En 2003, el fotógrafo Kenneth Adelman subió una serie de fotografías al sitio de internet pictopia.com. Estas eran tomas aéreas de la costa de California que, después declararía, realizó para documentar la erosión que la zona estaba sufriendo. La cuestión es que en esa serie fotográfica, una toma incluye claramente una fastuosa propiedad, que resultó ser de Barbra Streisand.
Al momento de la detección de la publicación, la foto había sido descargada cinco veces. En la sexta oportunidad fueron los mismos abogados de la actriz y cantante quien, muy enojada, no oyó razones y decidió demandar al fotógrafo por “violación a la intimidad”, a quién reclamó U$S 50 millones. El desenlace es lo que en comunicación se conoce como “efecto Streisand” y guía muchas de las decisiones estratégicas de quienes trabajan todos los días en la relación con medios masivos. Pasado un mes de iniciado el incidente, la foto que tanto hizo enojar a Barbra ya tenía 420.000 descargas de la web. Finalmente, la demanda fue desestimada y Streisand fue condenada a pagar U$S 150.000 de costes legales.
La insistencia de Alberto Fernández en confrontar públicamente con un sector del periodismo se rige por este mismo principio. El Presidente es un sólido comunicador y puede verse en su manera de dirigirse al público los años de experiencia en hablarle a grupos de gente, sobre todo en clave pedagógica. Pero, al igual que Barbra, al cantar el “retruco” a los colegas periodistas entra en un juego en el que, por más que intente ganar argumentativamente, pierde por el sólo hecho de haber entrado en él.
Incluso, ya desde la campaña el entonces candidato tuvo tres roces que se volvieron tema de cobertura en la agenda mediática: mandó “a trabajar de periodista” a Rodrigo Jorge (Radio Mitre), le dijo a Mercedes Ninci que si preguntaba siempre lo mismo “perdía seriedad” y, cuando Jonatan Viale horas después quiso ahondar en el episodio, se dio otro comentado cruce.
Alcanzada la Presidencia, la tendencia siguió. El cruce con la periodista Cristina Pérez por las medidas propuestas para la cerealera Vicentin tuvo sus horas de gloria después de haber ocurrido, con medios retomando la discusión e invitando a constitucionalistas para opinar si Cristina debía leer la Constitución o ya la había leído. Los límites de la nota original se estiraron de forma apreciable, ganando repeticiones y minutos en pantalla que sólo pueden agradar al núcleo duro que, como sabemos hace años, no alcanza para ganar elecciones.
La última muestra del “efecto Streisand” vernáculo fue la reacción que tuvo el Presidente en Twitter, al querer responder a una nota de Nancy Pazos para el portal Infobae. Su tweet de respuesta desmintiendo lo que la nota narraba fue tendencia en la red social del pajarito. La nota, por su parte, fue la más leída en la página durante varias horas.
Muchos líderes mundiales tuvieron (y aún tienen) relaciones conflictivas con la prensa. Fernando Ruiz nos dice en “Guerras Mediáticas” que “desde Mariano Moreno hasta los Kirchner la prensa fue el escenario de verdaderas guerras mediáticas”. Presidentes argentinos han entablado conflictos, en varios casos controlados, que definieron su postura política e incluso les sirvieron para capitalizar poder. El ejemplo de Cristina Kirchner contra “Clarín” es el más reciente, pero no el único. El mismo Raúl Alfonsín también antagonizó con el gran diario argentino. Otro caso testigo fue el Perón contra “La Prensa”, que finalizó en una expropiaciónP.
Pero este escenario es distinto a reaccionar ante contactos con periodistas de a pie. Por la falta de correlación de fuerzas entre los enfrentados, el hecho se vuelve noticia de inmediato. Y no hay que olvidar que, aunque el Presidente detente el máximo de notoriedad política (lo que le da muchos segundos de exposición), la comunidad periodística es la que finalmente contextualiza y editorializa para cerrar el ciclo de una noticia.
El Economista