El descubrimiento de explosivos plásticos y recuerdos nazis en casa de un soldado de élite alemán ha encendido las alarmas sobre la infiltración de la extrema derecha en las institucionesdemocráticas.
CALW, Alemania — Cuando los alemanes salían de su confinamiento por coronavirus en mayo, unos comandos policiales pararon frente a la propiedad rural de un sargento mayor de las fuerzas especiales, la unidad militar secreta más entrenada del país.
Traían una excavadora.
El apodo del sargento mayor era Ovejita. Se sospechaba que era neonazi. Enterrados en el jardín, la policía encontró dos kilogramos de explosivos plásticos PENT, un detonador, un fusible, un AK-47, un silenciador, dos cuchillos, una ballesta y miles de municiones, muchas de las cuales se cree que fueron robadas al ejército alemán.
También encontraron un cancionero de las SS, 14 ediciones de una revista para ex miembros de las Waffen SS y una gran cantidad de otros recuerdos nazis.
“Tenía un plan”, dijo Eva Högl, comisionada parlamentaria de Alemania para las fuerzas armadas. “Y él no es el único».
Alemania tiene un problema. Durante años, los políticos y los jefes de seguridad rechazaron la noción de cualquier infiltración de extrema derecha en los servicios de seguridad, y hablaron solo de “casos individuales”. La idea de que existieran redes fue descartada. Los superiores de aquellos revelados como extremistas fueron protegidos. Las armas y la munición desaparecían de las reservas militares sin que hubiera una verdadera investigación.
El gobierno ahora comienza a despertar. Los casos de extremistas de derecha en el ejército y la policía, con algunos que acumularon armas y explosivos, se han multiplicado de manera alarmante. Los principales funcionarios de inteligencia y altos comandantes de la nación ahora actúan para enfrentar un problema que se ha vuelto demasiado peligroso como para ignorarlo.
El problema se ha profundizado con el surgimiento del partido Alternativa por Alemania, o AfD, que legitimizó una ideología de extrema derecha que utilizó la llegada de más de un millón de inmigrantes en 2015 —y más recientemente la pandemia de coronavirus— para generar una sensación de crisis inminente.
Lo más preocupante para las autoridades es que los extremistas parecen estar concentrados en la unidad militar que se supone es la más dedicada y de élite del estado alemán, las fuerzas especiales, conocidas por sus sigla en alemán, KSK.
La semana pasada, la ministra de Defensa de Alemania, Annegret Kramp-Karrenbauer, dio el drástico paso de disolver una compañía de combate en las KSK a la que se consideró infestada de extremistas. Ovejita, el sargento mayor cuyo alijo de armas fue descubierto en mayo, era miembro.
Unos 48.000 cartuchos de municiones y 62 kilogramos de explosivos han desaparecido por completo de la KSK, dijo.
La agencia de contrainteligencia militar de Alemania ahora investiga a más de 600 soldados por extremismo de extrema derecha, de 184.000 que pertenecen al ejército. Unos 20 de ellos están en las KSK, una proporción que es cinco veces mayor que en otras unidades.
Pero a las autoridades alemanas les preocupa que el problema pueda ser mucho mayor y que otras instituciones de seguridad también hayan sido infiltradas. En los últimos 13 meses, terroristas de extrema derecha han asesinado a un político, atacado una sinagoga y matado a tiros a nueve inmigrantes y alemanes descendientes de inmigrantes.
Thomas Haldenwang, presidente de la agencia de inteligencia nacional de Alemania, ha identificado el extremismo y terrorismo de extrema derecha como el “mayor peligro a la democracia alemana hoy en día”.
En entrevistas realizadas a lo largo del año con agentes militares y de inteligencia, y con miembros confesos de la extrema derecha, ellos describieron redes nacionales de soldados y agentes de policía, tanto en funciones como retirados, vinculadas con la extrema derecha.
En muchos casos, los soldados han usado las redes como un modo de prepararse para cuando predicen que el orden democrático de Alemania colapsará. Lo llaman Día X. Los funcionarios temen que sea realmente un pretexto para incitar actos terroristas o, peor aún, un golpe de estado.
“Para los extremistas de extrema derecha, la preparación para el Día X y su precipitación se mezclan entre sí”, me dijo Martina Renner, legisladora del comité de seguridad nacional del Parlamento alemán.
