A medio camino entre la vieja capital y la ciudad renacentista, este trozo de la ciudad eterna tiene un poquito de todo y, pese a su aparente sencillez, es una Roma en miniatura: tiene grandes vestigios republicanos e imperiales, las mejores iglesias medievales y joyas renacentistas.
La Vía del Teatro de Marcelo sirve, a la vez, de frontera y nexo de unión entre la vieja y la ‘nueva’ Roma. Esta calle principal baja desde la Piazza de Venezia dejando a un lado espacios emblemáticos como los foros, el elefantiásico Altar de la Patria (Monumento a Víctor Manuel), las escalinatas que suben al Campidoglio o las primeras cuestas que conducen al Palatino por la fatídica Roca Tarpeya, lugar de ejecución para traidores, ladrones y asesinos durante buena parte de los primeros siglos de vida de la urbe. El viajero suele bajar por aquí para visitar la impresionante Santa María in Cosmedin, una de las joyas medievales de la capital. Muchos llegan hasta la entrada para hacer una larga cola y hacerse la foto de rigor con la mano metida en la Boca della Veritá –Boca de la Verdad-, esa enorme máscara de mármol de origen incierto que, según cuentan, cercena los dedos de los mentirosos. Pero muy pocos saben que es uno de los templos cristianos más antiguos de la ciudad (siglos VIII – XI) y también de las más bonitas, pese a su aparente simplicidad; y por eso casi nadie entra a verla. Nosotros te recomendamos que lo hagas; y que también te detengas un rato en la plaza que se encuentra justo en frente. Aquí podrás ver dos de las construcciones de la antigua roma mejor conservadas de toda la ciudad. Aquí se encontraba el Foro Boario –ya lindero con el cauce del Tíber-, mercado de ganado de aquellos tiempos, que como todos los espacios públicos de aquella antigüedad tan lejana, reservaban un espacio para rendir homenaje a los dioses. El templete redondo rinde homenaje a Hércules Vencedor (Ercule Vincitore), mientras que el otro está dedicado al dios Portuno, que como divinidad de las llaves era el encargado de mantener a buen recaudo al ganado cuando éste estaba estabulado. Roma es eso; una sucesión interminable de hitos que se suceden casi sin darse cuenta; por eso es muy normal pasar por alto algún detalle que se te descubre en un siguiente viaje. Ahí mismo sin ir más lejos, está la Casa dei Crescendi, mirando al Foro Boario, que lleva ahí desde mediados del IX y es la mejor muestra de residencia medieval de la ciudad. Muchas veces, lo grande nos impide verlo todo. Muchas veces lo grande nos impide verlo todo. Y un buen ejemplo es el Teatro de Marcelo (Via del Teatro di Marcello s/n), regalo del mismísimo Augusto a la ciudad (siglo I. AC) y que sirvió de modelo para el resto de los grandes teatros y anfiteatros del imperio. Este edificio soberbio fue, después, fortaleza y, finalmente, palacio, pero aún pueden verse los arcos elegantes que se copiarían en el mismísimo Coliseo. Pues bien, es muy probable que deslumbrado no te internes por las callejas que rodean al antiguo teatro y te pierdas verdaderas joyas como el Foro Piscario, o los restos de la vieja calle que lleva al Pórtico de Octavia, antigua puerta de acceso a la ciudad imperial reconvertido en atrio de la Iglesia di Sant’Angelo in Pescheria (Via della Tribuna di Campitelli, 6; Tel: (+39) 06 6880 1819), otra de las muchas maravillas escondidas de la ciudad –siglo VIII-. Si te has guiado por estos primeros párrafos para iniciar tu visita apenas has recorrido 680 metros y ya te has topado con una decena de lugares que ver que abarcan más de 20 siglos de historia… Así es Roma.
El Ghetto ebraico de Roma se concentra en una decena de callejuelas en torno al Pórtico de Octavia (limita con la Vía Arenula al oeste, la Vía Florida al norte y el Tiber al sur). Como otros barrios similares de Europa, nació para recluir a la comunidad judía de Roma ya que para el papa Paulo IV era “absurdo e impropio” que los judíos y judías vivieran entre los cristianos. Así que se les confinó en el barrio y se levantaron muros que se mantuvieron ahí hasta finales del siglo XIX, cuando el Papado perdió su poder tras la creación de la un Italia moderna. No es el barrio más bonito de Roma; tampoco el mejor cuidado. Pero tiene un encanto especial y guarda algunos tesoros de importancia y muchísimas historias: algunas de triunfo, como la Gran Sinagoga de Roma (Largo Stefano Gay Taché, s/n), que se construyó como expresión de júbilo por la igualdad de derechos con la nueva Italia –también es la sede del Museo Judío con interesantes colecciones medievales- y otras de derrota, como las cientos de placas que recuerdan a los vecinos y vecinas que fueron deportados a los campos de concentración alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.
Como te decíamos, el barrio es humilde. La mayoría de los rastros de la vieja comunidad, más allá de los sabores y olores de los restaurantes y panaderías kosher de la Vía del Pórtico de Octavia –donde reinan las famosas alcachofas fritas judías- y la sinagoga se encuentran desparramados por todo el vecindario en forma de pequeños detalles: alguna vieja piedra tallada recuperada con estrellas de David o menorahs –como los que se concentran en la Via della Reginella- o los huecos de las antiguas mezuzás junto a las puertas. Callejea sin rumbo hasta dar con la Piazza Mattei, otro de los grandes hitos del barrio. La Fuente de las Tortugas es uno de los monumentos más queridos por los romanos, pese a que no es ni grande ni especialmente excepcional. Casi en cada calleja hay un palacio digno de verse o una vieja iglesia con encanto –si nos detuviéramos en cada una de ellas siempre nos faltarían días para conocer la ciudad.
El Ghetto limita al norte con la Via Florida, donde hay dos importantes hitos de la Roma antigua. El más famoso es el Largo di Torre Argentina, una amplia zona repleta de restos de la época republicana (varios templos y un teatro) y célebre internacionalmente por su refugio de gatos callejeros (que aquí son una auténtica legión) y el oculto es la Cripta Balbi (Via delle Botteghe Oscure, 31), un espacio alucinante que permite descubrir la evolución de la ciudad desde la época republicana a la medieval a través de viejas estructuras y restos arqueológicos que abarcan una buena parte de la historia de la ciudad. Muy cerca de aquí está la Iglesia del Gesu (Via degli Astalli) que fue diseñada por el mismísimo Miguel Ángel aunque tardó tanto en hacerse que se convirtió en la primera edificación puramente barroca de Europa. Como todos los grandes templos romanos, El Gesu está repleta de imponentes obras de arte, aunque es famosa por los frescos de Giovanni Battista Gaulli.