovadora fábrica de medidores de agua que fundaron miembros del kibutz, constituye un impresionante telón de fondo de la historia de modernización y del proceso de privatización que sacudió al antiguo kibutz.
Para llegar a la casa de Shai ben Jorín, hay que atravesar el kibutz en dirección a un barrio tranquilo de pequeñas casas pequeñas de una sola planta. Parece un anuncio sobre la buena vida. Ben Jorín vive en una casa modesta de estilo kibutz, con un porche y un jardín, y sin lavaplatos. Cuando se le pregunta qué mejoras piensa introducir en su vida en consonancia con su nueva situación económica, se ríe.
“Tengo 70 años; siempre he vivido en un kibutz, y estoy a gusto con lo que tengo”, dice. “Gracias a la venta de la fábrica me resultará más fácil llevar a cabo lo que quiero; especialmente cosas básicas. Me estoy haciendo mayor, y tal vez necesite un carro eléctrico [en Israel se usan unos similares a los que se ven en los campos de golf] para trasladarme. O quizás cuando sea viejo y tenga problemas de audición, necesite un audífono, que cuesta mucho dinero. No me interesa hacer un viaje de ensueño al extranjero ni un jeep lujoso. El dinero me permitirá ayudar a mis hijos”.
En el extremo del kibutz, en una construcción típica pero mejorada vive Ehud Abraham, de 70 años, que no tiene intenciones de jubilarse. Su casa está en un segundo piso, que da a los dorados campos de trigo, y el paisaje agreste de los bosques y las montañas del Carmelo. Pese su edad y al dinero, no tiene intenciones de construir un ascensor.
“Si necesitara un ascensor, lo habría construido hace tiempo, independientemente del dinero que vamos a recibir”, responde riendo. “Le aseguro que mi vida seguirá siendo exactamente la misma de siempre. Ya me había comprado un coche nuevo antes de la venta de la fábrica, y ahora mi esposa quiere cambiar las baldosas de la casa. Fíjese cuál es el nivel de nuestros sueños”.
En el balcón, desde el que se ve toda la zona de los alrededores, Abraham cuenta los encuentros especiales que tuvo con pájaros poco comunes que van a visitar de vez en cuando. “¿Qué necesita tener uno para ser feliz? Una familia e hijos, alguien a quien abrazar y algunos buenos amigos. Yo tengo todo lo que necesito. El dinero me permitirá dejarle más a mis hijos como herencia”
Para entender a fondo la mentalidad tan diferente de los nuevos millonarios del kibutz, hay que retrotraerse a los fundadores, la generación de gente idealista y revolucionaria muy diferente a la de hoy en día, que inmigró a Israel para cumplir el sueño sionista. Dalia se fundó el 1º de mayo de 1939. Lo fundaron jóvenes inmigrantes socialistas de Alemania y de Rumania, pertenecientes al movimiento sionista socialista Hashomer Hatsair, que no pensaron que sus hijos tendrían acciones por valor de millones.
Los espaciosos senderos para bicicletas, el silencio y la calma, los jardines verdes y los coches nuevos que se ven en los diferentes estacionamientos pueden dar la impresión equivocada de que se trata de un barrio de lujo de California. Abraham estuvo de acuerdo con la comparación, pero afirmó que al principio el kibutz tenía un aspecto completamente diferente.
“Pasé mi infancia en un kibutz en el que no había agua, ni césped, ni nada verde. Nos bañábamos sólo una vez a la semana”, contó Abraham. “Dábamos vuelta por los prados, y a veces nos perdíamos. No teníamos nada, pero tuvimos una infancia feliz”.
Abraham comenta que goza de una excelente salud. Y que también antes de la venta de la fábrica tenía todo lo que necesitaba desde el punto de vista material. Pero se nota que extraña el ambiente especial que había en el kibutz de antaño, antes de la privatización.
“En el kibutz de ahora sigue habiendo solidaridad, la idea de que todos por uno y uno por todos, pero antes era absoluta, y hoy se mide más por el dinero”, dice. “Yo soy segunda generación de profesionales universitarios que hicieron todo lo que pudieron por el país, y se establecieron aquí, en tierras rocosas, por motivos ideológicos, para trabajar la tierra. Quizás soy ingenuo, pero pertenezco a otra generación. En todo caso, considero que tengo todo lo que necesito.”
“Yo nací en otro kibutz, y hace 40 años me casé y me mudé a Dalia. Me siento bien en el kibutz. Nací así, y nunca he tenido otras necesidades”, contó por su lado Ben Jorín. “El dinero no era algo que veía a mi alrededor cuando era niño, ni después. Nunca he pensado en dinero. No me interesaba; no estaba en mis pensamientos».
“Después del proceso de privatización, se empezó a dar importancia al dinero. Entonces naturalmente me encargué de tener suficiente. Pero estoy a gusto con lo que tengo, y satisfecho con la vida que he tenido, independientemente de la venta de la fábrica y también después de eso”, agregó.
Uno de los hechos principales que ha contribuido a que los miembros veteranos del kibutz sean millonarios fue el significativo y complejo proceso de privatización que tuvo lugar en el kibutz Dalia. Efrat Shavit, directora de la comunidad, secretaria general del kibutz y presidenta de la Junta Directiva, explicó que en el reparto del dinero que produjo la venta de la fábrica se ha dado prioridad a los miembros veteranos del kibutz a fin de compensar o de reparar una injusticia histórica para con los miembros mayores del kibutz, que fundaron la fábrica, trabajaron allí durante años y después de la privatización se quedaron sin dinero propio.
“Ahora hemos vendido porcentajes de la empresa cuando estaban al precio más alto en el mercado, a fin de darles algo de dinero a los miembros veteranos y para mantener la comunidad”, dijo. “El dinero para los miembros veteranos del kibutz tiene por objeto mejorar su situación y su calidad de vida. En cuanto al reparto, tratamos de manera diferente a quienes trabajaron durante décadas y entregaron su salario al kibutz, en comparación con quienes se integraron al kibutz hace poco.”
En el balcón de Abraham hay una brisa agradable, un paisaje verde embriagador y aves rapaces de color rojizo que hacen acrobacias en el cielo. Pese al dinero, y a las reiteradas preguntas, Abraham insiste en que todo va a seguir igual.
“Nuestra forma de vida no va a cambiar por el dinero. Y le daré un ejemplo. Cuando nos mudamos a esta casa hace años, dejé en la pequeña cocina un lugar para el lavaplatos. Pero mi esposa se acercó enojada, y me preguntó: ‘¿qué pasa, tu lavaplatos fijo no te sirve?’ Con todo el dinero que recibiremos, ¿usted cree que me van a dejar que instale aquí un lavaplatos?”
Fuente: Ynet Español