Los lazos, dicen los funcionarios, a veces llegan hasta las viejas redes neonazis y la escena intelectual más pulida de la llamada Nueva Derecha. Los extremistas acumulan armas, mantienen casas de seguridad y, en algunos casos, listas de enemigos políticos.
Este mes surgió otro caso, de un reservista, ahora suspendido, que tenía una lista con los números celulares y las direcciones de 17 destacados políticos, que han sido alertados. El caso condujo a, al menos, otras nueve redadas en todo el país el viernes 3 de julio.
Algunos medios alemanes se han referido a un “ejército en la sombra”, trazando paralelos a la década de 1920, cuando las células nacionalistas dentro del ejército acumularon armas, planearon golpes y conspiraron para derrocar la democracia.
La mayoría de los funcionarios aún rechazan esta analogía. Pero la sorprendente falta de comprensión de los números involucrados, incluso en los niveles más altos del gobierno, ha contribuido a una profunda inquietud.
“Una vez que realmente comenzaron a buscar, encontraron muchos casos”, dijo Konstantin von Notz, presidente adjunto del comité de supervisión de inteligencia en el Parlamento alemán. “Cuando tienes cientos de casos individuales comienza a parecer que tenemos un problema estructural. Es extremadamente preocupante”.
Von Notz señaló que Brendan Tarrant, quien masacró a 51 fieles musulmanes el año pasado en dos mezquitas en Christchurch, Nueva Zelanda, había viajado por Europa un año antes e incluyó una línea ominosa en su manifesto.
“Yo estimaría que la cantidad de soldados en las fuerzas armadas europeas que también pertenecen a grupos nacionalistas ascienden a cientos de miles, con la misma cantidad de empleados en puestos de fuerzas de seguridada”, escribió Tarrant.
Los investigadores, dijo von Notz, “deben tomarse esas palabras en serio”.
Pero investigar el problema es en sí complicado: incluso la agencia de contrainteligencia militar, encargada de monitorear el extremismo dentro de las fuerzas armadas, puede estar infiltrada.
Un investigador de alto rango en la unidad de extremismo fue suspendido en junio después de compartir material confidencial de la redada de mayo con un contacto en las KSK, quien a su vez se lo pasó a, al menos, otros ocho soldados, avisándoles que a continuación la agencia podría dirigir su atención a ellos.
“Si las personas que están destinadas a proteger nuestra democracia están conspirando contra ellas, tenemos un gran problema”, dijo Stephan Kramer, presidente de la agencia de inteligencia del estado de Turingia. “¿Cómo los encuentras?”.
“Estos son hombres endurecidos por la batalla que saben cómo evadir la vigilancia porque están entrenados para realizar la vigilancia ellos mismos”, agregó.
“Aquí estamos tratando con un enemigo interno”.
Al interior de la ‘casa de tiro’
El aire dentro de la “casa de tiro” olía a acre, de tantas balas que se habían disparado.
Estaba de pie en el campo de tiro en las afueras de la tranquila ciudad alemana de Calw, en la región de la Selva Negra, después de haber sido invitada a inicios de este año para una rara visita a la base de las KSK, la más vigilada del país.
Un soldado camuflado con un rifle de asalto G36 se agazapó a lo largo del marco de una puerta rota. Dos sombras aparecieron. El soldado disparó cuatro veces —cabeza, torso, cabeza, torso— y luego eliminó sistemáticamente otras dos decenas de “enemigos”. No falló una.
Las KSK son la respuesta de Alemania a los Navy Seals. Pero en estos días su comandante, el general Markus Kreitmayr, un bávaro afable que ha combatido en Bosnia, Kosovo y Afganistán, es un hombre dividido entre su lealtad hacia ellos y el reconocimiento de que tiene un grave problema en sus manos.
El general llegó tarde a nuestra entrevista. Acababa de pasar cuatro horas interrogando a un miembro de su unidad sobre una fiesta en la que, se informó, media decena de soldados de las KSK habían hecho el saludo de Hitler.
“No puedo explicar por qué supuestamente hay tantos casos de ‘extremismo de extrema derecha’ en el ejército”, dijo. Las KSK están “claramente más afectadas que otros, eso parece ser un hecho”
Nunca fue fácil ser soldado en la Alemania de la posguerra. Dada su historia nazi y la destrucción que le impuso a Europa en la Segunda Guerra Mundial, el país mantiene una relación conflictiva con sus militares.
