El arqueólogo de la Universidad Nacional de Cuyo Sebastián Giannotti estudió restos óseos humanos de los siglos XVI y XIX de la ciudad de Mendoza para conocer más sobre el sistema laboral y la organización social de esta región.A través de un estudio arqueológico con restos óseos humanos del siglo XVI y XIX de la ciudad de Mendoza, el arqueólogo Sebastián Giannotti de la Universidad Nacional de Cuyo (UNCUYO) pudo reconstruir características de la vida colonial en la región.
Giannotti, que presentó la investigación como parte de su tesis doctoral en Historia, explicó que el estudio se centró en actividades laborales de la época y que la interpretación de los datos se hizo “en función de la información histórica que hay y la nueva información que se fue descubriendo”.
El título del estudio fue “El trabajo durante la colonia: análisis bioarqueológico de estrés funcional en poblaciones históricas del norte de Mendoza (siglos XVI-XIX)”. El autor precisó que “el estrés funcional es interpretar algunas marcas que quedan en los huesos que hacen alusión a la actividad física de las personas”.
La historia cuenta que la ciudad de Mendoza fue fundada en 1561 por españoles que vinieron de Chile. Esa ciudad existió durante 300 años, hasta que en 1861 se produce el terremoto de Mendoza y la capital de la provincia se traslada a donde está actualmente.
Los huesos de las personas que estaban enterradas corresponden a ese periodo, entre 1561 y 1861. “En esa época no había cementerios públicos, y las iglesias eran las que dominaban el ámbito de las pautas culturales, entonces ahí se enterraban a las personas”, destacó el investigador.
Desde las primeras parroquias, fines del 1600 hasta la 1820, es cuando existen las iglesias como cementerios y las personas se enterraban tanto adentro como afuera. “Este es un dato importante”, remarcó, ya que la localización y el estado de los huesos tienen que ver con la procedencia socioeconómica de las personas. “Para ser enterrado dentro de las iglesias se debía pertenecer a determinado estatus social y tener cierta capacidad adquisitiva, una casta”, agregó el docente.
Para la investigación, especificó, se evaluaron cuatro ejes: “Diferencias entre hombres y mujeres en las actividades que hacían; entre las edades, los adultos jóvenes, medios y mayores; socioeconómicas, es decir, qué actividad tenían los de dentro y los de afuera, y, por último, los cambios a través del tiempo de la ciudad, que pasó de ser una zona que sólo tenía cultivo y ganado a una manufacturera”.
En cuanto a los resultados, lo primero que subrayó es que “todo lo que los seres humanos comemos, hacemos, nuestras enfermedades y conductas, todo, de una u otra forma, impacta en nuestros huesos” y enfatizó que su trabajo es “un poco el rol de detective: ver en los huesos esas pistas que sirven de herramientas para interpretar”.
“Se detectó que tanto hombres como mujeres tenían un uso del cuerpo, una actividad muy intensa, mayor a la que tenemos ahora. Y cuando uno hila más fino en los sectores sociales, los que estaban afuera, con menos recursos, tenían patrones del uso del cuerpo y tenían una elevada actividad. Estaban expuestos a mucho trabajo y de alto riesgo”, concluyó.