La clave para la reconstrucción es fácil de decir, pero difícil de hacer: amar a otro judío, sin motivo alguno. Este amor repara el “odio infundado” (sin’at jinam) que causó la destrucción del segundo Templo en Tisha b’Av.
Hasta la reconstrucción del Templo, nuestro pueblo se detiene para estar de duelo durante las tres semanas previas al 9 de Av. Durante este periodo (también conocido como las “Tres Semanas”) no hay bodas, cortes de cabello ni música. Durante los nueve días desde el 1º de Av hasta el 9 de Av (los “Nueve Días”), olvídate de nadar, de comer carne (salvo que sea shabat) y de tomarte vacaciones. Luego está Tisha b’Av, un ayuno de 25 horas que, en el hemisferio norte, suele parecer aún más largo, porque el calor que hace en esa época es absurdo.
Pero lo que más me molestó siempre de este periodo es la claridad con la que podía ver lo que me faltaba.
En mi infancia, verano era sinónimo de diversión. Y siguió siendo así para mis parientes, para los viejos amigos y los vecinos que no sabían nada acerca de las Tres Semanas, los Nueve Días o Tisha b’Av. Alegres, se tomaban vacaciones y organizaban parrilladas, mientras yo me sentaba en mi casa en pleno verano, con un montón de niños y nada para hacer.
Debo admitir que no siempre pensaba con mucho cariño en aquellos compañeros judíos míos amantes de la diversión durante las Tres Semanas. Después de todo, razonaba, había hecho un gran esfuerzo para hacer lo que Di-s desea para que se pueda reconstruir el Templo. ¿Y qué pasa con todos los judíos a los que eso no les importa ni un poco? Ese era el peor pensamiento que podía tener acerca de los otros judíos, en especial en este momento. También sabía eso, por lo que ni yo mismo me agradaba demasiado en esta época del año.
Pero aun así, siempre mantuve una imagen del Templo en mi mente, y recordaba cómo me había inspirado durante un shabatón al que había ido con mi familia hace ya unos 30 años. Antes de ese fin de semana, sabía que el Templo había existido (había ido a Ierushaláim y había visto el Muro de los Lamentos), pero asumía que era algo así como una versión más grande de nuestra enorme sinagoga de Pittsburg. (¿Qué otra cosa podía pensar? Todo el mundo se refería a nuestra sinagoga como el “templo”).
Cuando en ese shabatón aprendí que Di-s hacía milagros en el Templo en Ierushaláim y que, hasta el momento de su destrucción, la gente de verdad sabía que Di-s existía, estaba emocionado por poder confirmar mis sospechas sobre la existencia de Di-s.
El Templo de Ierushaláim me daba suficientes pruebas de que todo el relato de Di-s y la Torá era verdad. Desde ese momento, la secuencia de ideas fue bastante directa: nuestras mitzvot aceleran la llegada del mashíaj, quien reconstruirá el tercer Templo, que existirá por toda la eternidad. Aprender cosas sobre el Templo puso a la historia judía, y en general a toda la creación, en un contexto lleno de significado. Mis preguntas existenciales tenían respuestas justo aquí, en mi propio entorno religioso.
Al final del shabatón, mi marido y yo firmamos un contrato espiritual, seguros de que queríamos ser parte de la campaña por la reconstrucción.
Pero cada año, las Tres Semanas me resultaban difíciles, y solía caer en la trampa de molestarme por lo que los otros judíos no hacían por Di-s.
Recién hace poco tiempo noté un cambio en mi relación con Di-s y con el mundo. Ahora puedo ver a los demás judíos de una manera en la que antes no podía: puedo aceptarlos, amarlos y preocuparme por ellos sin importar lo que hagan, incluso durante las Tres Semanas. Que esta actitud sea de ayuda para la reconstrucción del Templo es casi un hecho secundario.
Me tomó muchos años internalizar que someter mi voluntad a la de Di-s sería mi puerta de acceso a la felicidad personal, y que lo que él más quiere de mí es que ame a los demás judíos. Lo que aún me sorprende es lo feliz que soy cuando lo hago.
Extraído de la página de Radio Jai