Durante décadas, Alemania intentó forjar una fuerza que representase a una sociedad democrática y sus valores. Pero en 2011 abolió el servicio militar obligatorio y pasó a ser una fuerza de voluntarios. Como resultado, los militares son cada vez menos un reflejo de la sociedad alemana en general, y representan a una porción más estrecha de la misma.
El general Kreitmayr dijo que “un gran porcentaje” de sus soldados son alemanes orientales, una región donde a la AfD le va desproporcionadamente bien. Aproximadamente la mitad de los hombres en la lista de miembros de las KSK de los cuales se sospecha ser extremistas de extrema derecha también son del este, agregó.
El general ha llamado a la crisis actual en la unidad de “la fase más difícil de su historia”.
En nuestra entrevista, dijo que no podía descartar un grado significativo de infiltración de la extrema derecha. “No sé si hay un ejército en la sombra en Alemania”, me dijo.
“Pero estoy preocupado”, dijo, “y no solo como el comandante de las KSK, sino como un ciudadano: que al final exista algo así y que tal vez nuestra gente forme parte de ello”.
Los funcionarios hablan de un cambio perceptible “en valores” entre los nuevos reclutas. En conversaciones, los propios soldados, que no pudieron ser identificados debido a las pautas de la unidad, dijeron que si había un punto de inflexión en la unidad, vino con la crisis migratoria de 2015.
Cuando cientos de miles de solicitantes de asilo de Siria y Afganistán se dirigían a Alemania, el estado de ánimo en la base era de ansiedad, recordaron.
“Somos soldados encargados de defender este país y ellos solo abrieron las fronteras, sin control”, recordó un oficial. “Estábamos al límite”.
Fue en esta atmósfera que un soldado de las KSK de 30 años de Halle, en el este de Alemania, estableció un grupo en Telegram para soldados, oficiales de policía y otros que compartían la creencia de que los migrantes destruirían el país.
Se llamaba André Schmitt. Pero lo conocen con el apodo de Hannibal.
La red de Hannibal
En una casa en el oeste rural de Alemania, detrás de una cortina de cadenas y más allá de una ballesta en el pasillo, una sala tipo mazmorra bañada en luz púrpura se abre en un área de bar. La imagen de gran tamaño de una mujer desnuda domina la pared del fondo.
En una casa en el oeste rural de Alemania, detrás de una cortina de cadenas y más allá de una ballesta en el pasillo, una sala tipo mazmorra bañada en luz púrpura se abre en un área de bar. La gigantografía de una mujer desnuda domina la pared del fondo.
Fue allí donde conocí a Schmitt a principios de este año. Dio permiso para que se usara su nombre, pero no quería que se revelara la ubicación ni ninguna fotografía.
Abandonó el servicio activo en septiembre pasado, después de que encontraron granadas de entrenamiento robadas en un edificio que pertenecía a sus padres. Pero, dice, aún tiene su red: “Fuerzas especiales, inteligencia, ejecutivos de negocios, masones”, dijo. Se encuentran aquí regularmente. La casa, dice, es propiedad de un partidario rico.
“Las fuerzas son como una gran familia”, me dijo Schmitt, “todos se conocen”.
Cuando armó sus chats de Telegram en 2015, los integró geográficamente —norte, sur, este, oeste—, igual que el ejército alemán. En paralelo, dirigió un grupo llamado Uniter, una organización para profesionales relacionados con la seguridad que brinda beneficios sociales pero también capacitación paramilitar.
Varios ex integrantes de sus chats están siendo investigados por fiscales por tramar terrorismo. Algunos buscan bolsas para cadáveres. Uno enfrenta juicio.
La situación de Schmitt es más compleja. Reconoció haber servido como informante en las KSK para la agencia de contrainteligencia militar a mediados de 2017, cuando se reunía regularmente con un oficial de enlace. Hoy el ejército paga para que obtenga un título en negocios.
Él mismo nunca fue nombrado sospechoso. Los funcionarios alemanes negaron que lo protegieran. Pero esta semana, la agencia de inteligencia nacional anunció que estaba poniendo bajo vigilancia a Uniter, su red actual.
Las autoridades dieron por primera vez con sus chats en 2017, cuando investigaban a un soldado de la red sospechoso de organizar un complot terrorista.
Los investigadores ahora están averiguando si los chats y Uniter fueron el primer esqueleto de una red de extrema derecha que ha infiltrado a instituciones estatales. Hasta el momento, no lo pueden asegurar. The New York Times obtuvo declaraciones policiales de Schmitt y otros de su red relacionados con el caso de 2017.
