Reportaje realizado en el año 2001
Desaparece el patrimonio histórico de un pueblo judío. Colonizado en 1912 en el norte santafesino, Montefiore no supo valorar su patrimonio histórico. Lo poco que queda está deteriorado y pocos se preocupan por conservar los edificios. El gobierno provincial no aporta ni se interesa.
Un valioso conjunto arquitectónico de la colonización se pierde día a día en el vecino pueblo de Montefiore. Allí la saga inmigratoria judía creó historia, trabajo, cultura y generaciones, mas hoy está a punto de desvanecerse. Desde los organismos oficiales de la provincia de Santa Fe correspondería encarar desde un relevamiento a la custodia y cuidado de lo que aún sobrevive aunque tambaleándose. La Región entrevistó al presidente comunal de Montefiore, Mauricio Krojn; a uno de los últimos inmigrantes europeos radicado en la colonia, Herman Friedman; y al presidente de la Unión Israelita Ceres, Ariel Klincovitzky.
Mauricio Krojn preside la comuna de Montefiore, un pueblo de 600 habitantes distribuidos en el distrito de 50.000 hectáreas, de los cuales sólo 200 viven en el casco urbano.
-¿En qué consiste el patrimonio histórico de la colonización todavía en pie?
-La colonización se produjo en 1912. Queda el cementerio antiguo, una sola sinagoga erecta, pero deteriorada, el edificio de la cremería, el de la administración de la Jewish -actualmente, en un campo privado- y nada más. Pero en la sede comunal no quedan mobiliarios, ni archivos, ni bibliotecas.
Al irse las familias, se llevaron con ellas parte de la documentación histórica del lugar. Habría que recuperar lo que queda. Se perdieron los salones sociales, dos sinagogas, de las que restan sólo los cimientos. Cada 112 hectáreas había cuatro casas enfrentadas construidas para los grupos de inmigrantes. En el campo donde vivo yo, quedan el último conjunto original de cuatro casas, y del resto de ellas algunas unidades dispersas.
-¿Qué asistencia reciben ustedes desde la provincia para el mantenimiento de este patrimonio?
-No recibimos ninguna suma aparte de la coparticipación normal. Disponemos un presupuesto de $ 110.000 anuales, sumando la tasa por hectárea, y la coparticipación provincial, cifra que prácticamente es absorbida por el mantenimiento de caminos.
-¿Qué pueden hacer para detener la decadencia de los edificios?
-Actualmente encaré un mantenimiento mínimo, como cortar yuyos. La sinagoga se encuentra en un campo privado, por lo tanto, no podemos planear obras de ninguna clase allí. Tanto mi abuelo como mi padre vivieron en Montefiore. Vinieron de Polonia, en el ’39, anticipándose al holocausto.
-¿Recibieron visitas de funcionarios como para interesarse en el tema?
-Creo que Montefiore estaba en el anonimato. Me presenté en Buenos Aires y en Santa Fe en reuniones de presidentes comunales y nadie sabía de la existencia de Montefiore. A raíz de la inauguración de una plaza nos visitaron otros jefes comunales del departamento y recorrimos la parte histórica, hoy en peligro.
Tenemos armado un proyecto de plaza de la Memoria, con un monumento que destacaría un candelabro de siete brazos. Necesitamos $ 3.500, pero hasta el momento no sabemos de dónde sacarlos.
Recuerdos de los inicios
Herman Friedman es un inmigrante checo. «Tenía diez años cuando llegué a Buenos Aires. Nuestra familia, formada por cinco hermanos y mis padres, emigró de Deskovize, Checoslovaquia. Era un pueblo rural y mi padre realizaba allí tareas agropecuarias. Llegamos en 1937; nos quedamos en el hotel del Inmigrante en Buenos Aires, no más de un día. Elegimos este país por la colonización que realizaba la Jewish, la que daba créditos para tambos y tecnificación. Nos habían designado para radicarnos en Villa Clara, Entre Ríos, pero como no estaba terminada la vivienda, nos llevaron a Montefiore.
Nos encontramos llorando, en un lugar lleno de arbustos, espinas y monte, la tierra sin trabajar, todo era distinto a nuestro hogar. No había tampoco demasiada gente, ni siquiera caminos, apenas la huella de los carros… Pero en la parte cultural, teníamos bibliotecas, la Jewish se ocupaba de que hubiera salones sociales y cooperativas, nucleando a la gente alrededor de estas últimas. También se preocupaba de que se dispusiera un ingeniero que actuaba como asesor.
Como en todas las colonias, había un médico. Este vino de Europa, de Viena, se llamaba Maximiliano Bergwer. Se manejaba con lo que había. Él nos atendía porque vivía en una casa de la Jewish, en el casco urbano. Lo ayudaba una enfermera. Se desplazaba en sulki para atender a domicilio y en 1970 se compró una voituré. Le pagábamos desde la cooperativa y a cada asociado se le descontaba una cuota para cubrir sus servicios. Atendía también a la gente que no era de nuestra colectividad.
«Quiero volver a Checoslovaquia»
Cuenta Herman: «Viví en Montefiore hasta 1990. Ocupé muchos cargos: en 1950, gerencia de la cooperativa Tamberos Montefiore y en la ganadera de Montefiore, contador y también fui el último gerente de la de Consumo, la Fraternal Agrícola. De esas cooperativas una de fusión (la Tambera, con una similar de Ceres) y la otras desaparecieron por el éxodo que hubo. Esto fue como una enfermedad y operó por arrastre… empezó en el año ’65 y de ahí siguió. Incidió de manera casi determinante la reducida superficie, de 75 hectáreas, que cada productor tenía para explotar; no le alcanzaba, después se amplió a 112 hectáreas…
Pero la Jewish llevaba familias numerosas y con esas unidades económicas reducidas no había horizonte económico y los hijos debieron emigrar. En un comienzo hubo 240 familias judías de Europa Central en Montefiore; cuando nosotros llegamos había sólo 120. Ahora no queda ninguna. Aunque todavía seamos propietarios de algunos campos, residimos en Ceres o Buenos Aires.
