El acuerdo que ha suscrito Emiratos para normalizar relaciones con Israel es un buen augurio para el futuro del Estado judío y de la peligrosa región en que vive. No es el primero –v. los acuerdos de paz con Egipto (1979) y Jordania (1994)– y probablemente no sea el último. Es muy probable, aunque no seguro, que otras naciones del Golfo sigan sus pasos. Incluso el presidente del Líbano, Michel Aoun, ha insinuado la «posibilidad de conversaciones de paz con Israel». En todo caso, no ha excluido que el suyo acabe sumándose a otros países árabes en la normalización de relaciones con Israel.
Aunque el liderazgo palestino se ha declarado contrario al acuerdo –siempre se opone a todo–, también podría beneficiarse de él. Emiratos presionará por una solución de dos Estados, y su voz tendrá más influjo tanto en EEUU como en Israel. Una solución de dos Estados que garantice la seguridad de Israel requeriría una Palestina desmilitarizada, la presencia militar israelí en el Valle del Jordán e intercambios territoriales que integren en Israel los bloques de asentamientos existentes. Esto posibilitaría la existencia de un Estado palestino contiguo y viable, que prosperaría si mantuviera la paz con Israel. Los palestinos podrían garantizarse dicho Estado si negociaran con Israel sobre la base del plan de Trump que está sobre la mesa.
El acuerdo deja claro que el liderazgo palestino no va a seguir teniendo poder de veto sobre las acciones y actitudes de sus vecinos árabes –que harán lo que consideren mejor para sus intereses–. Y que el reforzamiento de los lazos con el militar, tecnológica y económicamente poderoso Israel es la mejor protección contra el peligro que entraña un Irán que lleva decenios tratando de desarrollar sus capacidades para disponer de armamento nuclear.
La mayoría de los líderes del Partido Demócrata norteamericano, empezando por el candidato presidencial Joe Biden y su compañera de ticket, Kamala Harris, han saludado el acuerdo. Uno de los pocos estadounidenses prominentes que lo han menospreciado ha sido Ben Rhodes, consejero de política exterior del expresidente Barack Obama que fue determinante en la forja del terrible acuerdo con Irán, que, esencialmente, da luz verde a la apuesta de los mulás por hacerse con un arsenal atómico. Irónica y perversamente, fue la política proiraní de Obama y Rhodes lo que alimentó el temor que llevó a Emiratos a acercarse a Israel. Emiratos sabe que, cueste lo que cueste, Israel jamás permitirá a Irán desarrollar o adquirir armas nucleares. Para el resto del mundo, empezando por EEUU, un Irán nuclear es un problema diplomático regional. Para Israel, se trata de una amenaza existencial. Para los regímenes de los Estados del Golfo, representa igualmente una grave amenaza.
Ahora bien, este acuerdo no es una mera aplicación del principio ‘el enemigo de mi enemigo es mi amigo’. Emiratos obtendrá numerosos beneficios de una relación más estrecha con el país más estable y avanzado de Oriente Medio. Así, forjará alianzas económicas y tecnológicas, tendrá acceso a información militar y de inteligencia y verá cómo mejoran sus relaciones con EEUU y con buena parte del resto del mundo.
Asimismo, se trata de un acuerdo que demuestra con qué rapidez pueden producirse los cambios en esa volátil zona del mundo. Hace sólo unas décadas, los principales aliados regionales de Israel eran Irán y Turquía, y sus enemigos más intratables, Egipto, Jordania y los Estados del Golfo. Ahora sucede justo lo contrario. El único elemento constructivo constante en la región es, precisamente, el democrático Israel, con sus estrechas relaciones con EEUU.
La otra constante, si bien esta de orden destructivo, viene siendo el liderazgo palestino. Que siempre dice no a todo lo que implique la normalización con Israel. Esta tendencia se remonta a los años 30 del siglo pasado, cuando rechazó la recomendación de la Comisión Peel que le habría dado un Estado sobre la mayoría del Mandato Británico; pero como también daba a los judíos un Estado, pequeño y no contiguo, dijo que no. Rechazaba el Estado judío más de lo que deseaba un Estado palestino. Este enfoque intransigente volvió a salir a relucir en 1948, 1967, 2000 y 2008. Y se mantiene hoy día con la negativa palestina a negociar siquiera el plan de Trump. Como dijo Aba Eban: los palestinos nunca dan un sí por respuesta y jamás pierden la oportunidad de perder una oportunidad. Los emiratíes, en cambio, pueden decir sí y no pierden oportunidades. El resto del mundo árabe debería seguir sus pasos. Quizá entonces los líderes palestinos comprendan que también ellos deberían sentarse a negociar una paz integral con el Estado-nación del pueblo judío.
GATESTONE- Alan M. Dershowitz