Inicialmente, dicen Schmitt y otros miembros, los chats eran para compartir información, en gran parte de las supuestas amenazas planteadas por los inmigrantes, que Schmitt admitió a la policía que había inflado como un modo de “motivar” a las personas.
“Se trataba de conmoción interna por las células dormidas y los grupos extremistas alrededor del mundo, las formaciones de pandillas, las amenazas terroristas”, dijo Schmitt a la policía.
Los chats eran populares entre los soldados de las KSK. Schmitt dijo que contó a 69 de sus camaradas en la red en 2015.
Un compañero soldado en las KSK, identificado por los investigadores como Robert P., pero conocido como Petrus, quien administraba dos de los chats, le dijo a la policía dos años después que quizás había más del doble que eso: “Tengo que decir, presumiblemente la mitad de la unidad estaba allí”.
Pronto los chats se transformaron en una plataforma para compartir información dedicada a prepararse para el Día X. Mientras bebe agua mineral, Schmitt describe esto como un “juego de guerra”. Retrató una Europa amenazada por pandillas, islamistas y Antifa. Los llamó “tropas enemigas en nuestro terreno”.
Su red ayudó a los miembros a prepararse para responder a lo que él describió como un conflicto inevitable, a veces actuando por su cuenta.
“El Día X es personal”, dijo. “Para un tipo es este día, para otro tipo es otro día”.
“Es el día en que activas tus planes”, dijo.
Los miembros del chat se reunieron en persona, calcularon qué provisiones y armas almacenar, y dónde tener casas de seguridad. Decenas fueron identificadas. Uno era la propia base militar en Calw. Practicaron cómo reconocerse entre sí, utilizando un código militar, en los “puntos de recogida” donde los miembros podían reunirse el Día X.
El sentido de urgencia creció.
El 21 de marzo de 2016, un miembro del chat, identificado solo como Matze, escribió sobre un punto de recogida cerca de Nuremberg. Había, escribió, “suficientes armas y municiones para luchar a su manera”.
Más tarde ese año, Schmitt envió un mensaje a otros en la red de chat. En los últimos 18 meses, escribió, habían reunido a “2000 personas de ideas afines” en Alemania y en el extranjero.
Cuando lo conocí, Schmitt lo llamó “una hermandad global de ideas afines”.
Niega haber planificado llevar a cabo el Día X, pero aún está convencido de que llegará, quizás más temprano que tarde con la pandemia.
“Sabemos, gracias a nuestras fuentes en los bancos y en los servicios de inteligencia, que a más tardar en septiembre vendrá una gran crisis económica”, dijo en una llamada de seguimiento la semana pasada.
“Habrá insolvencia y desempleo masivo”, profetizó. “La gente saldrá a las calles”.
Cabezas de cerdo y saludos de Hitler
Una noche en 2017, Ovejita, el sargento mayor cuyo alijo de armas se descubrió en mayo, estaba entre los 70 soldados de la Segunda Compañía de las KSK que se habían reunido en un campo de tiro militar.
Los investigadores lo han identificado solo como Philipp Sch. Él y los demás habían organizado una fiesta especial de despedida para un teniente coronel, un hombre reconocido como héroe de guerra por escapar de una emboscada en Afganistán mientras disparaba y cargaba a uno de sus hombres.
El coronel, un hombre imponente cubierto de tatuajes en cirílico que disfruta de la lucha en jaula en su tiempo libre, tenía que completar una carrera de obstáculos. Implicaba cortar troncos de árboles y lanzamiento de cabezas de cerdos decapitados.
Como premio, sus hombres habían llevado a una mujer. Pero el coronel terminó completamente borracho. La mujer, en vez de convertirse en su trofeo, fue a la policía.
De pie junto al fuego con un puñado de soldados, los había visto cantar letras neonazis y levantar el brazo derecho. Un hombre se destacó por su entusiasmo, recordó ella en un informe televisado por la emisora pública ARD. Lo llamó el “abuelo nazi”
Aunque solo tenía 45 años, “el abuelo nazi” era Ovejita, quien se había unido a las KSK en 2001.
En los tres años transcurridos desde la fiesta, el servicio de contrainteligencia militar vigiló al sargento mayor. Pero eso no impidió que las KSK lo promoviera al rango más alto posible de suboficial.
El manejo del caso se ajustó a un patrón, dicen soldados y funcionarios.
