TALMUD, COLUMNA CENTRAL DE LA TRADICIÓN ISRAELITA

El Talmud es el libro judio por excelencia, consta de seis órdenes o volúmenes, los cuales reúnen un total de 64 tratados. Fue rubricado en el siglo v, en Babilonia. Mucho se sabe sobre el pueblo judío, pero muy poco sobre su libro fundamental. 
El Talmud es la columna literaria central de la tradición israelita, una colección de más de cuatro mil páginas que constituye la obra más importante de la civilización judia, su epicentro creativo y nacional a lo largo de siglos. Ninguna otra obra influyó más en la vida de los judíos a lo largo de la historia, en la forma de pensar de su gente y en su praxis. Nada ha moldeado tanto su idiosincrasia como el estudio del Talmud, al que por casi dos milenios se abocaron sus energías intelectuales.
Esta obra es pionera en fijar la educación obligatoria. Aunque la historiografía sitúa el origen de la escuela primaria en los centros creados en Europa a partir del siglo xi, en algunos otros casos hablan de fines del siglo v. El Talmud señala que uno de los sabios, Rabí Iehoshua ben Gamla, estableció la escuela obligatoria nada menos que un milenio antes de lo recién mencionado.
Una joya de la literatura educacional.
Quienes nos dedicamos a la educación desde la teoría y la práctica, solemos equivocarnos cuando limitamos la posibilidad de nuestras fuentes bibliográficas a autores como Bruner, Dewey, Erikson, Foucault o Schwab. A menudo nos parece que solo las mejores plumas contemporáneas responderán a las principales preguntas que se le presentan al educador de hoy, y en todo caso construimos nuestra biblioteca pedagógica de acuerdo con educacionistas de este siglo.   
Las fuentes judías con todo su prestigio, especialmente en lo que a estas cuestiones se refiere, son en el mejor de los casos muy respetadas o se les reconoce representar la vanguardia de su época en materia educativa. Pocas veces, sin embargo, se repara en que hay páginas de nuestra literatura sagrada que constituyen una obra maestra en este terreno y cuya vigencia continúa plena. Me atrevo a decir que cada maestro hebreo (o more, que viene de la palabra orahá y que significa “educador o guía”, y que a su vez tiene la misma raíz que la palabra Toráh —la cual es habitualmente mal traducida como “Ley”, puesto que su real significado es “enseñanza”—), madrij (líder) y director escolar, debería estudiar y enseñar como referencia, por ejemplo, el Tratado Talmúdico Baba Batra 21ª, una página memorable del Talmud.
Tres tratados o «portones» inician el cuarto de los seis órdenes talmúdicos, Nezikin, que legisla en materia civil y procesual (el tema de daños). El último portón (Baba Batra) incluye una página que es una verdadera joya de la literatura educacional. Hay en la mentada página una serie de normas y discusiones en teoría educativa, a la que se dedica casi en exclusividad y cuyo alcance sorprende por su antigüedad. 
El texto trae en forma concentrada una docena de recomendaciones formuladas hace más de dieciséis siglos, que tienen validez aún en nuestros días, vigencia que reafirma cuán prioritaria y  avanzada fue siempre la educación en Israel.
Educación primaria popular
Empecemos recordando que la Toráh señala a los padres como responsables directos por la educación de sus hijos. Por ello el Talmud plantea la cuestión de los huérfanos, una categoría que en la Toráh representa a los desprotegidos, quienes podrían quedar virtualmente desprovistos de educación. 
Para resolver la cuestión, Rabí Iehoshúah Ben Gamla crea la escuela pública obligatoria en el año 64, motivo por el cual el texto que analizamos comienza por exaltar su figura. «Si no hubiera sido por él se habría olvidado la Toráh en Israel», nos dice el Talmud.
En una primera etapa las escuelas con sus responsables (melamed tinokot,“educadores para iniciantes o primarios”) se fijaron en Jerusalém. Los educandos eran conducidos a la Ciudad de David solo por sus padres, lo que ocasionaba la persistencia del problema, ya que los huérfanos quedaban nuevamente sin poder asistir al centro de enseñanza. 
Rabí Iehoshúah Ben Gamla lo resolvió con la obligatoriedad de levantar escuelas en todas las ciudades, a las que los niños asistirían a la edad de 6-7 años. Esta disposición permitió asimismo superar la dificultad de la deserción, mencionada en el mismo texto.

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