El presidente islamista de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, proclamó en su día que su misión política era “crear generaciones piadosas [musulmanas]”. En los últimos años, una serie de investigaciones han mostrado que la juventud turca está resistiéndose al más ambicioso proyecto erdoganita de ingeniería social.
La empresa demoscópica Konda detectó en 2019 que los jóvenes turcos son menos proclives que el resto de la población a identificarse como “conservadores religiosos”. Son menos proclives a ayunar, rezar con regularidad o cubrirse el pelo (las mujeres). Por su parte, Ipsos halló que sólo el 12% de los turcos confía en el clero islámico. Según otra encuestadora, Sodev, el 60% de los jóvenes que apoyan a Erdogan preferirían vivir en la cristiana Suiza con la mitad del salario que pudieran ganar en la musulmana Arabia Saudí. Y el 70% de los consultados piensan que un joven talentoso no puede avanzar en su vida profesional sin “conexiones” políticas o burocráticas, es decir, sin beneficiarse de un oculto toque de nepotismo. Y sólo el 30% piensa que uno puede expresarse con libertad en las redes sociales.
Hay nuevos datos que apuntan a que la juventud turca tiene una mentalidad occidental en vez de una “religiosamente conservadora/piadosa”, como querría Erdogan. Según un estudio, el 72% de los turcos de menos de 20 años son partidarios de la plena integración de su país en la UE. Esto contrasta vivamente con las enseñanzas oficiales de un país donde el principal clérigo islámico dice que “los niños que no leen el Corán están con Satán y con la gente de Satán”.
“Esta clase de esfuerzos de ingeniería social sobre la mentalidad juvenil casi siempre conducen a los resultados opuestos, principalmente porque las nuevas generaciones no quieren que se les diga qué es bueno y malo para ellas”, comenta un profesor universitario turco que prefiere no ser citado. “Para los jóvenes, las libertades son más importantes que las oraciones. Esto es algo que se les suele escapar a los políticos conservadores”.
En 2014, un estudiante de 16 años fue detenido por insultar a Erdogan. Lo mismo le sucedió el año siguiente a un muchacho de 15. Y en 2016 una universitaria fue arrestada tras ser acusada de injuriar a Erdogan y hacer propaganda para una organización terrorista; todo, por un mensaje en las redes sociales. La detuvieron mientras estaba en clase.
No es de extrañar que los jóvenes turcos quieran hacer su vida no en su país, ni en ningún otro musulmán, sino en aquellos en los que las libertades civiles son sagradas. En 2019 se fueron a vivir al extranjero 330.289 turcos. Las cifras oficiales muestran que el 41% de los emigrados tenían entre 20 y 34 años.
Seren Selvin Korkmaz, director ejecutivo del Istanbul Political Research Institute, explicó de esta forma a Arab News la fuga de cerebros jóvenes:
La emigración se convierte en una estrategia de salida de la lucha cotidiana. En el país, el desempleo juvenil supera el 25%. Muchos de esos jóvenes siguen dependiendo financieramente de sus familias o tienen salarios bajos (…) En esas condiciones, la gente joven no ve futuro (…) lo que le crea una ‘violencia de incertidumbre’. Junto con el desempleo, las tendencias autoritarias en el país –que incluye las prohibiciones en las redes sociales y las amenazas a la libertad de pensamiento– impactan en los jóvenes y hacen que se preocupen por su futuro.
Solo en los primeros 65 días de la pandemia del covid-19, 510 turcos fueron arrestados por “difundir mensajes infundados y provocativos en las redes sociales”. Antes, ya a finales de 2019, los censores turcos habían bloqueado el acceso a 408.494 webs, 7.000 cuentas de Twitter, 40.000 tuits, 10.000 videos de Youtube y 6.200 cuentas de Facebook.
“Este no el país con el que soñé”, afirma A. B., un estudiante de 19 años que quiere mantenerse en un estricto anonimato por miedo a la persecución. “Ya no me siento de mi país. No veo signos de vida en libertad. Iré a Europa a ampliar mis estudios y probablemente visite Turquía en vacaciones”.
“Este no es el país con el que soñé” es quizá lo que mejor retrata el sentir de un joven turco sobre el creciente déficit democrático de su país. Y hay signos de que no hará más que agravarse.
El gobernante Partido Justicia y Desarrollo (AKP) de Erdogan ha remitido al Parlamento un proyecto de ley que permitiría al Gobierno reforzar su control sobre las redes sociales, lo que ha generado miedo a una fase de censura aún peor. El proyecto forzaría a las redes sociales con más de un millón de usuarios diarios en Turquía –por ejemplo Twitter, Facebook y YouTube– a establecerse formalmente en el país o designar un representante, que sería responsable ante las autoridades turcas en términos legales y tributarios. De no hacerlo, esas compañías podrían exponerse a multas de millones de dólares. Asimismo, la ley autorizaría al Gobierno turco a reducir su ancho de banda entre un 50 y un 90%.
El proyecto echa a andar entre informaciones de que Netflix ha cancelado una serie turca antes de empezar a filmarla: su autor dice que el Gobierno la bloqueó porque incluía un personaje gay. El guionista Ece Yörenç dice que Netflix dio carpetazo a If Only luego de que el Gobierno se negara a garantizarle la licencia.
No es de extrañar que los jóvenes turcos del siglo XXI no quieran verse asfixiados por los impredecibles dictados de un régimen islamista. A ver si Erdogan se sienta y se pregunta por qué los jóvenes que él quería convertir en “piadosos” quieren huir de un país musulmán y vivir en tierras infieles.
© Versión original (en inglés): Gatestone Institute
© Versión en español: Revista El Medio
Revista El Medio.