No caben dudas de que el tango es el género musical que marcó por siempre la vida de los porteños. Sus canciones, sus letras, el baile, el uso cotidiano del lunfardo, la vestimenta y hasta la postura arrabalera forman parte de la cultura de los habitantes de Buenos Aires.
Figuras como Carlos Gardel y Astor Piazzolla, dos de sus máximos exponentes, llevaron a la popular melodía rioplatense a cualquier rincón del planeta al igual que otros artistas, bailarines y compositores. Para muchos, tanto las canciones como la danza despiertan todo tipo de pasiones: alegría, amor, pasión, erotismo, sensualidad, placer, rencor, tristeza, desilusión, venganza y también una profunda melancolía. Enrique Santos Discépolo, otra de las grandes figuras de los años dorados, definió al tango como “un pensamiento triste que se baila”.
Existen canciones que lo certifican, como la célebre Mi noche triste, compuesta en 1917 por Pascual Contursi y Samuel Castriota que solía interpretar Gardel, Milonga triste (de Sebastián Piana y Homero Manzi, en 1936) y Mi tango triste, de Aníbal Troilo en los años 40.
Al otro lado del océano, los europeos tomaron nota e interpretaron que el género expresaba amargura existencial y dolor. Por eso, el tango fue usado como una estrategia durante la Segunda Guerra Mundial.
Primero, los alemanes utilizaron el tema Plegaria(1929), del violinista y director de orquesta argentino Eduardo Bianco. El autor se lo dedicó al rey de España, Alfonso XIII, cuando abdicaba. En 1939, Bianco interpretó Plegaria en el Deutsches Theater en Alemania y llegó a los oídos de Joseph Goebbels, ministro de Propaganda del Tercer Reich, lugarteniente de Adolf Hitler y furioso antisemita.
Luego, los nazis utilizarían la canción de Bianco en el horror de los campos de concentración: los oficiales de las SS obligaban a los judíos cautivos a tocar y a cantar el tango mientras otros iban a morir a la cámara de gas. Este episodio, uno de los tantos abismos del Holocausto, ha tenido al tango como protagonista al punto que los soldados y jerarcas alemanes lo llamaron «el tango de la muerte».
Algunos registros dan cuenta del uso macabro de Plegaria en los campos de Janowska, Buchenwald, Auschwitz y Maidanek, entre otros lugares de exterminio. Su versión “nazi” está en el LP Songs from the depth of Hell (“Canciones de las profundidades del infierno”). Esta grabación se conserva en museos del Holocausto en Estados Unidos e Israel.
Los aliados también tomaron ese tango. A los rusos les sirvió como estrategia de persuasión contra el enemigo nazi en la batalla de Stalingrado. Se trata de la incursión bélica más sangrienta de la humanidad. Ocurrida entre el 23 de agosto de 1942 y el 2 de febrero de 1943. Cuando el VI Ejército Alemán intentó invadir Rusia sin contar con el lodo, el frio polar, los francotiradores y la estrategia del Ejército Rojo. La histórica batalla significó el principio del fin de los alemanes en la Segunda Guerra: se calcula murieron al menos dos millones de soldados de ambos bandos y civiles en suelo ruso.
De los escombros de Stalingrado surgieron cientos de historias que resultan difíciles de creer pero se fueron reconstruyendo a través del tiempo gracias a la apertura de los archivos secretos soviéticos. Una de ellas es la música que utilizaba el Ejército Rojo como propaganda mientras alemanes y rusos se debatían la muerte en la tierra de Stalin.
En el libro Stalingrad: The Fateful Siege 1942-1943 («El asedio fatídico»), el historiador británico Antony Beevor describió cómo la policía secreta soviética instaló altoparlantes en toda la ciudad.
Beevor cuenta que el Ejército Rojo tocó varios tangos durante semanas. Si bien el historiador no lo especifica claramente, muchas fuentes indican que, como los nazis, los rusos también consideraron que Plegaria o «el tango de la muerte» transmitía un humor siniestro, fúnebre, que influía en el ánimo de los invasores alemanes.
Aquella funesta melodía estaba acompañada por los sonidos de un reloj mezclado con mensajes en alemán: “Cada siete segundos muere un alemán en Stalingrado”, escuchaban los nazis a cada instante, mientras los lanzacohetes chillaban durante las noches heladas en medio de una ciudad en ruinas, reveló el libro de Beevor publicado en 1998.
Durante horas, sobre todo en la noche polar rusa, los soviéticos hacían sonar la melodía a todo volumen. La estrategia de pasar “el tango de la muerte” se propagó. Lo hacían a través de camionetas que circulaban por las calles de una ciudad en ruinas. Extenuados por el agotamiento físico, esa música triste hizo su parte en el agotamiento psicológico.
Según los cálculos, si una canción dura alrededor de cuatro minutos, podrá reproducirse 15 veces en una hora. 360 veces en un día. Y 2.520 en una semana, o 58.680 durante los 163 días que duró la batalla de Stalingrado. Suficiente para que un tango pueda a ayudar a torcer el rumbo de la Segunda Guerra Mundial.
Autor: Maximiliano Kronenberg
Fuente: Clarín