La vida social y cultural de Montefiore se desarrollaba en tres salones: el Dr. Luis Oungre, el Claudio Montefiore y el restante que se ubicaba en el campo cerca del pueblo. En los tres funcionaban bibliotecas. Hacíamos bailes todas las semanas, donde nos reuníamos los jóvenes, que por aquel entonces éramos muchos. Se iba en volantas y sulkis. También pasábamos películas argentinas o extranjeras.
«Me nacionalicé en la década del ’70. En Deskovize alcancé a ir a la escuela, no sé si tengo el certificado… debe estar entre los papeles. Me acuerdo todavía las canciones que aprendí en checoslovaco… pero al idioma, que es similar al polaco y al ruso, lo entendería si me hablan despacio.
«Quise volver a Checoslovaquia, quiero volver. Tengo muchas ganas de hacerlo.
Aprendí rápido el castellano con mi maestro, Héctor Antonio Silva; la Jewish nos proporcionó diccionarios bilingües. Aparte, se daban cursos de noche para que los adultos aprendieran el idioma español».
Las últimas familias judías
Ariel Klincovitzky, preside la Unión Israelita Ceres. Allí se conservan actas de la hermana institución de Montefiore, escritas en idisch, originales. Sin embargo, sé que no está la fundacional. En cuanto a registros de nacimientos, o de la gente sepultada en el cementerio histórico (el último entierro creo que data de la década del ’60), no se conservan datos, ni siquiera en la Comuna de Montefiore. Toda esa documentación se perdió o se destruyó.
Recientemente vinieron dos profesionales de Buenos Aires, una fotógrafa y una periodista, que abordaron la realización de un libro de todas las colectividades del interior. La idea es testimoniar el patrimonio supérstite de la colonización judía en el país. Ellas relevaron el cementerio de Montefiore, la sinagoga y tomaron testimonios de los inmigrantes.
Sin palabras
Los archivos de la comuna de Montefiore fueron quemados por un presidente comunal que, seguramente, creyó hacer una buena limpieza. Los archivos de La Fraternal Agrícola se perdieron con las inundaciones. Los de otras instituciones, destino incierto.
Gracias, Israel Feldman
Colonia Montefiore se encuentra en el departamento 9 de Julio, a 28 kilómetros de la ciudad de Ceres. Gracias a Israel Feldman, quien recopiló algunos datos de la colonización judía, las generaciones futuras conocerán las raíces de este pueblo lleno de interesantes historias.
Los archivos de Feldman señalan, por ejemplo, que las adquisiciones de tierra para la colonia fueron hechas el 3 de abril de 1912, y escrituradas el 23 de abril del mismo año.
La superficie total comprada por la Jewish fue de 29.075 hectáreas. Originalmente se adquirieron para asentar inmigrantes que residían en otras colonias judías, pero que no eran colonos (herreros, sastres, talabarteros, carpinteros).
Al cabo de un año cada colono tenía un alfalfar, de 15 a 25 hectáreas, quince vacas lecheras, y entregaba la leche a la cremería.
Inmediatamente se formó la Cooperativa Asociación Agrícola Ltda. Su primer gerente fue un tal Borisonik, cuyo nombre de pila se ha perdido en el tiempo. Esta cooperativa trajo, en 1913, un farmacéutico de Rusia. Se trató Moisés Minond, al que se lo instaló con una farmacia cooperativa en Ceres para que prestara servicios a la mayor cantidad posible de personas.
La Jewish (JCA) construyó tres escuelas. En ellas se impartía, aparte de la enseñanza oficial, clases de idish, hebreo. A los maestros les pagaba la JCA, al menos hasta la década del ’30.
La vida cultural era activa: se efectuaban representaciones teatrales a cargo de dos grupos vocacionales de Montefiore y también de compañías que venían de las ciudades.
La inundación de 1914, seguida por otra en 1915, diezmó la colonia. Se perdieron los alfalfares y se murió la hacienda. Llegar a Ceres para buscar abastecimientos demandaba dos jornadas de ida y dos de regreso. A la desgracia de la inundación se le sumó la desgracia del hambre y de las enfermedades. La ayuda de Buenos Aires se demoró.
Muchas de las tumbas sin nombre que hay hoy en el cementerio son de los mártires de aquel período histórico.
En los años de preguerra (1937-38) se trajeron unas 15 familias de Polonia, Rumania y Checoslovaquia. Fue el último contingente venido de Europa.
El costo de la voluntad
Hoy en Ceres existen aproximadamente cuarenta familias judías. De ellas, menores de cuarenta años, serán cinco, a lo sumo seis.
Los jóvenes de la colectividad se van a estudiar afuera y ya no vuelven. Y muchas veces los mayores terminan yéndose detrás de los hijos. Cuando más chica es la colectividad más se nota el desgranamiento. La Unión Israelita está a cargo de los dos cementerios (el de Montefiore y el de Ceres); sostiene una escuela a la que asisten cinco alumnos; mantiene el salón social y organiza las fiestas tradicionales.
Ariel Klikovitzky -hijo de Elías, quien llegó a Ceres en los ’40- comenta que todo esto resulta «muy oneroso, porque somos pocos; hay que afrontar lo que origina todo ese patrimonio y además, el costo de la maestra y los oficiantes de las fiestas religiosas, que vienen desde Buenos Aires. No tenemos rabino. Los que respetan la comida kasher o se la preparan ellos mismos o se la traen de afuera».