En junio, un soldado de las KSK dirigió una carta de 12 páginas a la ministra de Defensa, en la que pedía una investigación sobre lo que describió como una “cultura tóxica de aceptación” y una “cultura de miedo” dentro de la unidad. Las pistas sobre los camaradas extremistas eran “colectivamente ignoradas o incluso toleradas”. Uno de sus instructores había equiparado a las KSK con las Waffen SS, escribió el soldado.
El instructor, un teniente coronel, estaba en el radar de las inclinaciones hacia la extrema derecha desde 2007, cuando escribió un correo electrónico amenazante a otro soldado. “Estás siendo vigilado, no, no por agencias impotentes instrumentalizadas, sino por oficiales de una nueva generación, que actuarán cuando los tiempos lo exijan”, decía. “Larga vida a la santa Alemania”.
El comandante de las KSK en ese momento no suspendió al teniente. Simplemente lo disciplinó. Le pregunté al general Kreitmayr, quien asumió el comando en 2018, sobre el caso.
“Mira, hoy en el año 2020, con todo el conocimiento que tenemos, miramos el correo electrónico de 2007 y decimos: ‘es obvio’”, me dijo.
“Pero en aquella época solo pensamos: ‘Hombre, ¿qué le pasa? Debería moderarse’”.
El pasillo de la historia
La puerta trasera del edificio principal en la base en Calw lleva a un largo corredor conocido como el “corredor de la historia”, una colección de recuerdos reunidos durante los casi 25 años de las KSK que incluye a un pastor alemán disecado, Kato, quien se lanzó en paracaídas a más de 9100 metros con un equipo de comando.
Falta evidentemente cualquier mención a un ex comandante deshonrado de las KSK, el general Reinhard Günzel, quien fue despedido después de escribir una carta en 2003 en apoyo a un discurso antisemita de un legislador conservador.
El general Günzel posteriormente publicó un libro llamado Guerreros Secretos. En él, ubicaba a las KSK en la tradición de unas notorias fuerzas especiales de la época nazi que cometieron numerosos crímenes de guerra, incluidas masacres de judíos. Ha sido un orador popular en eventos de extrema derecha.
“Básicamente tienes a uno de los comandantes fundadores de las KSK convertido en un destacado ideólogo de la Nueva Derecha”, dijo Christian Weissgerber, un ex soldado que escribió un libro sobre su propia experiencia de ser un neonazi en el ejército.
La Nueva Derecha, que abarca activistas juveniles, intelectuales y a la Afd, preocupa al general Kreitmayr. El legislador cuyos comentarios antisemitas llevaron al despido del general Günzel hace tantos años, ahora se sienta en el Parlamento alemán por la Af_“Tienes representantes destacados de partidos políticos como la AfD, que dicen cosas que no solo son enfermizas sino que son claramente de ideología radical de extrema derecha”, dijo el general Kreitmayr.
Los soldados no fueron inmunes a este cambio cultural en el país, dijo. Recientemente, un compañero general se había convertido en candidato a la alcaldía por la Afd. Varios ex soldados representan al partido en el Parlamento.
Al bajar la colina desde la casa de tiro está el Salón Verde, un cruce entre una sala de juntas y un bar. Está dominado por una gran pintura al óleo que representa a soldados de las KSK y sus pastores alemanes mientras atacan con éxito un escondite talibán.
Es una escena familiar para varios soldados que se habían reunido el día en que estuve allí. Pero los soldados con los que hablé cuestionaron la estrategia detrás de una guerra que se ha desarrollado durante dos décadas con pocos resultados concretos, excepto un aumento de la migración en casa.
“Mis niñas me preguntaron el otro día: ‘¿Por qué tienes que ir a Afganistán cuando hay niños de Kunduz en nuestra clase?’”, relató un oficial. “No tenía una respuesta”.
Cuando llevó a una delegación de soldados de las KSK para reunirse con partidos políticos en el Parlamento, les hizo la misma pregunta. “Tampoco tenían la respuesta”, dijo.
Solo un legislador hizo una declaración clara, dijo. Era de la AfD. “Dijo que debíamos habernos ido hace mucho tiempo”, recordó el oficial.
Por Katerin Bennhold
Christopher F. Schuetze colaboró con este reportaje.
Katrin Bennhold es la jefa de la corresponsalía de Berlín de The New York Times. Anteriormente, reporteaba desde Londres y París, en donde cubría una gama diversa de temas: desde el auge del populismo hasta asuntos de género.@kbennhold