Antes del debut en el primer Mundial que se disputó en Uruguay, el búnker argentino recibió la visita del Zorzal Criollo, que los deleitó a puro tango.
No fueron precisamente pocas las historias y anécdotas que rodearon la vida de Carlos Gardel. Y si bien nunca se habló demasiado sobre su relación con el fútbol, el 11 de julio de 1930, poco antes del debut de la Selección en la primera Copa del Mundo que se disputó en Uruguay, el notable cantautor visitó la concentración del plantel argentino que se encontraba en La Barra de Santa Lucía, en las afueras de Montevideo. Y para apoyar al equipo de Varallo, Stábile y compañía, hasta les cantó unos tanguitos.
Dicen que Gardel se hizo de Racing por los colores de la camiseta… y por los siete campeonatos consecutivos que ganó la Academia (1913-1919), récord que aún se mantiene vigente. Y que además era admirador de Pedro Ochoa, delantero que fue inmortalizado por la pluma de Enrique Carrera Sotelo en una pieza humorística titulada «Patadura», al que José López Ares le puso música y el Mudo, su gola inigualable.
Claro que el título no aludía, obviamente, a quien fuera considerado uno de los mejores jugadores argentinos de la segunda mitad de la década del ’20. «Ser como Ochoíta, el crack de la afición», se afirma de hecho en dicho tango, cuyos versos además hacen mención a jugadores de la época como Monti (que participó en Uruguay 1930), Seoane (Independiente) y «Tarasca» (apelativo con que se conocía a Tarascone, ídolo de Boca).
Si se dejara a un lado el debate sobre si era argentino, uruguayo o francés, ¿podríamos imaginar de purrete a la inconfundible voz de «Mi Buenos Aires querido» corriendo detrás de la pelota en un potrero? Claro que sí, por qué no. El tema es que ya de grande se dedicó -por fortuna- a otra cosa. Y si bien Gardel era aficionado al fútbol, ir a las canchas de la Argentina le resultaba muy complicado, porque se jugaba los domingos y ese día era sagrado: había que cantar presente en el hipódromo.
Pero en la vida siempre hay excepciones. Y en el inminente debut de Argentina en el primer Mundial de la historia organizado por el vecino país, el afamado cantor se hizo presente en el bunker de la Selección que conducía el entrenador Francisco Olazar, bromeó con muchos de sus integrantes y hasta deleitó a la delegación con un par de tangos acompañado por sus guitarristas, incluido José María «Indio» Aguilar, que era uruguayo, nada menos. Al día siguiente, el periódico La Razón reseñó el momento con una gran foto y un título que rezaba: «Carlos Gardel llevó al campamento argentino la alegría de sus canciones».
El acontecimiento registraba un antecedente, ya que en la previa a los Juegos Olímpicos de Amsterdam 1928, el propio Gardel había decidido acompañar al seleccionado argentino. En la escala del equipo en Francia, una noche estaba con los jugadores en una habitación del Hotel Moderne de París e interpretó por primera vez el tango «Dandy».
En esos Juegos, el combinado nacional llegó a la final, pero perdió 2-1 con los uruguayos, en un encuentro disputado a pierna fuerte y dientes apretados. Comenzaba entonces a ambas márgenes del Río de la Plata la rivalidad futbolística que llegaría hasta la actualidad.
Pero en 1930, mientras en Buenos Aires se cocinaba el golpe de Estado contra el gobierno constitucional de Hipólito Yrigoyen, la delegación argentina instalada en Uruguay recibía otra vez la celebérrima visita del Morocho del Abasto. Cuatro días más tarde, en el denominado «Gran Parque Central» de la capital charrúa, el combinado nacional derrotó por la mínima a su par de Francia merced al tanto de Monti, aquel volante que la rompía en San Lorenzo. Pero ésa es otra canción.
Los amigos del Morocho del Abasto
Conforme crecía su fama internacional como cantor, Gardel tuvo llegada a otros futbolistas. Por caso, en Europa también hinchaba por el Barcelona y hasta se hizo amigo del mediocampista Josep Samitier Vilalta. Conocido también como «El hombre langosta», Samitier Vilalta marcó 184 goles oficiales con la camiseta azulgrana y es uno de los máximos goleadores de la historia del club por detrás de Lionel Messi, César Rodríguez, Luis Suárez y Ladislao Kubala.
También en la Ciudad Condal, el Mudo hizo muy buenas migas con el arquero Ricardo Zamora, quien se destacó en Espanyol, tuvo una corta temporada en el Barcelona, volvió al conjunto perico y luego fue fichado por Real Madrid en 100.000 pesetas, una suma astronómica por aquellos tiempos. Más tarde, en honor al arquero devenido entrenador se instituyó en 1959 el Trofeo Zamora, que premia al guardameta menos goleado cada temporada. En la actualidad, tanto el belga Thibaut Courtois (Real Madrid) como el esloveno Jan Oblak (Atlético Madrid) pelean codo a codo por hacerse del premio